Frena un auto plateado en la silenciosa ciudad de Buenos Aires.

 

Todo parecía dormir en esa fría y lluviosa noche de lunes.

La calle desierta no vio bajar a tres tipos corpulentos que, a la vez, abrieron las puertas de su coche.

Se dirigieron con pasos rápidos a la casa de la esquina.

Uno se colocó cerca de una ventana para impedir toda fuga posible.

El otro, arma en mano, se puso lejos de la vista del habitante del interior. Si este miraba no notaría su presencia y confiadamente le abriría a su compañero.

El narigón, como lo apodaban por razones obvias, golpeó fuertemente. Nadie abrió. Repitió el llamado varias veces, nada.

No sabía que hacer.

El que estaba en la ventana con un corta vidrio abrió un hueco. Tanteó dentro y sintió la manija de la abertura.

Llamó a los otros y se metieron dentro.

En silencio empezaron a recorrer el lugar.

Todo estaba en silencio.

Un sonido de una silla al correrse los sobresaltó.

-Disculpen muchachos fui yo. Me tropecé- susurró el gallego.

La casa parecía vacía, la recorrieron toda, a excepción del cuarto superior. Hasta allí no habían subido, todavía.

Juntos, los tres se encaminaron a la escalera.

El narigón delante con una pistola, el gallego en el medio y, cuidando la retaguardia, uno apodado mudo, este nunca hablaba.

En los primeros escalones no pasó nada, cuando estaban por la mitad la luz de la entrada se encendió.

Siguieron avanzando, el jefe los mandó, tenían que cumplir rápido la orden que parecía urgente.

Llegaron al primer piso y un aire frío los golpeó.

Estaban bien abrigados, pero era un frío como si viniese desde adentro.

No los detendría algo tan tonto.

Llegaron a una habitación.

El narigón apuntó a la izquierda, el gallego a la derecha y el mudo hacia delante.

Nada había allí. Parecía vacía

Bajaron las armas y se estaban relajando.

Una voz los sobresaltó. -¿Qué hacen acá?

-¿Quién habló?- el gallego prendió la luz.

No vieron a nadie.

Nuevamente se escuchó la voz -¿Qué quieren?

El narigón temblaba.

-¿Quién habla? No se esconda cobarde- Gritó a la nada el gallego.

Una risa se escuchó.

-         ¡Yo me voy!- aseguró el narigón.

-         Vos te quedás, tonto- el gallego agarró del brazo a su compañero.

-         ¿A quién buscan?

-         A Sánchez.- Respondió a la nada El Gallego.

El frío volvió y ninguno de los tres se movía.

-Revisá los placares, ordenó el gallego.

El mudo revisaba debajo de la cama.

-         Te vamos a encontrar, maricón.

-         Suerte- dijo la voz tranquila. A continuación, de nuevo la carcajada.

-         Revisen cada centímetro de esta casa – Dijo furioso el gallego.

-         ¿Y qué buscamos?- Contestó el narigón con miedo.

-         ¡Cables, cagón! Eso nos llevará a la habitación en la que se esconde el cabrón. ¿No creerás en fantasmas?

-         Bueno, un poco.

Sin perder tiempo El Gallego se puso a buscar por los zócalos.

Se separaron para hacer más fácil el trabajo.

El Mudo se encargaría de la pieza y baño, en cambio El Narigón fue a la planta baja con El gallego, que se ocuparía de la cocina y jardín.

Un holograma apareció ante El mudo. Un hombre alto y flaco que sonreía.

Sin dudarlo el rufián disparó. La figura desapareció.

-Mala puntería- oyó tras de sí.

Giró y volvió a disparar. La figura se esfumó de nuevo.

El Mudo transpiraba frío. Una carcajada se oyó.

Desesperado bajó a buscar a sus amigos. No los encontró. Todo estaba lleno de sangre.

El estómago del tipo se revolvió.

-¡EEEy! Gritó y todo se desvaneció de golpe.

Alguien golpeó al Mudo en la nuca y lo llevó a rastras

Alarmados por los disparos y el grito de su compa, acudieron al pié de la escalera.

Vieron la escena de la sangre, cuidadosamente subieron y vieron los agujeros de las balas en la pared. Llamaron y El Mudo no estaba por ningún lado…

-Lo mató- Dijo el Narigón.

