La Guerra Fría no ha terminado, advierte
la sociedad civil
Berlín, Alemania.- Los berlineses, como
todos los alemanes, terminaron 2009 y comienzan 2010 hablando del Muro. Hace poco
más de 20 años, la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, los berlineses de
uno y otro lado emprendieron la demolición del ominoso espantajo pétreo que, en
la jerga burocrática de la República Democrática Alemana –a punto de la
desaparición--, llevaba el nombre de Muro de Protección Antifascista. Picos,
martillos, taladros, barras de metal, todo fue útil para reunificar a la
emblemática ciudad, antigua capital de Prusia y de Alemania.
El Muro de Berlín fue un símbolo
doloroso de la Guerra Fría. Y también aquí, en Berlín, se habla de un legado de
ese periodo de encono y enfrentamiento, de permanente amenaza de guerra y
destrucción total: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una
alianza militar que surgió cuando el poder se medía principalmente por la
magnitud y los avances tecnológicos del armamento disponible.
Si se analiza su existencia a la luz de
la situación actual del mundo y de la historia reciente, la OTAN es, en el
mejor de los casos, una institución multinacional y supranacional, costosa y
obsoleta. En el peor, que corresponde a la realidad más puntual, es la
principal amenaza a la estabilidad, la paz y la supervivencia del mundo y del
género humano.
Durante la Guerra Fría, países en todas
las latitudes fueron escenarios de enfrentamientos que, a partir de conflictos
regionales, caían en la bitácora de la competencia entre Estados Unidos y la
Unión Soviética. Ideología, visión del mundo, concepción del Estado y de la
democracia, prioridad de la justicia social o del mercado libre, figuraban en
el trasfondo global.
En Alemania, la caída del muro permitió
la reunificación del país y de la que ahora es, de nuevo, su capital. Los
restos del Muro se convirtieron en reliquias de la memoria para no perder el
pasado; y en impredecibles atractivos turísticos.
La OTAN, en contraste, no se encuentra
en ruinas, sino al contrario: cada vez recibe más recursos financieros,
tecnológicos, humanos; sin adversario específico al frente –el Pacto de
Varsovia desapareció con la Unión Soviética y la llamada comunidad socialista
de Europa del Este--, funciona como una alianza militar al servicio de Estados
Unidos y sus principales aliados de Europa Occidental; lleva a cabo una
irresistible expansión global y en los planes de sus líderes y estrategas, está
encaminada a sustituir a las Naciones Unidas como la principal –y posiblemente
única-- organización internacional.
El Muro de Berlín cayó a fin de cuentas
como resultado de un poderoso llamado de resistencia al silencio ante los
atropellos y las violaciones a los derechos humanos. Esta ruta es la que
decidieron seguir las y los representantes de más de 50 organizaciones de la
sociedad civil –redes, coaliciones, instituciones de investigación y
análisis—procedentes de una veintena de países de Europa, América del Norte y
Asia, reunidos en la capital alemana, a fines de 2009, en el Primer Congreso
Internacional No a la Guerra, No a la OTAN.
Algunos medios de comunicación, como el
Instituto Mexicano de la Radio (IMER) o el prestigioso periódico líder de la izquierda
alemana, Neues Deutschland, siguieron los trabajos del congreso, que contó,
además, con la solidaridad legislativa alemana, representada por el diputado
Wolfgang Gehrcke, miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Bundestag
(Parlamento Federal), donde encabeza al grupo parlamentario del Partido de la
Izquierda y es responsable de los asuntos de América Latina.
Para entender qué es la OTAN y el
peligro que representa, es preciso adentrarse en su cada vez más amplia y
complicada estructura. No solamente ha creado el primer ejército global con
capacidad de reacción inmediata, siempre a la sombra del poder militar
estadunidense, sino que amplía su presencia virtualmente a todo el mundo, mucho
más allá de los límites del Atlántico Norte impuestos por su norma
constitutiva, el Tratado de Washington, firmado el 4 de abril de 1949.
En América Latina, la OTAN actúa
indirectamente, a través de Estados Unidos; o de manera directa, con
asociaciones, maniobras militares y estatus especiales, como el conferido a
Argentina en 1998, como aliado especial extra-OTAN. A partir de este discutible
privilegio, los argentinos participan en el contingente de la OTAN que se
encuentra en Kosovo, bajo un singular mandato de la ONU.
En 1977, la dictadura militar argentina
se enfrascaba, junto con otros gobiernos represores del Cono Sur, en
conversaciones con Sudáfrica –entonces sometida al régimen ultraderechista del
apartheid--, acerca de la creación de una alianza militar para la defensa del
Atlántico Sur, en la que estarían incluidos Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay.
