SE LLAMA EUQUICHA.
Introducción
Es un cuento
tomado de la realidad, donde se puede ver el comportamiento de alguna sociedad
ante el discapacitado, sobre todo ante el discapacitado visual, el mismo que,
es vapuleado, menospreciado, un ser invisible para autoridades, por el sólo
hecho de sufrir una deficiencia física; así mismo, son humillados y ofendidos,
al extremo de llegar al maltrato (“los ciegos sólo sirven para vender
caramelos”), infeliz expresión de personas sin sentimientos y sensibilidad.
Sin embargo, los apocadores, no se dan cuenta
o ignoran que, existen miles de personas por el mundo, con discapacidades
diferentes las que, sobresalen por sus extraordinarias cualidades, en uno u
otro campo, logrando contribuir con el desarrollo de la humanidad.
Eulalia: un ejemplo
Eulalia, fue una niña, hoy es una mujer que se
acerca a los setenta años de edad, un ser humano con discapacidad visual que,
desde muy pequeña quedaría sin poder ver la luz del sol , siendo para ella los
días la extensión de un manto obscuro y permanente ; sin embargo, la eterna
obscuridad, como se verá, se convertiría en Iluminación interior, acompañada
con un don superior, por cuanto a sus manos han llegado personas con infinidad
de dolencias que, la misma medicina no ha podido darle solución, uno de ellos,
la persona que aparecerá en adelante, quien fue alumno y su paciente a la vez.
A uno de los
personajes, a quien lo llamaremos en adelante Sr. Heja.
La vida le habría de deparar a sus setenta años de edad, grandes sorpresas
relacionadas con la salud, primero con la visión, la que, repentinamente había
empezado a perder; dos años más tarde, estaría a punto de ser operado de las
vértebras lumbares L3 y L5 por haber sufrido una subluxación en esta zona de la
columna vertebral, cuyo diagnóstico, requeriría de una inevitable intervención
quirúrgica para su recuperación; sin embargo, hoy está por sobre los ochenta
años gozando de buena salud, gracias al ser alumno y paciente de EULALIA.
Desde el primer momento en que ocurre la
pérdida de la visión, hasta la infeliz lesión lumbar, la vida de Heja transcurre en medio de impotencias físicas y traumas
emocionales, llegando a sentirse un ente incapaz e inservible dentro de la
sociedad; sin embargo, recorre caminos desconocidos que, le van señalando las
personas que lo reconocen recibiendo de ellas algunos consejos a donde poder
recurrir en busca de su mejoría.
Es así que, llega a
una Institución donde rehabilitan emocionalmente a los adultos mayores CERCIA
(Centro de Rehabilitación para Ciegos Adultos Arequipa), lugar donde, por el
extraordinario trato que se le da al adulto mayor, es donde empezaría a retomar
el sentido de la vida. Así mismo, es el Director
(Walter Denier) quien lo convence para que se quedara en la institución, debido
a la inseguridad y desconfianza de Heja.
En esta Institución, logra completa
rehabilitación emocional, psíquica y social, dado el amable y extraordinario
trato de parte de cada uno de los miembros que asisten a los adultos mayores.
Aquí es el lugar donde el discapacitado visual es tratado como persona, como
ser humano, haciéndolo sentir miembro de una sociedad…
Es aquí donde el adulto mayor que, por
circunstancias de la vida ha perdido alguno de los sentidos, por lo que no se
puede valer, teniendo que depender de algún familiar, lo hacen sentirse
independiente enseñándole el manejo del bastón blanco; puede caminar libremente
por las calles sorteando obstáculos, puede cruzar las calles por sus
respectivas esquinas o bordear los postes de alumbrado que han sido colocados
“inteligentemente” por urbanistas de alto sentido social en el centro de la
vereda para que los discapacitados visuales se estrellen, pero, el uso y buen
manejo del bastón, no lo permitirá.
Así mismo, se les prepara para la vida diaria,
a escribir y leer por el Sistema inventado por aquel que, a temprana edad
perdió la vista, Louis Braille. Por otro lado, se les enseña a manejar la
computadora y muchos aprendizajes más; lo bello de esta Institución radica en
la calidad humana de los miembros del Centro de Rehabilitación, mostrando su
afecto, amor y pasión por lo que entregan de sí, hacia sus alumnos con
discapacidad.
