EN CUANTO A LA EDUCACIÓN ESPECIAL

 

El hecho de abogar por la educación especial, porque considero que es de suma importancia en el proceso de socialización de los niños con ceguera, no significa que me haya propuesto defender lo que pudiese ser indefendible con tal de oponerme a la educación regular ¿inclusiva? A la cual me he venido refiriendo. Digo esto, porque mis anteriores artículos podrían haber dejado ese tipo de sensación.

Jamás me hubiese propuesto sostener, ni por un solo segundo, que la educación especial representa en sí misma el día y que la educación ¿inclusiva? simboliza la noche, que mientras una trae luz la otra deja tinieblas. No se trata de una dicotomía entre algo bueno e inmaculado, y algo malo, desastroso, pésimo. Recordemos que en principio, el modelo perfecto de educación no existe, y si existiera sería enemigo de lo bueno o de lo perfeccionable. Por eso, me gustaría hacer algunas consideraciones.

Al hablar de la educación especial, y defenderla si se quiere el término, no estoy sacando los pies de nuestra realidad. No podría hacerlo de ninguna manera, porque si se tratase de hablar de mí, podría contar que mis estudios primarios los realicé en dos escuelas para niños ciegos: La Inmaculada (hoy San Francisco) y Santa Lucía.

Estoy consciente de las condiciones negativas en las que dicha educación se da, y no me sorprendería si es que tales condiciones se hubiesen empeorado con el correr de los años, desde que terminé mi quinto año en 1970. Entonces, no hubo nada que se pudiese librar de sufrir las calamitosas consecuencias del proceso dictatorial ese (alias revolucionario) que se inició en el Perú en 1968 y cuyos efectos seguimos sufriendo hasta hoy. ¿Porqué nuestra educación en general está como está?

Lógicamente, y como no podía ser de otra manera, la educación especial tiene sus contradicciones. Si la regular las tiene: ¿Por qué la especial no las a de tener? Claro, pero claro que las tiene (insisto) y sin embargo ello no es justificación como para dejarla de lado. ¿Por qué? Porque en un sentido paradójico, no hay nada más socialmente inclusivo que la educación especial, cuando se le imparte con un nivel de calidad capaz de responder a los requerimientos del medio en el que vivimos.

Sí, estoy a favor de la educación especial porque la considero fundamental, y pienso que no es justo reducirla hasta verla como un simple medio o instrumento de apoyo, pero precisamente, por estar a favor de ella, por su trascendencia, por su importancia en el proceso de socialización de nuestros niños ciegos, considero que aquella educación especial necesita ser repensada, replanteada, sometida a una reingeniería total, total si es necesario, para ponerla a la altura de las circunstancias a partir de nuestra realidad.

Quiero hacer hincapié, y ser todo lo enfático que fuese necesario, en cuanto a que estoy por la educación especial, pero -¡ojo pestaña y ceja!- no por la que hoy precisamente se da, sin recursos ni medios suficientes. Por si acaso, no estoy a favor de aquel estatus quo al cual algunos se aferran y que a lo mejor quisieran perpetuar en nombre de sus propios intereses.

Si mi hijo hubiese sido ciego yo me hubiese resistido a matricularlo en las escuelas especiales que hay en nuestro medio, más aún por lo que yo he podido experimentar. Sin embargo, tendría muy en claro que lo mejor que podría darle sería una educación de tipo especializado, y entonces estaría en un gran dilema. Al hablar de esto me pongo a pensar en los padres de niños ciegos quienes, en efecto, deben estarse sintiendo entre la espada y la pared, sin saber qué hacer con sus hijos.

Pero habría tantas cosas que considerar aquí que, por eso, propongo algo así como un shock, sí un shock, para nuestra educación especial. Un shock que debe darse ya, no sin antes reunir a lo mejor de nuestras inteligencias para plantear la forma más conveniente de darlo. Al respecto, pienso que no hay tiempo que perder.

Nuestros niños ciegos tienen necesidades educativas cuya satisfacción no puede ni debe esperar, por el hecho de que la educación especial se haya convertido en el nuevo patito feo del siglo 21. ¿Qué culpa tienen ellos de las malas o pésimas condiciones en las que hoy se les pudiese estar educando? ¿No son también ellos nuevos ciudadanos? ¿Si lo son, porqué no darles la mejor educación posible?

Téngase en cuenta, y muy presente, que por singular o peculiar que fuese, la educación especial también es un derecho. No ha dejado, ni tiene porqué dejar de serlo bajo algún pretexto o excusa, y debe seguirlo siendo, pero no en un sentido lírico, cargado de sensiblería, lleno de buenas intenciones, porque recordemos que de buenas intenciones están empedradas las puertas del infierno. Aquel derecho a la educación especial requiere y merece todo el apoyo social que sea necesario. Tenemos que dárselo, pero ya, poniendo lo mejor que cada uno tenga considerando que la educación, en este caso especial, es tarea de todos los que de una u otra forma tenemos relación con tal o cual tipo de limitación, y por su puesto es también tarea ineludible del estado.

 

Autor: Luis Hernández Patiño.

Lima, Perú.

enfoque21_lhp@yahoo.es

 

 

 

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