“La mutación”
Se cuenta que hace cientos de años, tal vez
miles, los mosquitos conocidos como zancudos, científicamente denominados
Culicidae hematófagos por su inclinación a la sangre, sus patas largas y
delgadas, tenían una de las voces más agudas de la especie.
Ciertamente el insecto anunciaba su presencia
con un murmullo capaz de volver loco a cualquier cuadrúpedo, o a tan prodigioso
ente como el ser humano.
Cientos de décadas tuvieron que pasar para que
estos insectos homófagos necesitaran mutar para preservar su especie.
Se cuenta que de un día para otro los zancudos
enmudecieron, el homo sapiens, el amo de la tierra empezó a sufrir las
consecuencias de tal mutación.
Así sucedieron las cosas en el mundo de los mosquitos;
he aquí, cada vez somos menos los habitantes de “Zancudolandia”, las
estadísticas no nos favorecen, irremediablemente estamos desapareciendo, poco
falta para la extinción, por esa razón hemos hecho venir a nuestros mejores
galenos en la especialidad de otorrinolaringología para tomar una medida, ya
que por causa de nuestra voz aguda así como los humanos quienes nos aniquilan
de un manotazo estamos al borde del exterminio.
Largas horas pasaron antes de que los galenos de
patas largas y delgadas llegaran a un acuerdo; Mm… ya hemos tomado una decisión
a nuestro problema, para ello sacrificaremos la portentosa voz de nuestra
especie, de ahora en adelante iremos por la vida enmudecidos para no alertar a
nuestra comida, “la sangre nuestra de cada día”.
La sala de conferencias llamada “Glóbulos
rojos”, quedó en un silencio sepulcral, nadie se atrevió a contradecir tal
solución, después de todo los médicos tenían la última palabra, ellos cuidaban
de la salud del colectivo en “Zancudolandia”, los doctores aplicaban
inyecciones, ponían cabestrillos, amputaban patitas destrozadas por un
matamoscas, asimismo ponían prótesis de patas y manos para que de forma
independiente continuaran la vida con normalidad, la de picar para sobrevivir.
Después de largo rato se escuchó una vocecita
que de manera temerosa dijo, ¿cómo haremos para enmudecer?, si nuestro canto es
la energía que alienta a la sagrada supervivencia, nuestro chillido nos orienta
para llegar al sitio exacto donde posar nuestro aguijón, ¿cómo le haremos sin
voz?
Los zancudos galenos se miraron unos a otros,
suspiraron profundo, carraspearon, finalmente el director del hospital
“Mosquino” dijo sin preámbulos, no encontramos otra salida, nuestra voz a
cambio de la vida y la descendencia.
Los unos murmuraban, los otros sollozaban, las
madres de los zancuditos no cesaban de rezar al Dios Moscón.
Los doctores zancudos, estetoscopio en el
cuello, bata blanca, guantes de látex, mirada inteligente, estudiaban el caso
con gran cuidado.
Eh aquí lo que haremos, quitaremos el área de la
voz en el cerebro de cada zancudo que nazca, así al término de tres o cuatro
generaciones no habrá necesidad de cirugía, ya que nuestros descendientes
nacerán sin voz, así ganaremos la guerra contra las especies dominantes.
Después de largo rato fueron saliendo de la sala
de conferencias al vuelo uno a uno de cuántos fueron testigos de tal
acontecimiento; por eso en la actualidad los mamíferos se rascan de pronto sin
saber que ha pasado, ¿somos nosotros?, preguntó Hematocito un zancudillo de
solo cuatro años a su abuelo que le cuenta la historia en lenguaje de señas,
así es, contestó el tata, somos nosotros que al alimentarnos dejamos la huella,
una roncha que se empieza a notar después de que hemos comido.
Gracias a los médicos que hace mucho tiempo
tomaron la decisión de quitarnos la voz para conservarnos por la eternidad.
Autora: Alba Miranda Villavicencio.Ensenada, Baja California, México.