Heja, empezaba a
vivir nuevas emociones, había cambiado su estado emocional, era partícipe de
todas las actividades que realizaba CERCIA como, los paseos campestres, asistía
a los paseos que algunas instituciones ediles los invitaban para ir a disfrutar
de las playas veraniegas. Es decir, su vida empezaba a desarrollarse en medio
de nuevas emociones, nuevos aprendizajes, nuevas relaciones de amistad con
personas mayores o de la misma edad.
Sin embargo, no sería largo y permanente este
estado anímico, habría de presentársele la segunda complicación con su salud,
por cuanto al realizar una indebida fuerza, le provocó la subluxación de las
vértebras lumbares L3 y L5, quedando imposibilitado de caminar y postrado
durante seis meses en silla de ruedas.
Luego de varios meses tratando de conseguir
una recuperación, se puso en manos de un Traumatólogo, con la idea de que, este
médico, por lo menos, le resolvería la terrible dolencia por la que no podía
movilizarse.
-
Ud. debe hacerse atender con un
neurólogo, dijo el traumatólogo.
-
Efectivamente, el médico
neurólogo, de inmediato ordenó una resonancia magnética. “Esto requiere de una
operación”, dijo antes de recetar la placa respectiva.
“Son las ocho
de la noche, los espero hasta las diez, para conseguir la cama de inmediato y
mañana mismo lo estamos operando”, dijo dirigiéndose a la hija que acompañaba a
Heja.
El costo de la operación bordeaba los doce mil
soles.
Al Dr. Se le veía los ojos grandes como los
faros de un Wolswagen, a su vez, le bailaban los
mismos como contador de combustible malogrado. “Esta presa es mía…”, diría.
“Es muy alto el costo”, dijo la hija.
De inmediato se le truncaron todas sus
expectativas, se le pudo ver el cambio anímico, por lo tanto, no quedando en
nada.
Con algunas recetas que, algunos “entendidos”
se acomedían en aconsejar para ser aplicadas, Heja
pudo dar pasos cortos y muy lentos, de esta manera podía desplazarse hacia
CERCIA.
La niña
Eulalia (Euquicha)
Aun siendo muy niña, antes de ver la aurora del día, a sus
ojos la luz del sol se le había negado; a cambio, Dios le ha puesto en sus
manos hermosa y misteriosa sabiduría.
Euquicha, tenía
apenas seis años, desde ya pastaba su ganadito: cinco ovejitas, cuatro
cabritas, dos de ellas con sus pequeñas crías. Ayudaba así a mantener la
solvencia económica de sus padres; mientras tanto, ellos se dedicaban a la
labranza de sus pequeños terrenos agrícolas.
Un día como de costumbre, antes de
salir al pastoreo con el ganadito, su madre le sirvió su desayuno consistente
en un jarrito de agua caliente con unas hierbas aromáticas acompañado de un
puñado de maíz tostado con un trozo de queso de leche de cabra y unas hojitas
de hierba buena. “Es para que no le duela su barriguita”, decía su mamá.
Una vez terminado su “apoteósico” desayuno, la
niña se anticipó a su papá para retirar los palos que conformaban la tranquera
del pequeño corral donde descansaban los animalitos; como nunca, estaba alegre,
llena de felicidad. Empezaba a salir el ganado, en su desesperación de salir lo
más pronto posible al campo, una de las ovejas la tumbaría al suelo. Habiendo
caído de bruces, pasando sobre ella los demás animales, resultó con un
abultamiento en el centro de la frente (“chichón “), al que no se le daría mayor
importancia.
El padre, al darse cuenta, acudió a
socorrerla, alcanzando a levantarla, sacudirle sus polleritas de colores y
abrazarla; ella se limpió su carita, colocose su
sombrerito.
¡Aquí no pasó nada! -dijo el padre,
dándole ánimo y así disipar el susto.
La niña se repuso, se levantó
sorprendida con la mirada perdida, como queriendo decir algo sobre lo ocurrido.
