Mi mejor amiga

 

Siempre he creído, que en la existencia de este basto mundo, una personita me entendería. Entendería mis acciones, mi forma de pensar y como cada día lucho para lograr algo, no importa la primera impresión, no importa como me traten, hay que darle buena cara al mal tiempo.

Siempre creí que la vida era color rosa, tal vez porque sigo siendo una niña, tal vez porque no veo la vida como realmente es o tal vez porque no la veo. Tal vez el no ver mi entorno me hace crear expectativas distorsionadas de cómo es la realidad.

Con el tiempo, cada cosa en la cual creía se fue apagando como una llama que lentamente pierde fuerza y cuando no le queda más, se siente la pérdida como un fantasma, algo que se esfuma, algo que, un día estaba allí y al siguiente no sabes por qué ha desaparecido. Mis pérdidas fueron espontáneas y aún así seguí con esperanzas… hasta que me quedé sin motivos por los que creer.

Era una típica chica con discapacidad visual teniendo que afrontar mi día a día con gran pesar: escribir todo en braille y pasarlo a tinta con ayuda para que mis profesores entendieran, memorizar exposiciones, me cuestionaba ¿Por qué todo el mundo tenía compañeros para hacer trabajos y por qué yo siempre los hacía sola?, en fin… mi vida monótona, pesimista y aburrida.

También tenía tiempo para realizar mi hobby que reavivaba mi creatividad: escribir… todo tipo de historias, relatos, biografías, crear canciones, relatar mis dudas existenciales… cada cosa que me pasaba la narraba de forma poética, en prosa y verso.

Hasta que un día eso también se esfumó. Ya no tenía ideas, no tenía creatividad, no tenía inspiración… estaba flotando en medio del espacio sideral, sin nadie que me sostuviera, como un barco yendo a la deriva.

Hasta que un día llegué de la escuela abrumada por la siguiente actividad, cuando me topé con un mensaje ¡una nueva beca para estudiar Francés!... No tenía muchas esperanzas, como siempre ocurre con algo nuevo, pero intenté. Además no tenía nada que perder.

La solicitud fue enviada, la espera me tenía en una incertidumbre insoportable y cada día se volvía una tortura. Me había llamado la atención la especialidad para el curso y que, también se desarrollaba para personas con discapacidad visual: y no es que hubiera conocido a muchas como yo… Era la oportunidad perfecta para socializar con personas que entendieran lo que yo estaba pasando, lo entendieran de verdad y no fingieran.

Y… por fin el día llegó: ingresé. Estaba tan emocionada que recuerdo esa noche no haber dormido y pensar ¿Qué les diré? ¿Qué haré? ¿Cómo iré? Y yo solita me creé mis dudas existenciales que por la emoción no respondí, por el momento.

Recuerdo que ese día mi prima Ariana me acompañó a la universidad. Yo estaba tan emocionada por llegar que salimos temprano, con las expectativas superaltas y recorrimos todo el trayecto hablando, riendo, charlando; pues no nos habíamos encontrado en mucho tiempo y, aunque ella me entendía también solo la veía una vez al año. Era la oportunidad perfecta de ponernos al día.

—Esta es la oportunidad perfecta para conocer a nuevas personas—dijo, acomodándose en el asiento del autobús.

Yo suspiré—No me tienes que recordar que soy un alma incomprendida—dramaticé, riendo.

—Anímate, tienes potencial, tienes un gran desempeño, pero te falta ponerlo en práctica. Asintió.

—Tú encajarías si te dieran la oportunidad de hacerlo—dijo en tono serio—Piensan que no puedes y sabes, dos soles no pueden brillar en un mismo firmamento…—Esa frase me dejó pensando , con la cabeza girada hacia la ventanilla sin ver nada, mis manos inconscientemente tomando mi bastón blanco, lo que me distinguía como persona con discapacidad visual.

Al llegar a la universidad nos trasladaron a un salón entre risas, presentaciones y saludos. Con cada nombre nuevo, una voz se me grababa en la memoria, el salón estaba atestado de personas con discapacidad visual, cada una con sus anécdotas y una vida difícil de trasfondo, y, en todo ese tiempo conocí a chicas que se dedicaban al canto, a los instrumentos musicales, pero nadie a la escritura. Eso me hizo sentir viva pues nadie practicaba lo que muchos consideran aburrido. Mi pasatiempo era especial, como yo.

Esa primera clase aprendimos los saludos en francés.

Algunos lo hacían excelente, otros se demoraban y otros ni prestaban atención. Pero me fijé en alguien: una chica callada que sabía del idioma, su pronunciación era perfecta, pero no comentó mucho en su presentación… no sabía por qué, pero me llamó la atención.

