Testimonio Personal.
En muchas ocasiones, creemos ingenuamente
los seres humanos que tenemos el suficiente poder de planear todo lo
concerniente a lo que deseamos que ocurra durante el transcurso de nuestra
vida, lo planeamos con tal meticulosidad, que según
nosotros, nada puede fallar. Conforme pasa el tiempo, nos vamos dando cuenta
con asombro que nuestros planes se están realizando mejor de lo que habíamos
pensado. Pero un buen día, nuestra fragilidad como simples humanos se
manifiesta de tal manera que sacude los cimientos más profundos de nosotros
mismos, hasta hacer tambalear nuestra cordura, debido a un suceso que no
habíamos contemplado ni siquiera en el peor de nuestros sueños; ese incidente
nos toma por completo desprevenidos, alterando todo a nuestro alrededor sin previo
aviso, sin consideración alguna, y casi siempre, sin piedad.
Mi nombre es Ernestina Loaiza Gutiérrez y esto fue lo que me pasó
hace 10 años, yo creí que en mi vida todo estaba ya resuelto, contaba con un
empleo donde me desarrollaba profesionalmente con éxito, vivía con mi familia,
contaba con amigos, mi salud era óptima y también disfrutaba de la presencia de
un hombre a quien llegué a contemplar como el posible “compañero de mi vida
futura”.
Jamás pensé que todo podía cambiar de un momento a otro, nunca
contemplé la posibilidad de que las consecuencias de tomar decisiones erróneas
algún día llegarían. A nadie le gustan los cambios inesperados, y menos si
éstos son desagradables, nos hacen sentir como si de la noche a la mañana
camináramos en laberintos que nos conducen a callejones sin salida.
Acudí a infinidad de médicos que me pudieran ayudar, pero mi
búsqueda fue inútil; ocurrió lo inevitable, a pesar de múltiples medicamentos,
de barias operaciones y diversos tratamientos, las córneas de ambos ojos se
habían ulcerado por el uso frecuente de lentes de contacto sin aplicar
suficiente lubricante. Por un momento existió una esperanza, un trasplante de
córnea que se llevó a cabo con éxito, pero al paso del tiempo, y después de dos
rechazos, mis ojos comenzaron a ver muy borroso, el uso indiscriminado de
cortisona estaba inflamando los globos oculares de tal forma que sobrevino el
glaucoma, y, por consiguiente, la ceguera. Cuando los médicos determinaron que
ya nada se podía hacer, me dieron el último diagnóstico lapidario y una lista
de centros de rehabilitación y palmeando mi hombro me animaron a que continuara
la vida sin ver. Con esto mi vida dio un giro de 360 grados sobre la nada. El
piso desapareció ante mis pies, las pérdidas se suscitaron en cascada, lo perdí
casi todo, trabajo, amigos, dinero, independencia, libertad de acción,
seguridad en mi misma, mi carrera, y para rematar, el
amor de mi pareja, quien ante los nada prometedores acontecimientos que se
avecinaban, prefirió marcharse para no sentirse comprometido a ayudarme a
enfrentar mi tragedia. Esto me sumió en una profunda depresión que duró un año
entero, no podía salir de mi casa. Asistir a un centro de rehabilitación era
impensable, y utilizar un bastón de apoyo ni siquiera cruzaba por mi cabeza,
era mucha mi vergüenza para permitir que alguien conocido me viera ante lo que
yo consideraba mi peor fracaso. Mi autoestima se esfumó, y el pulpo de la
soledad me abrazó día y noche con sus múltiples tentáculos, aprisionando mi
alma en una densa nube de desolación. Aparentemente todo estaba perdido y yo
estaba rota, pero yo no poseía la última palabra, sobre mi vida estaba la mano
de Dios, él abrió caminos donde no existían, sólo escombros de un ayer que ya
no habría de volver. Dios puso en mi corazón el deseo de asistir a un Instituto
donde pudiera aprender a moverme otra vez con seguridad, en el cual aprendí a
tener humildad, pues conocí a muchas personas que tenían más problemas que yo y
aunque salían adelante, me permitieron olvidarme de mi misma y de mi pena para
aprender a pensar e interesarme por los demás. Pero la Licenciatura en
Administración de Empresas que yo había adquirido en mi vida pasada, ya no me
servía, así que comencé por estudiar otra Carrera, cursé la Licenciatura en
Teología, y durante la Pandemia terminé una Maestría sobre lo mismo. Ahora
estoy cursando un Diplomado en Tanatología, que me ha ayudado mucho a entender
mi pérdida, además he cursado innumerables cursos y talleres de sicología y
desarrollo humano, y actualmente ya estoy dando consejerías vía telefónica;
gracias a esto, ya estoy percibiendo ingresos económicos, además, en el Centro
de rehabilitación, me enseñaron a utilizar de nuevo la computadora mediante el
uso del programa parlante JAWS, con lo que he tenido la oportunidad de escribir
mis artículos de Autoayuda, los cuales me permiten reforzar a mis pacientes en
sus terapias. Durante este proceso, subió mi Autoestima, y ahora he podido
comprender que a pesar de perder la vista, mi valor
como mujer no desapareció, que con la bendición de Dios, y con dignidad y
respeto puedo salir adelante en la vida
“Dios es Dios de lo imposible. Y para el que cree, todo le es
posible”.
Autora:
Ernestina Loaiza Gutiérrez. Naucalpan, Estado de México, México.