El regreso de Plutón.

 

 Nunca me ha gustado compartir con las personas, prefiero la compañía de mis libros, pues siempre he sido un amante de la literatura. Desde mi niñez he estado acompañado de mis autores preferidos: Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Stephen King y Bram Stoker. Recuerdo que en el colegio en los descansos siempre pasaba con un libro entre mis manos, zambullido en historias espeluznantes que a los niños comunes les erizaba los pelos de punta, pero que a mí me fascinaban. “El gato negro” era mi cuento favorito, me gustaba el hecho de que el gato hubiese regresado desde el más allá para vengarse de la crueldad de su amo, pues la escusa que ofrece el protagonista del cuento para justificar el daño que le causó a quien solo le prodigaba amor, nunca me convenció.

 Debido a estar tanto tiempo inmerso en la literatura de terror, empecé a tener un comportamiento extraño. Los compañeros del colegio empezaron a tenerme miedo y a tomar distancia, entre ellos murmuraban que yo hacía rituales satánicos y que era amigo de un gato negro. Yo me reía de los comentarios y cuando tenía la oportunidad alimentaba los rumores, afirmando que era cierto lo que decían. Esto hizo que estuviese aún más solo porque nadie quería tener tratos con el amigo del gato de los infiernos.

 Cuando terminé mis estudios escolares me presenté a la Universidad de Antioquia para estudiar literatura. Había decidido que mi futuro sería convertirme en un gran profesor y realizar un doctorado en Estados Unidos sobre la obra de Edgar Allan Poe, mi escritor favorito. En la universidad tuve pocos amigos, pues seguía conservando mi espíritu misántropo, pero ellos fueron suficientes para mi vida melancólica. Allí, tuve un alto desempeño y me gradué con honores. Esto me abrió las puertas para presentarme a una beca con la fundación Fulbright para realizar mi doctorado. Gracias a mis buenas calificaciones, obtuve el primer lugar. Así que, viajé a la ciudad de New York al Five Towns College, y estuve durante 4 años haciendo mi posgrado.

 Sin embargo, Estados Unidos fue la ruina para mí, les contaré lo ocurrido en ese lugar y como un futuro brillante se convirtió en uno oscuro. Cuando llegué a la universidad, conocí a Janeth Brown, una chica norteamericana muy hermosa. Ella me encantaba porque tenía una pinta gótica y le apasionaba, al igual que a mí, la literatura de terror. Ambos nos hicimos muy amigos hasta que la relación tomó otro camino, nos hicimos novios y compartíamos mucho tiempo juntos.

 Yo le conté sobre mi afición por “El Gato negro” y ella me dijo que también le encantaba. De modo que organizamos en unas vacaciones un viaje a Boston, la ciudad natal de nuestro escritor favorito. Queríamos recorrer las calles en las que estuvo Poe y visitar su casa. Pero, la desgracia vino gracias a ese viaje.

 Antes de realizar nuestras vacaciones, yo empecé a tener un sueño repetitivo que me atormentaba: soñaba con un gato negro que me transmitía un temor indecible, al despertar las gotas de sudor recorrían mi frente y mi corazón palpitaba con rapidez. El sueño lo tuve por varias ocasiones y un presentimiento me decía que no debía ir a Boston. No obstante, hice caso omiso y continué con los preparativos del viaje. Mi novia estaba entusiasmada, aunque era norteamericana, nunca había visitado esa ciudad.

 En algunas tardes cuando salíamos a pasear, hablábamos del viaje. Ella se emocionaba mucho porque íbamos a recorrer las calles que el gran maestro caminó en el pasado. Nos imaginábamos a Edgar Allan Poe ebrio con una botella de licor en sus manos recorriendo ese antiguo Boston. Es más, en nuestras disertaciones, alguna vez llegamos a pensar que la historia del Gato negro pudo haber sido real. Pensábamos que, En su vida, Poe tuvo un gato que amó, pero que gracias a los demonios que lo habitaban cuando ingería licor, le extrajo un ojo con su cortaplumas. Este remordimiento nunca lo dejó en paz, por lo que escribió el gato negro para exorcizar sus culpas. También pensábamos que odiaba a su esposa, y por ello, en el cuento la asesina porque en la realidad nunca lo hizo, pero tal vez ganas no le faltaron.

 El sueño desapareció dos días antes de nuestro viaje, me alegró porque pude renovar energías, me encontraba muy débil por el insomnio. Así que, ese descanso me permitió estar en óptimas condiciones para el viaje. Cuando llegamos a Boston ambos estábamos radiantes, nos dirigimos al hostal que Janeth había alquilado y nos instalamos. Ese día descansamos, y lo dedicamos a entregarnos al amor. Al día siguiente, empezamos nuestro periplo por la ciudad, visitamos los museos, parques y bibliotecas.

 En las noches, visitamos bares de metal gótico y en uno de ellos hallé la mascota que cambiaría mi vida. Estábamos escuchando Black Cat de Doga, cuando vi en uno de los toneles de vino del bar, un gato completamente negro con una mancha blanca alrededor de su cuello. Inmediatamente me levanté de la mesa, me acerqué al dueño del bar y le pregunté por el animal. Él me dijo que no le pertenecía, es más, que nunca lo había visto. El animal se encariñó conmigo, de modo que le dije a Janeth que lo adoptáramos, y ella no opuso resistencia porque amaba los gatos.

