Margo, un ángel sin alas.

 

 

A veces cuando las personas son felices y todo está bien, no te das cuenta de lo que puede causar una ruin ca da. Porqué, cuando ya todo va peor, te das cuenta de lo que has dicho y hecho mal, y es entonces cuando te arrepientes y dices metí la pata, y fue hasta el fondo.

Eso me pasó cuando tenía ocho años, estábamos celebrando un año más y todo pintaba bien. Me esperaba una nueva escuela, me comprarían mis nuevas muñecas, ver a más episodios de Doctor Paul, nuevas mascotas Pero en ese momento, también había cosas que me dejaban pensando, mientras todos tomaban vino y comían uvas, colocando arroz y lentejas en sus monederos para tener suerte (solo creencias) yo pensaba en el molesto y llamativo collar amarillo de papel que mi hermana, a sus 5 años me había dado; escuchando el molesto sonido de los fuegos artificiales y el ladrido de los perros y de pronto el mundo se detuvo. Se detuvo porque el arroz rabe con puré de patatas estaba frente a mí, diciéndome sin palabra que lo comiera. Luego me di cuenta de que el silencio que se había hecho en mi sala, lleno de toda mi familia era por una impresión. Mi tío había llegado con alguien: una mujer había cruzado junto a él en el umbral de la puerta y tras breves presentaciones, descubrimos que se trataba de mi futura tía. Grabe error.

Unos meses después, cuando la señora se había ganado la confianza de mi abuela tras insistir y rogar que su hija, que había tenido con otro compromiso llegara a mi casa de visita, por fin vino. Yo sabía quién era la niña, tenía mi edad aproximadamente y decían, (sin querer que yo lo supiera y sin saber que yo las estaba escuchando a escondidas) que querían que yo tuviera una amiga. Mi hermana era muy pequeña para serlo y, como hasta ahora por ladiscapacidad visual solo conocía, según ellas, a puros niños raritos luego de oír esa palabra seguida de risas estridentes me aparté con lágrimas en los ojos.

Sabía que mis amigos eran diferentes, pero eso me convertían en uno de ellos. No podría imaginarme así y luego reírme. Y entonces supe de la importancia de no escuchar tras las puertas y de que ignorar las cosas te hace feliz. Al menos no saben de qué están criticándote.

En fin. Una de esas mañanas cuando me había olvidado del incidente y estaba sentada en mi mesita de madera reflexionando (pues esa mesa me confortaba al dibujar con el poco resto visual que tenía, hacer manualidades con corrospóm, jugar con mis muñecas) y de fondo se oía una música tenue de salsa (mi momento salsero estaba en su apogeo) fue cuando entró la señora, mi futura tía y detrás de ella, con pasos no tan seguros, la seguía su hija.

Mi mamá nos presentó en un santiamén y nos pusimos a jugar mientras ellas compartían consejos de como dorar bien el pollo

Hola, ¿quieres jugar un rato? dije, convencida de que no me respondería. Los niños de mi edad nunca me respondían y tal vez ella

Sí Mira, traje mi juego de té, Es rosita y mejor ya jugamos respondí rápidamente, aunque con una suave voz casi susurrante, como si no quisiera que hiciéramos ruido.

Ya. te vas a colocar estas tazas aquí y me vas a dar el té añadió  con una sonrisa porque que alguien cooperase y me hablara de la nada era un logro. Luego me arrepentí. Me iba a dar la taza en las manos y yo no ve a bien donde estaba la taza rosa. Mira lo rosa me dije repetidas veces, entrando en pánico. Hasta que ella me la dio en la mano.

Esa fue la primera vez que jugamos. Cuando se fue le pregunté su nombre, se llamaba Margo y era la primera niña que no me decía: ¿Cuántos dedos ves aquí?, ni se reía por mover mis ojos o porque no caminaba bien. Fue agradable. Y en primera instancia me parecía raro.

