La señora Benigna.
La señora
Benigna, reclinada en el balancín de su terraza, se pierde en sus recuerdos, e
intenta catalogar su actitud ante la vida, en las clases de carácter que
conoce.
Tiene un
montón de años, casi ha perdido la cuenta y considera que su andadura por este mundo, ha sido buena.
Hace una
tarde serena, con una temperatura entre verano y otoño, ideal para divagar
entre sus pensamientos.
Su infancia
fue feliz, aunque con muchas carencias, pero “la felicidad, no consiste en
tener, sino en no desear”, y ella había aceptado lo que le tocó vivir.
Nunca deseó
sobresalir en nada, y escaló las etapas de su andadura medianamente, aunque
aquí se reprocha el no haber sacado mayor provecho de sus facultades mentales,
pero reconoce que fue algo traviesa y como tal, dedicaba su ingenio a vivir
nuevas experiencias a las que le incitaba su imaginación y su actitud
intrépida.
Se siente muy
a gusto con sus recuerdos mientras con un pie extendido en el asiento y otro en
el suelo impulsa el vaivén del balancín. Desde abajo, donde el mar puede
cogerse con la mano, sube la algarabía de los niños que todavía chapotean en la
playa. Sus padres los llaman para merendar, y entonces, recuerda que Trini, la
señora que viene todos los días, le ha dicho al irse, que le ha dejado un
pecadito, porque la mima trayéndole dulces y cosas que no son convenientes para
la salud, pero si, muy apetitosas.
Como una niña
golosa, abandona sus ensoñaciones y se dirige a la cocina, donde encuentra un
trozo de bizcocho de almendra y chocolate junto a una taza con infusión de
manzanilla. Trini dice que eso es como agua bendita y perdona los pecados.
Su espíritu
se relajó ante el orden que captó, ya que no lo ve, porque es ciega, y Volvió a
su balancín con el pecado del bizcocho que saboreaba complacida mientras sus
pensamientos volaban a otro muy largo tiempo, en que las personas que la
asistían tenían todo sucio y revuelto. Además, cuando llevaban unos meses y
habían visto que la señora no era muy exigente, ni establecía las distancias
adecuadas entre señora y sirvienta, empezaban a tomarse confianzas, e iban
desapareciendo pequeñas cosas. Benigna, después de darle mil vueltas al asunto,
porque le costaba creer, que aquella persona también adoleciera del mismo
defecto que las anteriores, intentaba hacerle saber que se daba cuenta, con
alusiones delicadas para que dejara de hacerlo, pero eso no daba resultado, y
entonces armándose de valor, un día se lo decía claramente y le advertía de que
cada vez que lo hiciera, se lo iba a decir en cuanto lo notara; porque había
cosas que no eran de uso diario y podían pasar semanas sin que lo notara. Eran
naderías, algo del congelador, papel higiénico, el bote del detergente duraba
cinco días, una toalla, etc.
Trini es la
última que ha llegado y ahora llevan unos meses juntas. Es diligente, pero si
puede evitar una faena, la evita. Es decir, que practica eso De “el mínimo
esfuerzo” y dice: “¿no es hoy cuando viene María Juana?”.
A Trini la
conoce hace mucho tiempo, es pariente de una amiga suya, y le inspira una gran
ternura, porque al poco tiempo de casada y con una hija muy pequeña, padeció un
cáncer de mama y le extirparon el pecho por completo.
Para que
Trini no haga esfuerzos que puedan molestar a sus cicatrices, ha tomado también
los servicios de María Juana, una mujer, lista y trabajadora, que limpia
cristales, pasa la aspiradora, y todo lo que Trini le va preparando.
Desde que ha
tomado a Trini, ha decidido que esta sea la última, y así se lo ha dicho. Le ha
dado toda clase de confianzas y le ha dicho que no coja cosas a escondidas, que
ella se las regala muy complacida para que las dos sean más felices.
Incluso desea
que su casa, a su muerte, pase a ella, porque sus sobrinos viven lejos, y
considera que la persona que esté a su lado, es la más
indicada para recibir este regalo, y Trini tiene las cualidades necesarias para
atender a una persona mayor. Ella cree que el afecto que se tienen desde su
larga amistad, hará que esta tarea le sea llevadera;
Porque comprende que hay cosas que no solo se hacen por dinero.
