EPÍLOGO DE UNA VIDA INTENSA: EBER PÉREZ
¡Eber, por favor contesta tu celular!
Era la súplica de muchos de sus amigos. Nadie, o casi nadie, muchas de las
veces, sabía dónde encontrarlo.
-Oye, no te escondas, cuando escuches el
Talks de tu teléfono adaptado, contéstame...Sabes, necesito hacerte una
consulta muy urgente sobre el Duxbury Translator. Sin embargo, fiel a su
costumbre, invariablemente siempre tuvo una magnífica excusa para disculparse:
-perdón, es que dejé el celular adentro de la mochila...
Pero ese jueves nueve de noviembre,
quien haya marcado su celular después de las seis de la tarde, ya no tuvo
respuesta. Eber Pérez ya no contestó su celular. Esta vez ya no tuvo una genial
excusa... ¿Dónde andará ese parrandero de marras? Se preguntaban sus cuates más
cercanos, con los que departió reiteradas noches de bohemia cantando hasta el
amanecer las inmortales canciones de Álvaro Carrillo, que tanto le gustaban a
nuestro entrañable amigo: Sabor a mi, el Andariego, Sabrá Dios, Luz de luna,
Amor mío, Seguiré mi viaje...
Y quién iba a decirlo que como una
macabra ironía del destino, así como Álvaro Carrillo Alarcón, el afamado
compositor oaxaqueño, que falleció trágicamente en forma por demás prematura en
un accidente de carretera, Eber Alberto Pérez Álvarez murió arroyado por un
convoy del Metro en la estación Niños Héroes, a unos cuantos pasos de los
Tribunales Civiles del Distrito Federal donde ya comenzaba a litigar. Así se
escribió el epílogo de su corta existencia. Apenas acababa de festejar sus 24
años de edad, el primer día de octubre pasado; y también, apenas acababa de
graduarse de la carrera de Derecho el 19 de agosto...
Veinticuatro horas después se supo la
fatal noticia. Muchos pensaban que el buen Eber andaba de farra. Pero nadie se
imaginaba que esta vez la fiesta continuaría allá en la casa celestial y que se
prolongaría por una eternidad.
-¡No, no, eso no puede ser posible! Es
todo lo que pude decirle a Héctor Figueroa, también amigo cercano de Eber. Y
así como yo, todos los que compartieron tan desafortunada noticia, esa tarde
del viernes, no dábamos crédito... No podía tratarse de una broma de mal
gusto... ¿Cómo podría sucederle eso a un gran amigo, a alguien con tanto
futuro? ¿Y su tan anhelado viaje a Panamá en esos días al Congreso de Derechos
Humanos...? Sin embargo, y como otra ironía más de la vida, quien obtuvo las
prerrogativas económicas para asistir a dicho congreso fue su novia Itzel, su
“plantita de sombra”, como cariñosamente él le decía.
Y la maestra Silvia, su mamá, que apenas
el miércoles pasado la habían operado de cáncer mamario, que tan orgullosa
estaba de su hijo Eber, ahora estaba sentada delante del blanco féretro. No
hablaba, estaba fuera de sí, sólo deseaba que “su flaquito”, abriera en
cualquier momento el ataúd y se la llevara de esta vida... Juventino, el más
cercano y leal de sus amigos, con quien compartió muchos momentos de alegría,
sus sueños y sus ilusiones, su pesar ante la ausencia de su padre, también
fallecido prematuramente, no concebía que su hermano, su compadre, ya no
estuviera allí.
–Seguro es una broma de Eber. Decía
Juventino Jiménez, oaxaqueño, licenciado en Psicología Educativa.
–Ya despierta, compadre, mira, aquí
estamos todos tus amigos, toda tu familia, el Ingeniero Roberto Díaz del
Campo... Decía esto con una risilla nerviosa, como si de pronto hubiera perdido
la razón. Acariciaba la tapa de la caja fúnebre tratándose de convencer a sí
mismo y a los demás, que nada de eso era cierto, qué Eber sólo estaba dormido y
que despertaría de repente para decirles: “no se asusten, nada más estaba
jugando”.
Lo cierto es que ya no está ni estará
jamás aquí con nosotros ese muchachito inquieto, que gustaba de la buena
comida, y que a pesar de su corta edad se comportaba como todo un experimentado
hombre de mundo: gran catador de vinos y sibarita conocedor de platillos de la
alta cocina. Vivió intensamente cada instante, cada segundo, cada minuto de su
existencia. Siempre positivo, entusiasta y muy seguro de si mismo.
Ya no volveremos a escucharlo, como el 24 de mayo pasado en el
Primer Foro Internacional sobre Discriminación de las Personas con Discapacidad
Visual. Sus pasos, guiados por su bastón blanco, ya no recorrerán la facultad
de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde instaló, como
en muchas otras instituciones públicas, una impresora Braille informatizada; ni
tampoco entrará ni saldrá de los juzgados de los reclusorios donde ya comenzaba
a ejercer su profesión.
Quién iba a decirlo que a sus diecisiete
años de edad, cuando yo lo conocí en el Instituto Electoral del Distrito
Federal, donde junto con la Licenciada Alejandra Fernández, diseñamos la famosa
mascarilla Braille para que los ciegos capitalinos pudieran marcar por propia
mano las boletas en las elecciones del año 2000, que en muy poco tiempo dejaría
este mundo de manera tan injusta. Quién iba a decirlo que ese muchachito de voz
ronca, un tanto enigmático, apasionado de los programas informáticos para
ciegos, que en su momento me instaló el Hal 95 y el OpenBook 4.2, algún día, el
menos pensado, y después de haberle reprochado en reiteradas ocasiones que no
contestaba el celular, ahora sólo es un vivo recuerdo de un ser humano que supo
dar lo mejor de sí mismo a los demás.
¡Muchas gracias, Eber, inolvidable
amigo!
Tú estás presente, aquí en esta
computadora donde ahora escribo esta nota inmemoriam a tu paso efímero por esta
vida terrenal.
Autor: Jorge Pulido.
Jorge Pulido es Licenciado en Periodismo y Presidente Fundador de
Contacto Braille A. C.
México, Distrito Federal.
www.contactobraille.com