- Tenemos que encontrar a ese tipo. Vos buscá acá arriba, yo voy abajo.

Sin esperar El Gallego se fue a realizar su tarea.

El Narigón se lamentaba por no poder huir rápido.

Con pesadez revisó debajo de la alfombra y por los bordes de las paredes.

Se escucharon ruidos. Algo como crujir de madera.

Se fue para el lado del baño, de donde venía el sonido.

La voz que habló antes se escuchó de nuevo:

-Vos sos razonable, pensá, a mi no me podés matar.

Una imagen se apareció detrás de él. El Narigón lo apuntó y desapareció de golpe.

El maleante se mojó su transpirada cara, el temblor de la mano casi le impedía sostener su pistola.

Se miró en el espejo y vio que chorreaba sangre. No se sentía herido pero sí lo veía. El reflejo del cristal mostraba a alguien deformado y sangriento.

En eso ve detrás a un tipo sentado en el inodoro, atado y amordazado.

-¿No crees que es mejor irte? – aconsejó la voz.

Él asintió con la cabeza.

Dio media vuelta y bajó corriendo. Con tal mala suerte que se llevó por delante un zapato que el Gallego había dejado allí para escuchar si alguien bajaba.

Tropezó y cayó, llevándose varios escalones por delante y su cabeza dio contra el piso.

Nuevamente, alguien lo arrastró mientras estaba inconciente.

El Gallego fue a ver qué era el terrible ruido que escuchó.

Llamó al Narigón y nada. En el piso superior no estaba, abajo tampoco. Solo tenía el maldito zapato que encontró en la planta baja.

Insultó por dentro. Estaba solo en esa casa que parecía embrujada.

Se sentó en la cama y dijo en voz alta:

-Te crees listo. Yo te voy a encontrar.

Una carcajada se escuchó.

Revolvió toda la cama. Abrió el colchón con una navaja. De los placares sacó toda la ropa.

-Qué desorden. -Dijo tranquila la voz.

Levantó la cama y nada. Salió y vio dos figuras maniatadas. Una colgaba de un gancho y la otra estaba toda hinchada por los golpes.

Corrió hacia ellos. Debían ser sus compañeros.

Estaba solo con un psicópata.

Cuando estaba por tocarlos la imagen desapareció.

En su lugar solo había una nota.

“Yo que vos no me doy vuelta”

Giró y en ese instante una persona que llevaba una capucha y tenía una Hoz en la mano derecha y una pistola en la otra dijo detrás de su máscara:

-No es muy obediente. -Tiró la hoz y agregó- Déme su arma. Verá, no soy asesino pero puedo empezar.-

Le dio su pistola a regañadientes y el hombre le ordenó que se diera vuelta y pusiera sus manos detrás, acto seguido le puso unas esposas.

Ahora que nos entendemos, acompáñeme…

Le hizo señas de que bajara y después lo llevó hasta una habitación secreta llena de aparatos electrónicos. Tenía cámaras en toda la casa, y computadoras, Que registraban todo lo que sucedía afuera de ese lugar.

-Mi oficina- Dijo el enmascarado.

Allí estaban en unas sillas amordazados sus compañeros. Las manos atadas atrás con cuerdas sujetos.

-¿Qué les hizo?

-Ah, nada en realidad. Solo tienen chichones y un leve somnífero.

Le acercó una silla y le ordenó ponerse cómodo.

-Ahora, antes de amordazarlo, dígame: ¿Quién los mandó? Debo confesar que fue el más listo de los tres, pero se olvidó que ya no son necesarios los cables. Y la mayoría fueron montajes que yo hice desde acá. Si habrían sido mas discretos al llamar, quizás me habrían atrapado.

-El jefe quería verlo.

-Ah, ese tonto.- se sirvió un vaso de Wilkie- Está un poco quedado en la historia. Bueno, la charla está interesante, pero debo ver qué hago con ustedes- sacó una cinta y lo amordazó.- Disculpe usted, no soy amable con los intrusos…

 

Autora: Agostina Paz. Buenos Aires - Argentina.

agostinapaz2016@gmail.com

 

*Hoja de vida de la autora.

 

 

 

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