 Después de estar un mes en Boston regresamos a New York con mi nuevo amigo. Plutón era misterioso, parecía un fantasma que deambulaba por todas partes. Cuando yo llegaba de algún lugar, siempre salía a mi encuentro y me saludaba frotándose en mis piernas en señal de cariño. No obstante, después de estar viviendo un año con el gato ocurrió algo inexplicable, tal vez, los psicólogos puedan dar una respuesta lógica a lo que les voy a narrar.

 Un día cualquiera caí en una depresión terrible, no quería ver a nadie ni siquiera a Janeth. En ocasiones, sentía deseos de asesinarla. Contra Plutón empecé a sentir un odio indescriptible, pero algo me decía que yo no debía hacer lo mismo que el protagonista del Gato negro.

 Debido a lo que he contado, Janeth se alejó de mí y yo lo agradecí en el alma, no quería hacerle ningún daño a quien amaba tanto. Y al gato, me lo tenía que aguantar y llenarme de paciencia para no cometer una locura. Una noche soñé con Plutón: el gato estaba en mi nochero mirándome fijamente, de sus ojos empezaron a salir llamas de fuego y me habló con una voz de ultratumba.

—Tienes que satisfacer tu espíritu de asesino, deja de aparentar lo que no eres. Sal a la calle y mata a todos los borrachos que te encuentres, ellos no merecen vivir y tú serás su justiciero.

 Me levanté sobresaltado, miré hacia el nochero y Plutón no estaba allí, dormía plácidamente en su nido. El sueño se volvió repetitivo y atormentaba mi pobre alma. Un día decidí acabar con el suplicio y tomé un cuchillo para asesinarlo, en el último momento me arrepentí y lo clavé en la pared. Las lágrimas empezaron a caer en borbotones, me golpeé contra las paredes mientras Plutón me miraba apacible.

 Ya no quería vivir más de ese modo, así que decidí suicidarme, fui a la tienda de armas y me compré un rifle de asalto. Fue extraño, para matarme solo requería de un revólver, pero decidí elegir un juguete más potente, dizque para que no fuese a quedar vivo por ningún motivo. Ese día llegué a mi casa muy contento, le llevé golosinas a Plutón y jugué con él por largo rato.

 Después, llamé a Janeth y preparé una velada romántica. Fue una noche especial para los dos, y Janeth se fue a su hogar contenta porque yo era el mismo de siempre. Pero la fiesta no duró mucho, pues continuaba teniendo el sueño que no me dejaba en paz y la invitación de Plutón de asesinar borrachos.

 Un día cualquiera mientras veía televisión, En las noticias de CNN salió un reportaje sobre un psicópata que estaba asesinando borrachos en la ciudad de New York. Yo me sorprendí y permanecí impávido un momento.

—Plutón, has oído esa noticia, a quién has incitado a matar borrachos. ¡Ah! Mucho picarón, te saliste con la tuya. Pero eso sí, a mí no me pudo convencer de convertirme en un asesino, primero me mato antes de hacerle daño a alguien.

 El gato levantó las orejas y vi en su rostro como si se hubiese burlado de mí. La alegría regresó a mi vida, volví a la universidad y continué la tesis de doctorado sobre la obra de Edgar Allan Poe. Le dediqué días enteros hasta que por fin alcancé mi cometido, la presenté ante el consejo del doctorado y fue aprobada con honores. La universidad me ofreció trabajo como docente e investigador de la literatura norteamericana, yo acepté satisfecho pues no deseaba regresar nunca más a Colombia.

 La relación entre Janeth y yo regresó a un estado de tranquilidad y amor. De modo que, decidimos irnos a vivir juntos, alquilamos un apartamento en Greenwich Village, en el distrito de Manhattan. Por supuesto, Plutón se mudó con nosotros. Mi vida marchaba a las mil maravillas, los sueños desaparecieron y Plutón se comportaba como un gato normal. Mi humor no sufrió cambios de nuevo, éramos una familia feliz.

 No obstante, la felicidad no es eterna y vino la desgracia. Un día mientras yo daba clase en la universidad, dos agentes del FBI llegaron hasta el aula donde me encontraba y me detuvieron. Mis estudiantes se interpusieron, pero yo los llamé a la calma y les dije que iría con ellos pues no tenía nada que temer.

 Cuando llegué a la jefatura y me hicieron el interrogatorio me mostraron fotos de un hombre vestido de gato y con un rifle de asalto, yo me sorprendí porque su estatura era igual a la mía, y caminaba de la misma manera. “No puede ser, cómo alguien puede ser tan parecido a mí”. Pensé mientras veía las imágenes que se proyectaban en la pantalla. El oficial me decía que si no reconocía al sujeto y le respondí que no. Después de un largo interrogatorio, me dijeron que estaba detenido, pues el gato asesino de borrachos era yo, y me mostraron una fotografía saliendo de mi casa con ese disfraz.

 Las autoridades neoyorquinas me condenaron a dos cadenas perpetuas por la muerte de 50 borrachos, a quienes cacé en las noches cuando salían de sus juergas y los mandaba con una bala en la cabeza al infierno donde se encuentra Edgar Allan Poe con su gato negro.

 

Autor: Andrés Felipe Marín Montoya.  Antioquia,Colombia.

andresf1381@gmail.com

 

Datos Biográficos de Andrés Felipe Marín Montoya.

 

 

 

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