El pobre anciano, tras una larga vida de
trabajos y privaciones, se puso a recordar sus padecimientos, pues la memoria de
los mayores, es más fructífera con los hechos más lejanos, que con los
recientes.
Cuando él era joven, formó una familia
con una muchacha 14 años menor que él; pero su matrimonio fue muy desgraciado,
pues tuvieron 7 hijos, de los que 5 murieron siendo muy niños, pues la
mortalidad infantil, era muy elevada, a principios del siglo XX; solo quedaron
2 hijitos, un niño y una niña, los más fuertes, que sobrevivieron a tanta
desgracia.
Juan, que así se llamaba el hombre,
trabajaba como empleado en el pequeño ayuntamiento del pueblo; pero ganaba muy
poco sueldo, y decidió irse con su menguada familia a la capital, para mejorar
su vida.
Él trabajaba todo el día, en lo que
fuera, para ganarse el pan; pero ella, su esposa, mucho más joven que él,
estaba en su casa dedicada a sus labores y sus niños… Hasta que un día, Juan
regresó de su trabajo, y la encontró con otro hombre, y por no matarlos a los
dos, huyó del lugar, presa de celos y desengañado de todo. Y desesperado,
volvió a su pequeño pueblo… A su vida anterior; pero un día, apareció su joven
esposa pidiéndole perdón, con ánimo de rehacer su matrimonio; más él, lleno de
odio y rencor, no la quiso perdonar, y la echó de su lado, para siempre.
Desde entonces, la vida de Juan, fue un
calvario, y se dio a la bebida para olvidar, y de vez en cuando estaba
borracho; mas quería a sus hijos, de los cuales tomó su custodia, para que su
madre no les diera mal ejemplo.
El niño y la niña, sus 2 hijitos, se
quedaron con el padre, y su infancia, transcurrió triste y sin madre.… Ella,
repudiada por su marido, había vuelto a la capital, y formó una nueva familia
con el hombre, que fue la causa de su desgracia matrimonial.
El pobre Juan, por su parte, trabajaba
todo el día, y dejaba a alguna vecina al cuidado de sus hijos, pero, ellos
andaban siempre por la calle, sin ir a la escuela, como 2 cervatillos,
solitarios triscando a su alvedrío.
Las buenas vecinas, les cuidaban lo que
podían, y por la noche, volvía el pobre padre, y les hacía algo caliente para
cenar.
Y así, fueron pasando los años, y los
niños crecieron, el muchacho, fue a trabajar con su padre, y la chica, se
convirtió en una mocita muy guapa; pero siempre fue muy recatada, para que
nadie le pudiera decir que era como su madre.
Ella les cuidaba a los 2, hasta que se
casó, con un muchacho del pueblo, y tuvo que dejarles solos, para irse con él.
Y desde entonces la vida de Juan,
cambió, y se sintió abandonado y triste…
¡Ay, cuántas penalidades para criar a
sus 2 hijos, él solo! Y ahora también lo está, porque no disfruta de su
compañía… El hijo se marchó a la guerra, y nunca volvió, pues quedó muerto en
una batalla, de hermanos contra hermanos… y ni siquiera sabe donde está
enterrado, pues solo le llegó una triste carta, que le decía: Su hijo ha
desaparecido en combate, por la causa que defendió hasta la muerte.
Y así se quedó, solo con la hija mayor,
que vivía en el mismo pueblo que él; pero con su marido y una niña, fruto de su
matrimonio…
Al principio, el abuelo, también vivía
con ellos; pero su yerno, era tan intolerante y desconsiderado, que no
soportaba los achaques ni las manías de la vejez, y el pobre abuelo, al verse
maltratado, optó por irse a vivir solo, a una casucha de alquiler, donde
malvivía con el poco dinero que cobraba por su pensión.
Su pobre hija, sufría por verle así;
pero el padre, le aconsejaba que se fuera con su marido, pues él no la podía
mantener, ni a ella, ni a su pequeña nieta.
Y llegó el día, en que su yerno, se
marchó a otras tierras, para buscar trabajo, pues en el pueblo, no había nada.
Todo quedó arrasado por la guerra tan inútil como desastrosa.
Mientras pudo ayudó a su hija,
aportándole algo de comer, para que las 2 no murieran de hambre.
Pasado un año o más, el yerno escribió
una carta, y envió dinero para que la esposa e hija, pudieran ir a donde él
trabajaba y empezar una vida mejor; pero el anciano, no contó en los propósitos
de este reinicio, porque no había dinero suficiente, y porque el yerno no le
soportaba… Y el pobre viejo, se resignó a perder lo único que le quedaba en el
mundo, que eran su hija y su nieta.
Y después de venderlo todo, lo poco que
le quedaba, la pobre mujer, con su niña, se puso en camino, al encuentro del
hombre que era su marido, y tuvo que matar los remordimientos, que le causaba
el dejar a su anciano padre tan solo en el pueblo.
El día que se fueron, el padre las
acompañó hasta la estación del tren, y al despedirse, entre abrazos, besos y
lágrimas, le dijo que ya nunca más volverían a verse en este mundo. Y ellas
partieron en el tren, hacia tierras lejanas y desconocidas, y él se quedó
llorando, pues sabía que las había perdido para siempre.
De vez en cuando, recibía una carta de
su hija, era lo único que le llegaba; pero muy de tarde en tarde. El pobre
hombre, veía pasar su vejez, sin nadie que le cuidara, y cuando recordaba a su
hija y nieta, se ponía a llorar.
Así pasaron algunos años, hasta que
Juan, enfermó, y como antes a sus niños, algunas vecinas caritativas, ahora le
cuidaban a él.
Mas una noche, se sintió mal, y al ir a
levantarse de su camastro, para pedir ayuda, se desvaneció y cayó al suelo,
donde tiempo después, le encontraron abandonado y muerto.
Y le amortajaron, con ropas que le
pusieron las almas caritativas que conocían su triste historia; y le
transportaron al cementerio, en la Caja de las ánimas, que era el ataúd que
servía para llevar a los muertos más pobres, y una vez allí, le dejaron caer en
la fosa, triste y húmeda, y le enterraron…
Allí quedó en el olvido, sin una lápida
que marcara su tumba.
Al cabo de unos días, la pobre hija, recibió
la noticia de la muerte de su padre; pero lo único que ella pudo hacer, fue
rezar y llorar por él; más durante el resto de su vida, le recordó, y sufrió un
gran remordimiento, por no haberse enfrentado a su marido, evitando tan triste
final.
Mas no tuvo el valor necesario, pues el
marido era un hombre violento, y la maltrataba, impidiendo que ella tomara sus
propias decisiones, sin tener en cuenta, que el pobre anciano, había quedado en
el pueblo, solo y desamparado.
Autora: Puri Águila. Barcelona,
España.