Luego, miró que su ganadito se alejaba por lo que, emprendió carrera para
alcanzar a sus engreídos, siendo seguida por su perrito, el compañerito de
todas las jornadas de pastoreo aquel que, corría detrás del animalito que se
alejaba y con su ladrido obligaba a retornar al grupo para que no se apartara.
¡Pobre mi hijita! ¡Pobre mi hijita!
Se dijo para sí el padre al ver que se alejaba feliz al alcance de los
animalitos que le habían sacado ventaja; regresará por la tarde como siempre,
volvió a decirse. Pero, esta vez, la tendrían que ir a buscar los padres y un
grupo de vecinos; los animales por sí solos habían llegado al corral y sin su
pastora.
Un terrible dolor cerebral le aqueja,
la agobia, no la deja, no ceja…
¿Qué hago? -decía su madre.
Resiste, la medicina no lo despeja;
por las noches el sueño no concilia, dura es su aflicción al despertar. Los
padres buscan calmantes, piden auxilio, la congoja los hace delirar. En un duro
batallar recorrían día a día, buscaban alivio al infortunio de la niña; piden a
Dios, recorren hospitales, ruegan a los doctores que a su ceguera le devuelvan
su mirada y le quiten los males.
En oportunidades la miraban los vecinos cómo
cargaba entre sus brazos a las pequeñas crías, cuando éstas no podían seguir a
sus madres por ser muy tiernas y no poder caminar al ritmo, o cuando las
distancias eran muy apartadas para conseguir el alimento, teniendo que,
cargarlas para que amamantaran; así mismo, la miraban en pleno pastoreo con su
perrito al costado, acariciándolo, pasándole sus manitas por sobre su lomito,
mostrando su lado afectivo por los animales.
En la Comunidad, los vecinos y
pobladores que conocían a los padres de la niña empezarían a sentir pena por lo
que le había ocurrido a la niña Eulalia.
¡Pero si la hemos visto muy bien! -se
decían. Era modelo y ejemplo para los demás niños y para algunos mayores, se le
veía muy feliz pastoreando a su ganado comiendo el “Ichu”
(pasto natural que crece en las alturas a más de tres mil quinientos metros
a.m. muy consistente en la alimentación del ganado vacuno, ovino o caprino).
El tiempo transcurría, y no había señales de
recuperar la vista. Los vecinos preguntaban diariamente sobre el estado de
salud de aquella pequeña que, se dejaba ya empezar a extrañar por la ausencia
tan prolongada, sobre todo, por la alegría con la que siempre la miraban tras
de sus animalitos.
Algunos vecinos, se aprestaban a ayudar a los
padres llevándoles algunas hiervas para que las tomaran en mates, otros
llevaban plantas silvestres que, según la tradición, servirían para hacer
“machacados” y colocarlos en la cabeza a manera de “emplastos”. Otros, tenían
la esperanza y la fe de que se recuperaría, pero… Nada…
Nada daba a los padres un resultado alentador,
en el que pudieran ver a su pequeña hija tal como era antes de quedar ciega.
Llegaron a recurrir a los “chamanes” o “adivinos” para que les dijeran el mal
que le habría causado la pérdida de la visión, ninguno de ellos acertaría el
mal que la niña sufría.
En vista de los grandes esfuerzos
realizados para que pudiera recuperar la visión y al no encontrar aliento
alguno, aconsejan a los padres, trasladarla a otra ciudad para que pudiera ser
revisada por un buen médico, y estudiar, puesto que la niña, se empecinó en
querer aprender algo. “Puedo tejer”, -decía; “es más, ya tengo siete años”, lo
decía con mucho ánimo, fortaleza y entusiasmo.
Habían hecho los esfuerzos necesarios para
conseguir algún dinerito, vendieron sus ganaditos, las cosechas que bien
guardadas tenían, también fueron vendidas y así, se trasladaron de la lejana
Comunidad donde vivían a la ciudad de Puno. Luego lo harían a la ciudad de
Arequipa para matricularla en un Instituto para niños ciegos.
En aquel Instituto culmina sus estudios
Primarios y Secundarios, aprende muy rápido el tejido con “duranas”
(palitos de madera), era lo que más le apasionaba; la Profesora se da cuenta de
su habilidad para pasarla a que aprenda a manejar las máquinas para tejer
indumentaria en mayor escala, por cuanto, se le había conseguido una empresa
que le exigía más producción.
