“Lo
escrito permanece”
Y hoy
podemos decir que lo grabado, lo almacenado en la red; incluso a veces Las
palabras permanecen, no vuelan.
La
mayoría de las ocasiones, cuando preguntamos a un niño que está en la etapa de
educación infantil, lo hacemos de este modo: ¿Ya sabes leer?
Yo creo
que tan importante como saber leer es saber escribir.
Y no me
refiero a escribir una novela, un poema o un relato literarios. Simple y
llanamente, a escribir bien en el sistema apropiado. En nuestro caso, en el
sistema braille.
Con
demasiada frecuencia, cuando alguien pierde la visión hasta el punto de no
poder leer libros, lo que suele echar de menos es eso, precisamente.
Y no
suele ocurrírsele la necesidad que tiene de saber escribir.
Incluso
personas que han aprendido el sistema braille en la infancia o juventud, no se
plantean recuperarlo sino para leer.
Por
fortuna en este caso, las tecnologías nos están invitando a escribir, ya que lo
facilitan mediante el dictado en muchos casos; y solemos acogernos a esta
modalidad, implorando la ley del mínimo esfuerzo.
Pero sí
es verdad que esta manera de escribir nos permite comunicarnos mejor y más
rápido con los interlocutores.
Mi
opinión es que la escritura no ha sido valorada en su necesidad y en su
actividad creativa salvo en casos muy concretos.
Yo
recuerdo que, cuando participábamos en los concursos que los colegios de ciegos
convocaban, las preferencias se manifestaban respecto del concurso de lectura.
Porque el de escritura nos parecía más complejo ganarlo al basarse principalmente en
carecer de faltas de ortografía, y el de redacción nos resultaba más arduo, por la elección del tema adecuado
y por la exposición de la idea.
Escribir
es necesario y vital; porque si así no fuera, tampoco podríamos leer, ya que no
se puede leer si no hay previamente escritores o personas que escriban
algo para compartir o para ser criticado.
Escribir,
para nosotros los ciegos, es fundamental, porque puede ayudarnos a resolver
muchas de las dificultades diarias.
Así por
ejemplo, marcar
recibos, etiquetar productos, tomar notas.
Y
también asuntos de mayor relevancia y que nos pueden servir para desarrollar la
mente.
Hay
temporadas en que nos
gusta escribir un diario.
Otras
que nos apremia plasmar aquellas situaciones en que recibimos ayuda de otras
personas.
También
nos puede interesar hacernos el propósito de escribir diariamente una carta a
una persona real o imaginada.
O
componer cada día, por
ejemplo, una copla, una décima, un soneto….
O ir
apuntando en algún aparato que tengamos muy a mano cualquier idea, frase,
proverbio, cita que hayamos escuchado en una conversación, en la radio, o en la
televisión.
O jugar
con las letras, las sílabas y las palabras, resolviendo anagramas, redactando
textos sin alguna vocal o consonante, anotando las que nos parecen más bellas en razón de su forma o significado…
He
escuchado a algunos escritores sobre lo importante que resulta mantener abierta
la mente para recoger ideas.
Una
charla de la calle, una conversación en la radio o la tele, un simple anuncio
de publicidad pueden ayudar a nuestra inspiración, y de ahí puede salir una
bella y exitosa historia.
Yo
recuerdo hace mucho tiempo que, paseándome asaltó este refrán, para mí
desconocido hasta entonces, y que no se me ha olvidado:
“Amigos
que no dan y cuchillos que no cortan, aunque se tiren no importa”
Nosotros
los ciegos necesitamos poner los oídos atentos a todas horas, porque en muchos
casos el sentido de la vista no aporta nada y, por lo tanto, perdemos todo ese
cúmulo de ideas que el vidente posee.
Pero
claro, si escuchamos, si observamos, si atendemos y no logramos plasmar algo de
eso en un trocito de papel, también en el móvil, por qué no, pues estamos en
notoria desventaja.
Reivindico
la enseñanza y la recuperación de la escritura.
Para
resolver asuntos de la vida diaria, para comunicarnos con los demás, para crear
e imaginar, para darle rienda suelta a la inspiración. Para dispersar la mente
de otros problemas o pensamientos negativos.
Y aún
más: Para que nuestros familiares y amigos conserven de nosotros tantos y
tantos recuerdos, aunque luego, como es natural, se deshagan de ellos.
Vamos a
proveernos, pues, del material de escritura y reservarle sitio muy próximo al
café, al dentífrico, a las ganas de pasear:
Pauta,
regletas de muchos y variados tamaños, punzón, máquina Perkins; no todo, sino
lo imprescindible y aquello con lo que nos sintamos más cómodos.
O
lápices de colores, bolígrafos, anotadores o agendas.
Y
sobre todo, papel.
Yo creo
que lo importante de utilizar la escritura es esa conjunción entre nuestra
mente y el texto que nos haya salido.
Podemos
sustraernos de los juicios de los demás, salvo que sean auténticos y constructivos; y proseguir con
nuestra tarea, que nos aporta la satisfacción de, en alguna manera, ser
creadores y dueños libres de nuestra imaginación, aceptando los buenos consejos
y, si el asunto lo requiere, la información vertida en los múltiples talleres
de escritura.
Y
finalmente, para que también a nosotros nos lean, bien que no hayamos publicado
nada a través de las editoriales.
Antonio
Martín Figueroa
Autor: Antonio
Martín Figueroa. Zaragoza, España.