Luego, cuando ya llevábamos una década siendo amigas, primas y familia, me confesar a que ese día le pareció raro que mirara a todos lados y que me pusiera nerviosa sin razón aparente. Nadie le había explicado que yo no veía y lo dedujo ella solita.

Luego de unos meses viviendo con ella. De hecho, relativamente en la misma casa y, a veces, dándose algunos pequeños encuentros casuales en las escaleras, en el patio o en la puerta que da afuera, escuché algo escalofriante desde mi cuarto.

¡Estaba repasando el acento diacrítico con mi mamá, con el libro abierto sobre la cama, cuando escuchó un grito fuerte no, no lo he roto yo! Decía indudablemente Margo con una voz llena de pánico.

Fue la primera vez que la señora le pegó frente a nuestras narices y mi mamá córríó . El libro cayó al suelo y mi mamáco rríó escaleras arriba, reaccionando. La señora, Vivian, justifica su acción diciendo que Margo, lavando los trastes, había roto una taza y que debía pagar por lo que había hecho.

Los años siguientes fueron así. Todos sabíamos que Margo estaba siendo maltratada y nadie hacía nada por evitarlo. Mientras crecía, una sensación de injusticia y resentimiento aumentaba en mi corazón, día tras día.

Pero, a su vez, la incluíamos siempre en nuestra familia. Margo no tenía nuestro apellido, pero era una más. Mientras que su madre había construido un cuarto en el último piso, polvoriento y sin embargo, donde Margo vivía a sola y bajab a para pedir servicios y comida que, por cierto, cuando solía salir temprano, no le abrian la puerta, por lo que ella se iba siempre a comer a la esquina a la calle, además de usar nuestro baño. Eso, según ella, según su corazón estrujado, era amor maternal. Creí a que todas las madres les mandaban a lavar ropa y trastes, a cuidar a sus hermanastros y ser niñeras y si no lo hacían bien terminaban con un golpe en la mejilla, que las madres pegaban con una especie de látigo.

Nuestra familia le enseñó muchas cosas. Desde la vocación por ser libre y dejarle cantar, no callarla y aunque lo hiciera mal que lo intentara.

Le enseñamos a no mentir, agradecer y tener valores morales; a pedir, a exigir y reclamar. Le enseñamos a disfrutar un domingo por la tarde en el parque; que los hermanos son hermanos, y no cargas para cuidar. Le enseñamos que los errores se cometen siempre, pero no se cobran.

Mi madre, que es profesora, le enseño matemática todos los martes sin decirle nada a Vivian y Margo, luego de la escuela, venía a nuestra casa a estudiar, a aprender y preguntar.

Yo le enseñe comunicación, inglés y algo de ciencias, pero tal vez era solo un pretexto para hacer la página del libro de texto y ver toda la tarde una serie para niños, Bluey, capítulo tras capítulo, y analizar qué significado tiene cada juego.

Es parte de los ni os, pero no imaginen que lo hacen ver más realista decía una Margo de 13 años sentada en el sillón, a mi lado.

Sí, y me hace, años por qué, pensar en mi familia porque somos así , no crees? y pasábamos toda la tarde pensando en teorías conspirativas de lo que pasar a luego y hasta no terminar la serie no nos habíamos sentido tan felices. Tal vez derramamos lágrimas de alegría por verla, pero lo importante vení a en el trasfondo de pasar con ella el tiempo, y de algo que luego se volvía a repetir cuando vimos una película.

A mí, personalmente, no me gustan las películas por el hecho de no ser descriptivas y Margo me cambió de perspectiva.

Una mañana. bajo entusiasmada porque le gustába una especie de investigación en una desaparición en la é poca victoriana con estilo, y ella me mostró que en la página de la película había una especie de opción.

Te lee esta canción en inglés, y también te dice lo que están haciendo murmur , colocando esa opción en su teléfono.

Yo estaba feliz, pues ella me cambio algunos aspectos como ese.

Gracias, ahora voy a instalar eso en mi celular.

