MANOS
Soy ciega
desde hace 19 años, soy mujer y mi nombre mucho no interesa, pero sí mi pequeña
aventura en estos años, que trataré de relatar de forma simple y como digo yo,
“cortita y al hueso”.
En estos años de ceguera he aprendido que
existen manos que están atentas a nuestras necesidades más de lo que podemos
imaginar.
Yo soy
orante, de fe cristiana católica, de hecho mi nombre, quiere decir “la que
tiene la amistad o favor de Dios”.
Todos los
días antes de salir de casa oro pidiéndole a Dios que guíe mis pasos, ese día
no me sentía bien, y a mi Papi Dios le pedí que me pusiera en el camino una
ayuda especial de lazarillos, y le dije algo más: “mira que ya no están ni
Juan, ni Pablo”.
Mi amigo Juan
es un muchacho que por su edad puede ser mi hijo, trabaja de barrendero y todos
los días cuando yo salía de casa me ayudaba a cruzar un cruce muy complicado en
el barrio donde vivo.
De tanto
cruzarme nació la amistad, esa amistad que se va formando de apoco, con pocas
palabras, ya que el tiempo es escaso, pero fecundo en el cariño y el
agradecimiento.
No sé cuantos
segundos se tardan en cruzar una calle complicada, pero una sumatoria de esos
segundos fue nutriendo la confianza, el cariño y la amistad entre mi adultez y
su juventud.
Juan es
joven, casado, con dos niños pequeños y, por ser barrendero, tiene un sueldo
pequeño; con su esposa trabajan mucho para darles lo necesario a sus niños.
Pablo es el
mozo de la esquina; a veces lo encuentro; tiene 19 años, su sueño es la
facultad de medicina y cada vez que me ve, me acompaña algunas cuadras,
haciendo mi andar más liviano, como un perfecto cirineo.
Los dos dejan
por algunos minutos sus responsabilidades para hacerse cercanos y prestarme sus
manos, para guiar mi camino.
El caso es
que a Juan lo trasladaron de zona y ya no lo veré más, ese día, el día de mi
oración, salí de casa como siempre temprano, aún oscuro pues todavía no había
amanecido, cuando se me acerca un muchacho llamado Gabriel; me saluda, se
presenta, y me dice: “Soy el reemplazante de Juan, él me encargó que cuando me
encontrase con usted le cruzase la calle, ¿hacia donde va?”.
Me
sorprendió, le sonreí y le pregunté su nombre.
Siempre le
pregunto el nombre a la gente que me cruza, ellos me dan su atención, su guía,
su mirada y sus manos; yo, lo mínimo que puedo hacer es tratarlos como
personas: las personas tienen nombre.
Sigo con mi relato; cuando voy cruzando la
plaza se me acerca otro chico barrendero también, éste se llama Miguel, muy
simpático y dándome una orden me dice: ”¡Buen día! Mi amigo Juan nos encargó a
todos los que la viésemos, le cruzáramos la calle, así que, señora, venga
conmigo.”
No había
manera de resistirse a semejante cariño atento, y sobre todo al pedido
cuidadoso de mi amigo Juan a sus compañeros.
Al llegar al
penúltimo cruce, ¿a que no saben?
Mi amigo
Pablo, pero este es otro Pablo, un barrendero, de la empresa de mi amigo Juan ,
y otra vez: “mi compañero me habló de usted; permítame cruzarla”.
Pienso en el
don de Dios, el cariño de Iván se multiplicó por tres, mi Señor contestó mi
oración con sus hijos más humildes y amados.
Pienso que sí
hay situaciones en que el ciego se enfrenta a la inseguridad y tristeza, pero
más son las manos que nos acogen y acompañan cargando con nuestras debilidades.
En los
nombres de los chicos que ahora son mis cirineos, Gabriel, que quiere decir
“Dios es mi fuerza”, Miguel, que quiere decir: “tal como Dios” y Pablo,
“pequeño”.
En este hecho
tan simple de cariño de un amigo preocupado por su amiga, que, como ya les
dije, no volveré a encontrarme, se denota la presencia viva de Dios que atiende
lo más pequeño de nuestras necesidades, me da su fuerza para confiar en él, me
dice con sus hijos amados: “mira, mi fuerza está contigo, te mando a mis hijos
que son tal como yo, son pequeños, tú confía en mí y hazte pequeña”.
Por si no lo
saben, Juan quiere decir , que “Dios es misericordia”.
Yo creo que
sí, que Dios me da su amor y misericordia.
Autora: gracielaperez24@gmail.com