También le ha
prestado, sin intereses, ni siquiera un recibo, lo necesario para que reponga
el coche, porque el suyo era viejo y la dejó tirada una noche en la carretera.
Se siente muy
feliz de facilitarle los días de descanso cuando a Trini le viene mejor, de
regalarle cualquier cosa que pueda gustarle y cosas así.
A ella le gustaría que Trini fuera más comunicativa, porque a
pesar de todo, la encuentra huidiza, y con una desmedida prisa para dar por
finalizada la tarea y escapar aunque hayan quedado
cosas sin hacer. Ya alguna vez, Benigna se lo ha hecho notar, y enseguida se ha
vuelto atrás y lo ha hecho, pero a la señora le cuesta mucho llamar la atención
a las asistentas y prefiere hacerse la tonta y cuando se van, lo hace ella.
Con frecuencia se reprocha esta debilidad de su carácter y
comprende que, esa es la causa de que, pasado algún tiempo, todas acaben
faltándole el respeto y tomándola por tonta.
También va
notando alguna falta de respeto, a veces la llama, y aunque sabe que está en la
misma habitación, porque ella distingue las sombras, no contesta, y entonces se
calla, y cuando a Trini le pica la curiosidad, pasados unos minutos hace como
que llega y pregunta: “¿Me has llamado?”.
Benigna se
abstiene de reprocharle esa conducta, porque no se la puede demostrar y alguna
vez Trini le ha dicho: “es tu palabra contra la mía”.
Estas cosas
le amargan la vida, pero considera que las otras también lo hacían, y que por
lo menos esta es conocida y se tienen cariño. Por eso en todo momento se
desvive para que Trini sea feliz. Se prodiga en enseñarle cosas que le pueden
ayudar en su trabajo; son trucos que ha aprendido con los años, para que el
trabajo sea más eficaz y fácil, algunas normas de vida sana, que al parecer le
gustan, y ha puesto a su disposición los libros que sobre este particular
posee.
Ya ha pasado
un año desde que la señora Benigna, sintiéndose la persona más feliz, por
contar con la ayuda de Trini, de la que no se podía esperar nada más que
fidelidad y cariño, ha sufrido el mayor desengaño de su vida. Las faltas de
respeto han ido en aumento hasta llegar al plato en que come, porque, según qué
viandas llegan tan escasas a su plato, que Trini viendo los intentos fallidos
que hace para pinchar un trozo de pechuga en bechamel, le ha preguntado: “¿Te
he puesto poco?”.
Esta pechuga
la ha preparado Benigna, en la cocina, antes de llevarla a la sartén, y sabe la
cantidad que puso, no cabe decir que era poca, incluso había pensado no ponerla
toda, por evitar estas fechorías que ya se vienen repitiendo, y que ya el día
anterior habían tenido una desagradable conversación sobre el tema. Nunca pensó
que volviera a repetirla al día siguiente.
Indignada
ante tal cinismo se lo ha hecho notar y Trini se ha defendido diciendo que
Benigna desconfía de todas y que se ha llevado el mayor desengaño viendo que
también desconfía de ella.
Benigna no
puede imaginar qué destino le da a lo que no aparece en la mesa, incluso alguna
vez, le ha dicho: “Pero si yo no estoy comiendo lo mismo que tú”. Ahora
recapacita qué, pudiera ser que ella comiera cualquier cosa y todo lo que
habían guisado, se lo llevara, pero… ¿para qué? ¿Para quien…?
En ese momento ha decidido que Trini no vuelva
a comer en la casa. Y con esa desconfianza y sus limitaciones, lo mejor es que
no venga más.
Y aquí, ha
vuelto a empezar una serie de “dimes y diretes” entre sus conocidos, a los que
no culpa de que piensen que ella es la culpable de que todas se vayan por
ladronas.
Entonces, ha
cogido al toro por los cuernos y se ha puesto en manos de un sicólogo para que
le desentrañe el problema.
Lo malo es,
que ahora tiene que llevar a cabo los consejos del sicólogo y enfrentarse a las
duras palabras que hay que emplear para guardar las distancias, y hacer saber a
las próximas sirvientas, que se da cuenta de todo y que, no es tonta, solo
ciega.
Autora: Brígida
Rivas Ordóñez. Alicante, España