Pero espera, encontre algo el otro día. Es un juego a adió, más feliz mientras decía cada palabra, es una especie de juego de cocina que tiene efectos de sonidos muy bonitos. Dame tu teléfono.

Recuerdo que ese día me lo instaló y, aunque ella no sabía cómo manejarlo, descubrimos como hacerlo entre risas, errores y anécdotas futuras.

Después de un tiempo, recuerdo que una tarde cuando preparába helado de menta, mi favorito, nos preguntó si podíamos hacerle un favor,  Quería una fiesta de 14 años, pero no tenía el dinero para el local, deseaba que le prestáramos nuestra casa en otro lugar, acondicionado como local. Aceptamos, y la forma en la que dijo su indirecta: es que mi cumpleaños Es que, pensaba hacerlo en una casa de campo .

Le daban la negativa hasta que me lo dijo sin pelos en la lengua. Ese d a la abrazamos y comimos el tan delicioso helado.

Mientras tanto, tras tantos meses divertidos, Vivian por su parte maltrataba a Margo silenciosamente. Nunca mencionaba el hecho cuando venía a vernos. Nunca mencionaba como era vivir con su madre. Hasta que una tarde su madre se negó hacerle una torta por la que su hija misma había pagado para su cumpleaños en la escuela. Una madre, lo haría desinteresadamente. Margo le pagó y Vivian nunca hizo el trabajo. Se agarró el dinero y ella salió llorando por la estafa de su propia madre.

Todo empeoró ese mismo año, ella decidió ir de retiro y su mamá no le dio el permiso, no quería firmar y darle algo de dinero, algo de la pensión de su padre exclusivamente para su viaje, Ella estalló y al rebelarse fue golpeada cruelmente. Mi propio tío, mi propio tío ni se metió en la pelea frente a sus ojos. Yo, en el piso inferior estaba llorando de impotencia sin poder hacer justicia.

En otra oportunidad ella se negó a cuidar a sus hermanos por el hecho de querer salir con sus amigos, Vivian le gritó y la golpeó. Si no puedes ayudarme a cuidarlos -dijo-, no sirves para nada. Te alimento para nada. ¿Por qué no puedes ser útil de una vez por todas?

Fue en ese momento donde la guerra estalló.

Yo, lo peor de todo, con 16 años menos y con más raciocinio no estaba en esa casa para defenderla. ¿Qué podría hacer, de todos modos?

Me enteré cuando pasaron días sin verla, y al principio creí que se hallaba en su viaje de estudios que se producirí a en esa semana, yo juraba que era así hasta que mi mamá, triste y con muchas lágrimas empañando sus ojos y su corazón, investigó a fondo hasta comprender lo que estaba sucediendo.

Se trataba de una situación más delicada. Yo sabía que mi mamá había estado empoderando a Margo para que no viviera lo mismo, para que rompiera el círculo de una vez por todas y resulta que lo había hecho mediante una denuncia. Una denuncia que, luego de ser revisada, se validar a tras esperar años. Así no avanzaría.

La siguiente vez que nos encontramos la llevamos a la casa donde hicimos su cumpleaños y, cuando llegamos, en un absoluto silencio aún recuerdo que las imágenes pasaron como en un flash back: (todos jugando a las sillas musicales, haciendo una fiesta de piscina, sirviendo la tajada de pastel con flores encima y me comí una flor amarga y a su mejor amigo jugando con máscaras y animando la maravillosa fiesta).

Margo, en ese momento, jugaba con el cachorro que mi hermana el último año había adoptado. Mixer era su nombre. Margo se divertía cada fin de semana, pues ahora su apoderado era su padre y le permitía que viniera a nuestra casa para pasar tiempo con los que una vez fueron su familia, aunque no de sangre, de cariño.

