EL IMPOSTOR.

 

Por Arturo Gallegos.

 

Yo estudiaba en ese tiempo en Ciudad Juárez Chihuahua México. Aunque tenía mis 17 años, apenas había dominado la lectura Braille, hacía muy poco, pero en

 

cuanto aprendí a leer, destaqué mucho en el aprendizaje de casi todas las materias!

 

Esa escuela tenía 16 estudiantes de todas las edades, pues es muy difícil encontrar una escuela para ciegos en cualquier ciudad, por lo tanto, esta escuela

 

daba cabida a, alumnos y, alumnas de diferentes edades. El profesor Rosales, tenía problemas de salud y, un día me pidió, por ser yo uno de los estudiantes

 

más adelantados, que ocupara su puesto de forma interina mientras él regresaba a seguir dando clases. ¡Uno de esos días tuvimos una visita inesperada!

 

estudiantes de una escuela que por supuesto no eran ciegos, llegaron para conocer la forma en que nosotros podíamos estudiar y, conocer por ellos mismos

 

cómo es el sistema Braille. ¡Yo estaba impartiendo clases y, no sabía que el maestro, Rosales había sido avisado de la presencia de integrantes de otra

 

escuela! Los estudiantes con sus maestras llegaron antes que el profesor de mi escuela y, al entrar al aula y, verme, asumieron que yo era el maestro y,

 

se dirigieron a mí con mucha amabilidad y, reverencia; ¡yo no quise entrar en explicaciones y me comporté como si en verdad fuera el maestro!

 

Me ofrecieron un dulce, luego una naranja, pues habían traído varias golosinas para agasajar a los alumnos de mi escuela, ¡y yo muy ceremonioso acepté mi

 

papel de maestro! Todo estaba transcurriendo, aparentemente, de forma normal hasta que la maestra visitante, quiso escuchar un discurso de bienvenida de

 

labios del maestro que en ese momento, ¡por supuesto era yo! Lo que yo ignoraba es que el profesor Rosales en ese instante apareció, y, pudo escuchar las

 

últimas palabras de la maestra que me conminaba a dirigirles unas palabras a la concurrencia que llenaba el salón ¡Yo que me precio de tener facilidad

 

de palabra, no me cohibí, ante tan normal petición y me dispuse a dar principio a mi sencillo y sincero discurso! Yo al frente de quienes en ese momento

 

nos acompañaban, no me di cuenta que el profesor Rosales quien ya estaba casi a mi lado, también se disponía, a regalarles unas palabras de agradecimiento

 

por la inesperada visita; abrí la boca para pronunciar las primeras palabras y, una fracción de segundo antes que la primera palabra saliera de mi boca,

 

escuché anonadado, la voz del profesor Rosales quien también era totalmente ciego, y digo era, no porque haya recobrado la vista… ¡lo digo porque ya pasó

 

a mejor vida!

 

Bueno, pues el profesor, comenzó su discurso sin percatarse de que yo había abierto la boca y tomado aire para hacer lo que tan atinadamente hizo él, ¡dar

 

un elocuente discurso de bienvenida! supongo que los visitantes, quienes nunca habían visto al profesor Rosales, quedaron muy sorprendidos de verlo dirigirse

 

a ellos, pues pienso que al verlo llegar ¡supusieron que era un estudiante más! ¡Gracias por tener la paciencia de leerme!

 

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