Los anillos de Neptuno.
Siempre quise ser astrónomo. Me llamaban la atención
esos millones de puntos luminosos de las noches.
Sentía que me
caía al cielo al percibir la perspectiva de una estrella y otra más lejana.
Ahora soy un
distinguido investigador del espacio.
Trabajo en el
desierto de Atacama y paso horas mirando a través de un gran telescopio.
Una noche
logré ver nítidamente los anillos de Neptuno. Pude fotografiarlos.
No a pocos
colegas les causó envidia.
Obtuve un
reconocimiento muy importante.
Un día,
después de varias horas mirando el cielo nocturno, empecé a sentirme mal.
Todo giraba y
tenía dolor de cabeza.
Me retiré a
mi casa, con el malestar. Esa noche dormí inmediatamente. A la mañana no veía
casi nada.
Fui a un
especialista en ojos y creyó que era cansancio de vista.
Por unos días
no fui al observatorio.
Mí visión no
mejoraba y extrañaba el trabajo.
Compré unos
lentes y fui igual.
No era tan
bueno como antes, pero me negaba a dejar.
Al tiempo
empecé a recibir cartas intimidatorias.
Mis
superiores me presionaban, el oftalmólogo no quería que usara la vista, las
cartas todos los días; caí en un estado de estrés.
Tuve que
cambiar de oficio y hoy vengo a verlo porque no creo que sea casualidad.
Alguien me
quería fuera y lo logró.
--¿Puedo ver esas cartas? –dijo Richard, con su inseparable pipa,
quien parecía no prestar atención. Tomaba notas y no miraba a su desesperado
cliente.
--Seguro,
las tengo acá, – le tendió un gran fajo de papeles, todos escritos con palabras
recortadas del diario.
Richard dejó un minuto el tabaco y miró
las notas.
--Ajá,
tenía mucha gente que no lo quería, -dijo-. ¿Eran todos chilenos?
--No,
en el observatorio hay gente de todas partes.
--¿Algún
argentino?
--Mmm…,
sí.
--¿Quizá
esta persona ahora ocupa su lugar?
--Es
probable.
--Necesito
unos días.
--Tómese
el tiempo que sea, pero resuelva este enigma. Creo que estoy enloqueciendo.
Así fue que el detective se puso a
investigar.
A las pocas semanas tenía el nombre del
hombre que intentó ocupar el lugar donde trabajaba su cliente y poco después
descubrió una sustancia en el telescopio que podía haberlo dejado ciego.
--¿Cómo
sabe esto?
Richard sopló el humo de su pipa.
–Las cartas estaban sacadas de un diario
argentino, así que descarté a los demás, luego me hice pasar por uno de los
empleados de limpieza y me enteré de que Carlos Flores estaba en su puesto.
Justo un argentino.
Entré al lugar de observación con la
excusa de limpiar allí. Tomé una muestra del telescopio y la mandé a analizar.
Encontraron una sustancia altamente tóxica para la vista. Esta entró a través
de sus lagrimales y le causó la mala visión.
--¿no se puede demandar a ese Carlos?
--Lo intentaré, lamentablemente su vista no regresará.
--Al menos ahora sé que no eran imaginaciones mías.
Richard no vio irse a su cliente. Ya estaba trabajando en su computadora.
Autora: Laura Trejo. Buenos Aires,
Argentina.