Y así pasamos meses completos que se convirtieron en costumbre. A veces ella me invitaba a fiestas, y a veces yo la invitaba a eventos. Margo siempre me guiaba y, aunque no lo hacía bien, lo intentaba porque no le había enseñado nunca a guiar, no lo veí a necesario. Aprendió por su cuenta. Pasaba horas maquillándome y disfrutando hermosos momentos. Alababa ahora mis pestañas y cejas pobladas, en cada fiesta que vamos. Me enseña historia fácilmente, con descripciones que son simples de imaginar, con una voz dulce y suave como si se tratara de charlas de chicas.

Yo aprendo de ella y le enseño lo que sé . Le enseño algo de francés, algo de teoría musical y le comento lo que ha pasado en mi día.

Pero no todo se arregló. Solo los fines de semana la veo, y en casa la llamo por un seudónimo para que su madre, a la que ni le interesa su hija, no se entere de que estamos hablando de ella. Es toda una tragedia, porque mientras Vivian se pasa por las calles comentando falsedades de mi madre, de mi hermana e incluso de mí, contando mentiras sobre que su hija es una vaga que no sabe hacer nada y al juntarse con nosotros se volvías. Por eso ella decidió castigar su rebeldía de esa manera.

Mientras tanto en el ámbito legal, Margo solo espera que los abogados lo resuelvan, pues su familia materna está en contra de ella. no tení a buenas defensas hasta hace un tiempo atrás cuando me hizo saber que su lucha no era solo de ella, que había familia perdida que ni la conocía que la apoyaba en ese aspecto.

Recientemente fuimos a un restaurante antes de dirigírnos a una fiesta en la que, esperando que el tiempo pasara, se dijeron cosas muy reveladoras. En primer lugar, ella me ayuda a maquillarme con tanto esmero, rizando mis pestañas y con un lápiz labial que tenía en mi bolso, me delinié los labios, Luego ella se maquilló, contando que su vida estaba mejorando poco a poco y que alguien la había contactado para saber si se podia hablar en contra de la señora Vivian. Y en ese momento recordó que seguía viviendo con ella separados por un techo, que estaba allí con mis primitos que ni culpa tenían por tener una madre enferma.

Pero Grisel, Cari o, ¿les dijiste lo que les hizo a tus hermanos? preguntó mi madre, con una mirada tranquila y voz suave que ocultaba ganas de saber, pero sin presión.

Sí, ti a. Les dije todo. Les dije que a mi hermano lo golpeaban cuando era tan solo un bebé, hace 6 años. Que hace que se junten con unos niños que dicen muchísimas lisuras y por eso hablan groserías. Le dije que me amenaza con un cuchillo antes, desde que era pequeña hasta casi hace poco. Y también cuando me daba cachetadas por terminar en segundo puesto en todo y no ser la mejor.

Yo, hasta ese punto cada vez sentía un ardor en mi pecho, algo que no se podía evitar porque, dios santo, tanto había soportado ella sin decir nada. Yo estaba a punto de llorar, a punto de derramar lágrimas de impotencia por vivir con alguien que había sido demasiado valiente como para afrontar la vida dura, que tan solo es unos meses más joven que yo, pensando en el ejemplo que nos da, del modelo a seguir que es, cuando ella me dice:

Tranquila, ya no pasa nada, Lucero. No llores, la fiesta empieza en unos minutos. Tenemos que irnos de prisa, la verdad. Matamos el tiempo y todo, pero no es para tanto. No arruines tu maquillaje.

Suelto una peque a risita mientras me pongo de pie esperando que ella me siga. Margo, luego de unos segundos se puso de pie arrastrando la silla hacia atrás mientras mi mamá se nos unía y nos dábamos un abrazo grupal allí mismo. Tal vez el personal del restaurante nos mir extraño, o tal vez un cliente se burle por ser clicho , aunque no nos importa. Simplemente salimos riendo, más felices que nunca, con los pensamientos más oscuros rebelados ocultos en una caja fuerte en el fondo de mi mente. Margo era todo un ángel y me preocupaba admitir que su madre era todo un monstruo, y vivía con ella.

 

Autora: Jazmín Lucero Fernández Sulca. Lima, Perú

jazminfernandez062@gmail.com

 

 

 

Regresar.