La clase terminó, cada quien a su casa y para ello nos designaron movilidades para retornar. Y, por alguna razón me destinaron con aquella chica extraña y callada. Era demasiado seria, me daba miedo pero no me impedía querer conocerla.

—Vamos—Dijo mi prima, tomando mi mano—Nos espera un largo, largo… viaje.

—sí, lo sé. Pero valió la pena. Conocí a muchas personas—subí al carro con un suspiro.

En el trayecto nos acompañó el espectro del silencio sepulcral, impregnado en las ventanas y el sol que se filtraba por ellas reflejaba una alta temperatura.

El silencio era tan crónico en aquel coche negro, que no sabía como romperlo. Ni mi prima se atrevía a pronunciar palabra; yo estaba dispuesta a conocer a aquella chica, cueste lo que cueste. Y tomé mis miedos, mi timidez y mi poco valor y lo saqué a relucir dando el primer paso, porque si no lo hacía yo… ¿Quién lo haría?

—¿Cómo es que sabes del idioma?—murmuré y esperé que contestara. Mis esperanzas disminuían progresivamente cuando por fin dijo:

—¿Del francés?—¡genial. Esto se volvía cada vez más metafórico!

—Sí. Me dejaste sorprendida, disculpa ¿Cuál era tu nombre? Es que con tantas presentaciones…—suspiré con la esperanza de que me entendiera

—Oh, soy Geraldine—hace una pequeña pausa—Me gusta cantar, si deseas te muestro

—Claro, me gustaría oírte cantar. De seguro cantas bien.

Después de un poco de agua y precalentamientos, cantó «¿cómo te pago?» por el día de las madres, «Hello» de Adele y quedamos todos asombrados. Incluso creo que el conductor se quedó asombrado.

—Cantas hermoso—murmuré, con la boca abierta. Mientras el carro aceleraba y el viento silbaba en mis oídos, por la trayectoria, le empecé a preguntar diferentes cosas sobre ella.

Me comentó que estuvo estudiando musicografía, que era buena cantando (buena se quedaba corta) y, a cambio le comenté algo: que era escritora aficionada, que cantaba por puro gusto, que la escuela era un reto y que me Llamaba Lucero pero que me podía decir Luz. Entre risas, comentarios e historias regresamos a nuestros hogares, con la promesa de conversar más.

A la semana siguiente volvimos a la universidad y, en vez de sentarme con uno de los chicos carismáticos, fui directamente con Geraldine. No sabía cómo explicarlo, pero me inspiraba para seguir hablando, contarle todo lo que me pasaba y, a cambio, no sé cómo ella me contaba sus anécdotas.

Así pasaban las semanas y los viajes continuaban, las visitas a la universidad y extensas conversaciones que duraban tanto o poco, pero nos entendíamos.

Una vez una de las estudiantes nos preguntó «¿son amigas de toda la vida?» y yo le respondí «No, solo nos conocemos desde hace tres semanas». Recuerdo haber reído por esa semejanza. Descubrí que ella también tenía problemas en la escuela. No la comprendían y se sentía mal. Me contó que tuvo un accidente gravísimo con secuelas, pero que ahora estaba fuera de peligro. Me contó que las terapias eran tan duras y difíciles. Me contó que no tenía amigos y que esperaba conseguir alguno aquí. Me di cuenta que yo estaba pasando lo mismo.

Y así, las charlas fueron más personales y cada vez tocamos una vena sensible oculta para aquellas personas que no entendían este mundo de luz y sombra entrelazadas, un mundo del que todavía la accesibilidad estaba despertando y venía hacia nosotros lentamente como una ola salvadora.

Después de todo había personas que me entendían, que se detenían y no pasaban de largo, que eran como yo y tenían mi edad, que se chocaron contra un muro de piedra al intentar salir al mundo exterior y que, no importaba cuanto conocimiento aparentáramos o cuantos golpes nos diera la vida, esto recién estaba comenzando.

Además, Ese curso merecía todos nuestros halagos. Era la oportunidad perfecta para aprender y descubrir junto a una amiga que te enseñaba por si no entendías.

Era la reencarnación del mundo rosa que siempre estuvo en mi imaginación, como un espectro de refracción. Después de todo… ¿Qué más podía pedir? Hoy por hoy, Geraldine y yo llevamos 4 meses de amistad y espero que sean muchos más, en los que podamos ayudarnos mutuamente. Ella experta en el canto y la música y yo una artista con las palabras. Tenemos todo un camino dorado por delante en estos maravillosos 16 años y nos volvimos imparables.

 

 

Biografía

 

Autora: jazmín Lucero Fernández Sulca. Lima, Perú.

jazminfernandez062@gmail.com

 

 

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