Es así como al ver sus cualidades en el
aprendizaje, le aconsejan que estudie la carrera de Educación, llegando a
graduarse entre las tres primeras de su promoción; luego, estudiaría
Fisioterapia en un Instituto para ciegos (Luz y Alegría). No queda satisfecha
con lo conseguido, se matricula en Centros Superiores donde imparten cursos de
Reflexología, Quiropráxis, acupuntura y otros, para
luego estudiar Medicina Alternativa; nada la detenía en sus inquietudes,
deseando superarse.
Heja dice…
Aquella niña que la luz del sol a sus ojos le
había negado, no era su desdicha. Nuestra Señora de los Ángeles la ha cobijado;
hoy es mi Maestra ¡Euquicha! Sin saber de su
existencia, a sus misteriosas manos fui a dar y esos masajes angelicales en
noventa días quitaron mis males
¡EUQUICHA! ¡Euqicha!
Te llevaré por siempre en mi corazón hasta el día que deje de existir, sabiendo
que tu nombre será inmortal.
Hoy, al rendirte honor y pleitesía, quiero que
sepa Arequipa y el mundo que, tus manos guardan misterio profundo. Esa eres tú,
Eulalia Quispe Chambilla
Epílogo
La niña Eulalia, al querer sacar por su propia
cuenta los palos que cerraban el corral, o retirar la tranquera, para sacar a
sus carneritos y sus cabritas con sus crías para llevarlos al campo; fue
atropellada por la oveja más grande, cayendo al suelo…, sin mayores
consecuencias. Cuando su padre la ayudó a levantarse, sacudirse e ir corriendo
junto a su perrito que, alegremente la seguía.
Luego de pasar el susto, por el atropello
sufrido, se levantó y corrió a alcanzarlos y como si nada habría
ocurrido, sin saber por qué, los dirige hacia otros lugares distintos a los
que, normalmente los pastoreaba; lugares más alejados a los que jamás había
antes conocido. Sin embargo, había gran cantidad de pasto, casitas alejadas
unas de otras, rodeadas de árboles y los andenes con sus canales de regadío.
Por la tarde los animales llegaron solos y se
metieron al corral, los padres al llegar a casa,
pudieron ver que el ganado estaba ya en el establo y la tranquera abierta, les
llamó la atención que Eulalia no había cerrado el corral… Al llamarla por su
nombre, la niña no estaba; el sol ya se perdía en el poniente, la llamaban
desesperadamente y nadie respondía. El miedo se apoderó de los padres,
preguntaban a los vecinos, ninguno daba razón de la niña… Empezaría la
angustia, el temor de que algo grave le habría ocurrido…
Empezó la búsqueda con la ayuda de algunos
vecinos a los que se les había comunicado su desaparición; lo primero que
hicieron fue dirigirse al lugar donde normalmente llevaba a pastar sus
animales, pero, no la encontraban por ningún lado…
De pronto, un vecino que conformaba el grupo,
pudo sentir el tropel de un caballo que, cada vez era más cercano;
efectivamente, era un hombre montado a caballo; raro personaje de unos
cincuenta años, con un sombrero a lo “chalán”(grande y
de ancha ala), de ojos grandes y de mirada profunda, con barba crecida, montado
en un corcel blanco; los ribetes de la montura adornada con hilos plateados, lo
mismo que, los estribos y la rienda, estaban estampados en cuero repujado. Al
acercarse, todos lo abordaron para preguntarle si había visto a una niña.
Sí, respondió, está al costado de un “raccay” sentadita como que espera a alguien que está en el
interior de la casucha. Todos se dirigieron hacia el lugar, pero, al no llegar
pronto, dudaron de lo manifestado por el hombre, al que jamás habían visto. Sin
embargo, los padres, siguieron adelante pudiendo ver que, allí estaba la niña
Eulalia con su carita humedecida por el llanto, sin poder mirar, sólo reconocer
la voz de sus padres y abrazarlos.
Autor: Héctor Paredes Cuadros. Arequipa , Perú.