EL PESCADOR.

 

Por Marie Díaz.

 

Antes de que el sol aparezca en el horizonte como tantos otros días, Don Felipe camina hacia los medanos que lo separan de la costa, donde lo espera su

amigo de siempre: El mar y los peces y todo ese secreto encanto que el mar le ofrece por siempre renovado día tras día.

 

Lleva consigo su arnés de pesca, su banco y como dice Don Felipe, junto a él, su compañero inseparable, su perro cocker al que cariñosamente llama Muchacho.

 

El camino es conocido para ambos, con algo de fatiga avanzan y pronto encontrarán el alivio de la arena húmeda y entonces Muchacho correrá algunas gaviotas

que buscando alimento deambulan por la costa.

 

Para Muchacho aquello es un juego, mientras eso ocurre Don Felipe prepara sus líneas, sus cañas, encarna y se apresta a lanzar a lo lejos su apetitosa trampa.

 

Luego pondrá la caña en el pie de sostén que ha clavado en la arena, abrirá su asiento, se acomodará en él y buscando su pipa, iniciará aquel ritual casi

sagrado; busca el tabaco, carga su pipa, huele con satisfacción el aroma del mar mezclado con el del tabaco, se siente feliz, libre y pleno en ese lugar.

 

En tantos años de mutua compañía el mar le ha contado muchos secretos y tantas historias, ésas que algunas veces ponen en el rostro tostado de profunda

mirada azul, expresiones de nostalgia, melancolía, u otras veces, queda mirando a lo lejos con su expresión pensativa para luego sacudir la cabeza esbozando

una sonrisa casi infantil de blanquísimos dientes.

 

Hace ya muchos años que dejó la ruidosa ciudad y vino junto a su esposa Marina a vivir en la paz maravillosa de ese lugar que juntos eligieron para sus

días de descanso. Sus hijos eran pequeños entonces... fue hace muchos años... pero la brisa acaricia sus oídos con el recuerdo de sus risas...

 

El mar generoso, muchas veces les daba sus frutos que con amor Marina cocinaba para todos, el también ayudaba y después mientras aguardaban el momento feliz

de ocupar cada uno su lugar en la mesa, contaba a los niños historias y lindos cuentos adornados con mucha fantasía con la complicidad silenciosa y sonriente

de Marina.

 

Y así transcurrió el tiempo y fueron veranos, fines de semana y todas las vacaciones que les fueron posibles... Para muchos, Don Felipe siempre ha estado

allí y algunas veces a él también le parece que es esa la verdad, pero luego en sus diálogos con su amigo, en silencio acepta y comprende.

 

En sus días de pesca Don Felipe viaja desde la playa al horizonte y su amigo le rumorea recuerdos. Con íntima satisfacción, Don Felipe los saborea y se

puede ver en el espejo de su rostro tostado como acuden a su memoria las imágenes amadas; algunas veces, arruga su entrecejo en señal evidente de interrogación.

 

Hace algún tiempo... Felipe y Marina paseaban su amor por esa misma playa y reían juntos con la sorpresiva llegada de la ola traviesa. Entonces los besos

tenían el sabor de sal y el aroma del mar, la fresca brisa los acariciaba dando más placer al contacto tibio de sus cuerpos...

 

En aquellos atardeceres el horizonte se teñía de rosa y oro, dando lentamente, paso al anochecer y la brisa fue más fresca entonces, y Felipe protegió a

Marina entre sus brazos, ese es el escenario de sus vidas... más adelante en el tiempo, corría con ellos Marcos, es el primer hijo, juntos lo soñaron y hoy

felices disfrutan del presente en compañía de Marcos.

 

Con ellos aprenderá del amor y la vida. Sus padres son sus primeros maestros, la vida simple, teniendo como referente la vida natural, el amor y la armonía

que surge en forma espontánea. En ese medio transcurrió el tiempo y Marcos acompañó en la pesca a su padre mientras, la vida en su devenir, con cada amanecer,

en su dinámica constante, traía los cambios que fueron recibidos con la alegría del descubrimiento de todo lo que se abría ante sus ojos nuevos.

 

Marcos era aquel pequeño, gran compañero que Felipe y Marina habían soñado y con el anuncio visible de la llegada de un hermanito caminaban, jugaban y vivían

la esperanza del nuevo amanecer... y llegó Daniel, y luego Ana, y después la pequeña Lucía, y crecieron bajo la protección del gran roble y el amigo de siempre...

el mar.

 

La luna, ese enorme medallón luminoso con su luz fría, llegó en silencio como queriendo vivir curiosa aquella felicidad del parque de pinos donde los niños

jugaban y reían...

 

Ha pasado mucho tiempo, muchas lunas pasaron, los cabellos se tornaron grises y los niños dejaron de serlo para ocupar los lugares como jóvenes y adultos,

haciendo cada uno lo que su vocación le guíe; y como los pájaros, fueron abandonando el gran nido para tener cada uno el suyo.

 

Felipe y Marina caminaron por la costa querida llevando consigo la tibieza del amor maduro y soñaron como antes, pero diferente, porque ahora eran ellos

los que esperaban la llegada de los que con alas propias habían emprendido aquel vuelo tan ansiado por los padres, pero temido al mismo tiempo...

 

Y los tiempos nuevos trajeron nuevas risas infantiles y la luna curiosa se asomó nuevamente entre los pinos y Felipe contó nuevas y viejas historias para

aquellos oídos nuevos y la casa se llenó de risas.

 

Tanto tiempo ha pasado desde que, al encenderse el lucero de la tarde, como un símbolo Marina, cerró sus ojos y con la dulce sonrisa de siempre dejó muy

quieta su mano tibia entre las queridas manos de Felipe...

 

Hoy el lucero del alba acompaña a Don Felipe por los lugares queridos camino al mar, a la playa y en el parque los nardos florecidos le dicen con su aroma:

"La vida está aquí y mientras en tu corazón viva la alegría y la esperanza, en cada lugar encontrarás lo que estás buscando".

 

Marie Díaz.

 

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