DESPABÍLATE AMOR

 

(Argentina, 1996)

 

Ficha técnica

Dirección: Eliseo Subiela

Guión: Eliseo Subiela con poemas de Mario Benedetti

Intérpretes: Darío Grandinetti, Soledad Silveyra, Juan Leyrado, Marilyn Solaya, Gustavo Garzón, Emilia Mazer, Valentina Bass i Manuel Callau.

Producción: Jorge Rocca

Fotografía: Daniel Rodríguez Maseda

Música: Martín Bianchedi

 

Sinopsis:

Un hombre con nostalgias de su época de adolescente ha descubierto en el rock que practica todos los días un remedio contra el envejecimiento. Quiere volver a ver a su antigua barra de amigos y les propone un asalto como los de antes. Así da con Ernesto, un periodista cuarentón, ex militante y ex exiliado que anda detrás de una misteriosa cubana. El film muestra dos caras: la evocación nostálgica y el retrato actual de los personajes de ayer colmado de emoción.

 

Comentario:

Eliseo Subiela (N. Buenos Aires 1944), alumno de Dirección de cine en la Escuela de Cine de La Plata, abandonó los estudios para filmar su primer corto, “Un largo silencio” (1963). Con su segundo corto, “Sobre todas las estrellas” (1965), obtiene el premio del Instituto de Cinematografía Argentino. “La conquista del paraíso” (1980), su primer largometraje, fue bien recibido por la crítica pero resultó un fracaso de taquilla. Sus películas más conocidas son “Hombre mirando al sureste” (1986) y “El lado oscuro del corazón” (1992). En el año de 1996 realiza la película que comentamos, basada en el poemario de Mario Benedetti: No te mueras sin decirme a dónde vas, a la cual puso el nombre de “Despabílate amor”.

El cine de Subiela recrea un universo muy particular de intenso contenido poético; fantasía y realidad fundidas en una crítica profunda y un análisis sincero de los fenómenos primordiales de la existencia humana. Los temas fundamentales de sus películas son: la religión, la búsqueda de los valores en el tiempo, la indagación acerca de la identidad, el amor frente a la muerte, el deseo y la naturaleza.

“Despabílate amor” revalora con nostalgia la juventud pasada, cuando todavía no se había decretado el fin de la historia ni la muerte de las ideologías, y los sueños no tenían la obligación de ser rentables. La ilusión era posible. Eliseo Subiela va a revivir allí, con humor y ternura, recuerdos muy queridos. Pero también va en busca de alguna clave, una señal que le explique por qué para unos el paso del tiempo es un motivo de tristeza y para otros simplemente una circunstancia que deja su huella en las arrugas o en las canas, pero no pesa en el corazón.

Subiela descubre, en su obstinada remembranza, que aun continúa siendo un adolescente en busca de la fiesta de la vida. A través de Ricardo, (afectiva interpretación de Juan Leyrado) su personaje simbólico, ha descubierto en el rock que practica con disciplinado ardor, un remedio contra el envejecimiento. Busca a los amigos, les propone un asalto como los de antes. Así da con Ernesto (Darío Grandinetti), el otro protagonista, -que es como decir el propio Subiela, aunque esta vez la voz del director se adivine también en las ocurrencias de Leyrado)- periodista cuarentón, ex militante, ex exiliado, éste anda a su vez detrás de una misteriosa cubana que le señala el camino del amor con el sonido de su violoncelo.

Como si hubiera un film de imágenes y otro de palabras; uno conmovedor, elocuente, paradójicamente más poético porque se apoya en sugerencias, en el compromiso emotivo de los intérpretes, en la agudeza de los apuntes, en la lucidez de la cámara, en el dulce paladeo de la nostalgia; el otro, más compuesto porque se diría sujeto al texto no a lo que Subiela ve (o siente) sino a lo que Subiela quiere ver, quiere decir desde el alma.

De un lado queda el amor retórico, literario; la figura de la mujer exótica, artista venida de otras tierras. Del otro, el amor de veras, el que sostiene la vida de todos los días y le da sentido, o se guarda, lozano, en el fondo del corazón. El que le ilumina la mirada a Ana (Soledad Silveyra) en algunas de las escenas más conmovedoras del film.

En uno y otro sector de la película pueden sobrevenir los diálogos sentenciosos o los que merodean cerca de lo cursi. Son riesgos que corre siempre el cine de Subiela, el costo de su atrevimiento, de su entrega apasionada.

Por suerte, también en los dos sectores resplandece el humor. Un humor muy actual, muy argentino, con algún dejo de irónica amargura, pero humor al fin, que hace falta tenerlo, y mucho, para no entregarse al desánimo y para ser capaz de despabilarse a tiempo, como ordena cariñosamente el título del film.

 

Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún, Quintana Roo. México.

fernandezpr@hotmail.com

 

 

 

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