Toqué el cielo con las manos.
La amistad era el pretexto para que nos acercáramos y pasáramos muchas horas entendiéndonos cada vez más.
Cuando mis ojos encontraban su mirada, nuestra comunicación fluía en un idioma sin palabras, pero eran pocos segundos.
Ambos sentíamos, en secreto, algo de curiosidad por experimentar otro tipo de sensación.
Nuestros corazones se animaron a salir del exilio que se habían impuesto y consiguieron burlarse de esa absurda soledad.
Por eso, mientras miraba mis manos deslizarse sobre su piel, Me sentí flotando en un ancho mar de nubes.
Autor: Mario Gastón Isla. Bariloche, Argentina.
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