Se hablaba entonces de dos
posibilidades: una extensión de la OTAN hacia el sur, mediante la incorporación
a la alianza atlántica de Argentina, Brasil y Sudáfrica; o el surgimiento de un
nuevo pacto militar, basado esencialmente en esos tres países, mismo que en los
escritorios de planeación de Buenos Aires y Washington ya tenía nombre:
Organización del Tratado del Atlántico Sur (OTAS).
La OTAS desapareció incluso como concepto en el entorno de la
guerra de las Malvinas, pero la expansión de la OTAN hacia América Latina y el
resto del mundo, es una realidad. La Unión Europea se encuentra cada vez más
subordinada a la OTAN. Se ha establecido específicamente que la UE puede
utilizar la estructura militar de la alianza para misiones de paz. Algo similar
ocurre con la Organización de las Naciones Unidas.
Robert Bradtke, copresidente del Grupo
de Minsk de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE)
y especialista del Departamento de Estado en asuntos europeos, ha sido muy
claro al respecto: "En primer lugar, la OTAN debe demostrar que tiene las
capacidades suficientes para responder al nuevo tipo de amenazas que aparecen
en el siglo XXI. En definitiva, debe seguir siendo la organización militar más
eficaz del mundo, capaz de luchar contra el terrorismo. Para ello son
fundamentales, por ejemplo, las Fuerzas Aliadas de Reacción”.
Conforme al artículo tercero del Tratado
del Atlántico Norte, carta constitutiva de la OTAN, “las partes, actuando individual
y conjuntamente de manera continua y efectiva mediante la aportación de sus
propios medios y prestándose asistencia mutua, mantendrán y acrecentarán su
capacidad individual y colectiva de resistir a un ataque armado”. Es decir, sus
respectivas estructuras militares están siempre en interrelación; y una base de
cualquier país miembro de la alianza, es potencialmente una base de la alianza.
Las bases de Estados Unidos en América
Latina son bases de la OTAN. Además de las tropas Argentinas en Kosovo, el año
próximo habrá un contingente militar colombiano en Afganistán. Y varias
naciones latinoamericanas, como Chile, Brasil, Colombia, Perú, la República
Dominicana y Uruguay, además de México, en inesperada y desalentadora
presencia, han participado en maniobras navales militares con los
estadunidenses y algunos de sus aliados de la OTAN, como Alemania y Canadá.
Adicionalmente, en Colombia, Panamá y Perú, Washington incrementa su red de
bases.
Se tiene conocimiento, asimismo, de la
instalación de 10 bases “anticrimen” en México, producto de una sigilosa
negociación bilateral con Estados Unidos, que representa una amenaza tanto para
la seguridad nacional mexicana como para los países latinoamericanos, puesto
que pueden convertirse en otras tantas bases militares estadunidenses.
Esta información, filtrada por la propia
embajada estadunidense, da a conocer un documento enviado por el presidente
Barack Obama al Congreso, en el cual anuncia que la Secretaría de Seguridad
Pública mexicana construye las bases y “pronto” entrarán en operación tres de
ellas.
Según la revista especializada Jane’s
Intelligence Weekly, “la primera iniciativa anunciada por Carlos Pascual, nuevo
embajador de Estados Unidos, implica una extensión piloto del programa E-Trace
en México a partir de mediados de septiembre, con cobertura nacional completa
programada para finales de 2009. E-Trace utiliza la tecnología digital para
rastrear el origen de las armas confiscadas a los cárteles mexicanos de la
droga, e identificar las rutas de tráfico de armas”.
El Movimiento Internacional No a la
Guerra, No a la OTAN, acordó en Berlín informar de manera puntual, permanente y
accesible a la sociedad civil en todo el mundo, sobre los riesgos y peligros de
una militarización global conducida por la alianza atlántica con Washington
como director de orquesta.
Dentro de la estrategia aprobada por los
asistentes al congreso, figuran conferencias, reuniones, seminarios, actos
públicos de información y difusión, manifestaciones de protesta, trabajos de
cabildeo con legisladores y gobernantes y eventos programados paralelamente a
las cumbres y los encuentros bilaterales o multilaterales, como el que preparan
Alemania y Francia sobre Afganistán en alguna fecha de la primavera de 2010, o
la cumbre de la OTAN en Lisboa, a fines de 2010 o principios de 2011.
Habrá igualmente conferencias regionales
con el propósito de lanzar campañas focalizadas en regiones como América Latina
(desde México), el Cáucaso (desde Georgia) o el sureste asiático (desde
Malasia).
El horizonte de trabajo es amplio y
entraña dificultades, obstáculos, carencias e incluso represión y
persecuciones. Pero la iniciativa está en marcha y, conforme a sus promotores,
como Reiner Braun, de Alemania, Arielle Denis, de Francia, Luis Gutiérrez
Esparza, de México, Joseph Gerson, de Estados Unidos, Temur Pipia, de Georgia,
o Kazi Mahmood, de Malasia, nada podrá detenerla.
Autor: Luis Gutiérrez Esparza.
México, Distrito Federal.