EL GUARDIÁN DE LAS APARIENCIAS

 

Parece mentira que el ser humano cambie en forma tan radical conforme acepta su propia realidad.

 

Al nacer, mi madre observó que mi mirada no era como la de otros niños y claro madre al fin de un chico con retinosis pigmentaria este detalle no podía pasarle inadvertido por más que la enfermera le asegurara que en las siguientes horas, el niño podría ver con normalidad.

 

Es posible que el especialista conociendo el antecedente de mi hermano Juan José, tuviera que hacer una breve exploración para diagnosticar la retinosis pigmentaria y que para no complicarse mucho con mis padres, simplemente dijera: “el niño tiene una enfermedad que no le permite ver bien, al principio sufrirá de ceguera nocturna hasta que con los años quedará ciego”.

 

Ahora es fácil indagar en Internet acerca de casi cualquier tema y solo basta escribir la palabra retinosis en un buscador para encontrar cientos de definiciones como esta:

 

¿Qué es la Retinosis Pigmentaria?

 

Definición: “Es una de las distrofias retinianas más estudiadas. Es una enfermedad crónica, no transmisible, de predominio hereditario, con gran heterogeneidad clínica, genética y evolutiva.

 

En su forma típica y atípica, afecta a los fotorreceptores (conos y bastones) de la retina y al epitelio pigmentario, entre otras estructuras oculares.

 

En su forma asociada, además de dañar los tejidos oculares ya mencionados, se afectan otros sentidos, órganos y sistemas del organismo humano, formando síndromes”.

 

Por su formación académica tal vez, fue más claro el galeno con su crudeza que la forma técnica de plantear la situación desde un punto de vista oftalmológico.

 

Pero y para mi, ¿Qué significa presentar retinosis?

 

Muy niño tenía que dejar de jugar con los vecinitos al ser las 6 de la tarde cuando solía ocultarse el sol.

 

Para ver la televisión, me acercaba mucho y mi padre que pensaba esto era dañino, optó por colocar el aparato en un lugar elevado donde junto con mi hermano tratábamos de ver nuestras series preferidas subidos en algún banco o silla no sin las quejas del resto de la familia a quienes tapábamos hasta que el receptor regresó a su sitio original.

 

Claro que el remanente era importante y nos permitía viajar en bicicleta, esperar a que el bus o el carro del lechero se pusiera en marcha para correr y colgarnos lo que nos daba gran satisfacción; subir a los árboles a tomar de sus frutos y escaparnos a los ríos cercanos.

 

Yo diría que hacíamos una vida casi normal pero al acercarse la adolescencia…

 

Aquí sí que las cosas cambian, queremos ser los más populares, guapos, adinerados, inteligentes pero con una discapacidad visual… las cosas cambian.

 

Del bastón ni hablar, eso es para los ciegos y yo veo.

 

Tal era el pensamiento de los jóvenes con retinosis en aquella época y lamento que aún persista en muchos jóvenes de mi edad en ese entonces.

 

En la secundaria nunca empleé un bastón aunque luego de salir de clases en una oscura tarde de invierno, me guiara por el cuello de algún estudiante cuya camisa celeste era la única parte que no cubría su abrigo azul.

 

Pero antes, otro amigo de mayor edad con retinosis en su colegio, seguía a dos estudiantes o a sus cuellos celestes y en un momento en que estos se separaban para evadir a un poste, ahí quedaba mi amigo golpeado y asegurando que venía distraído.

 

¡Como nos gustaba guardar las apariencias!

 

Cuantos pretextos esgrimíamos para no asistir a actividades de las 6 de la tarde en adelante, si nos golpeábamos en un lugar oscuro o metíamos el pie en un poso ojalá con agua sucia por efecto del aceite de los autos o por su procedencia de los caños.

 

Qué alegría cuando en alguna actividad parecía que no notaron nuestra discapacidad visual porque para nosotros, integración era sinónimo de pasar inadvertida nuestra limitación visual y no de que nos aceptaran tal y como somos.

 

Que juegos inventábamos para demostrar que yo podía ver más que mi compañero con retinosis.

 

Haber quien leía la placa de un auto a mayor distancia no sin recibir algún susto cuando en nuestro empeño por ganar, centrábamos nuestra mirada y atención hacia esos números que perdíamos de vista al saltar cuando el conductor pulsaba el claxon.

 

Al ganarnos la partida la retinosis, aceptábamos con timidez al bastón blanco que desplegábamos en lugares alejados de nuestro hogar (como si los vecinos no supieran de nuestra limitación) para plegarlo en cuanto la claridad nos lo permitía.

 

Con el paso de los años, ahora hasta cuando puedo plegarlo lo mantengo “en pie de lucha” porque lejos de avergonzarme, me da seguridad.

 

Gracias al bastón blanco, soy independiente y puedo desplazarme donde y cuando quiera.

 

Otro paso integrador.

 

Al principio andaba sin bastón blanco, luego lo asumí y ahora pienso en un perro guía.

 

Esta es otra etapa para la cual hay que prepararse.

 

Así como ponemos muchos peros al uso del bastón blanco, aludiendo que no lo necesitamos y hasta le cambiamos de color para distinguirnos de los ciegos totales para que los demás sepan que presentamos una limitación visual y no una ceguera total como si esto importara a quienes ven, también con el perro guía solo cuando estamos convencidos seremos capaces de echar mano de un fiel compañero y un gran lazarillo para hacer más fácil nuestro desplazamiento por estas cada vez más complejas y convulsionadas ciudades donde vivimos.

 

Autor: Roberto Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.

rsancho@ccss.sa.cr

 

 

 

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