Me preguntan desde cuándo nos conocemos,
y digo: “no sé, no lo recuerdo, creo que desde siempre”.
Un día que no tiene fecha ni nombre, nos
encontramos, me diste tu mano, yo tropezaba entonces y mis brazos estaban
llenos, llenos como siempre de flores y de ramitas secas. Esas que no quería
dejar solas en el camino.
-Te ayudo- me dijiste.
Yo estaba sorprendida, quería decir más
cosas: que me dolía la rodilla, que se me caía todo, que era tarde, que me
demoraba y luego el reto; pero no dije nada, nada porque tú no querías saber,
solo ayudarme, siempre fue igual.
-¡Mira qué hora es!- Dijo mi madre,
siempre distraída, siempre en otro mundo, -¡que chiquilina esta!
Tú en silencio y quieto, yo avergonzada
y con mis brazos llenos, luego escucharía más, ahora debía guardar mis tesoros.
Tomé la cesta y esperé, ya sabía cual
era la tarea, pero no quería dejarte solo.
-¿Viniste por algo?- Te dijo mi mamá.
- No, solo la acompaño.
Aproveché entonces y dije: -¡Vamos!
Que desde cuando nos conocemos, que
siempre estamos juntos aun cuando estamos muy lejos el uno del otro, ¡qué sé
yo!
Venimos desde el corazón del tiempo,
allí no hay preguntas, solo palabras, suspiros, confidencias, regalitos
entregados en silencio. Ese silencio de tus ojos marrones medios verdosos, ese
hueco en tu mentón, tu sonrisa casi silenciosa, tu mano sacando mi trenza de la
cara porque decías que era linda, que te gusta mirarme.
Somos amigos, decíamos algunas veces,
los demás respondían: -Pero no van a la misma escuela, no son vecinos, ¿de
dónde son tan amigos?
No sé, desde el tiempo, por que en el
corazón del tiempo no hay reloj ni almanaque, sólo estamos nosotros, nosotros y
nuestros secretos, nuestros regalitos, nuestras preguntas, nuestras respuestas.
Un día nos dimos cuenta; tus pantalones
se habían acortado, tus piernas eran diferentes, mis faldas me quedaban cortas,
no me quedaba lindo el vestido rojo, el lazo no me quedaba en la cintura.
Mamá decía que no era ya para mí.
Pero yo pensaba que ella no tenía razón.
Y me dijiste, cuando caminábamos con mi
mano en la tuya:
-Estamos más grandes, cuando pase el
verano voy a la secundaria, dicen que hay mucho para estudiar y que los sábados
también hay clases.
Yo no quería llorar, pero yo debía
seguir en la escuela todo un año entero…tampoco sabía qué decir, conocía a mis
primas que estaban en la secundaria ¡y ellas parecían tan importantes!
Creo que esa vez fue la primera vez que
me sentí pequeña y tonta.
Entonces comprendí lo del vestido rojo,
lo de tus pantalones que se veían cortos, es que ya habíamos crecido, me dolía
crecer, me dolía ser grande, los grandes siempre están ocupados, siempre
mandan, ¿qué haría yo grande y sola?
Llegaron los paréntesis, las distancias,
más y más tareas, y aquello que se decía muchas veces: “has crecido, ¡eres casi
una señorita!”
¡Que detestable era ser una señorita!
...Y comenzó ha transcurrir el tiempo,
el paréntesis semanal era al principio largo, luego aprendimos que era mejor
contar al revés, y mientras pasaba mi último año de primaria, tú me esperabas
en el secundario.
Me enseñaste a crecer, crecí con tus
silencios, con el conocer tu nueva vida, me trajiste contigo el afán de
conocimiento, no solo de los libros nuevos sino de tus sueños, del mundo que
está lejos y cerca esperándonos.
Fuimos creciendo, madurando, fuimos
aprendiendo a ser adultos, a sentir como adultos.
Mientras en nuestras manos y en nuestras
miradas se mantuvo intacto el tiempo del corazón.
Fue a fines de marzo, el otoño nos
regalaba las coloridas hojas que murmuraban a nuestro paso, tú me diste una
flor que hiciste para mí con esas hojas rojizas, amarillas y aun algo verdes,
era una flor única, única como nuestro beso, ese beso primero e inolvidable, el
que por siempre nos haría estremecer al recordarlo.
Idas y venidas, crecer, estudiar,
cumplir con metas y anhelos, tu allá, en aquellos lugares algunas veces
lejanos, talvez ninguna de las personas de los nuevos círculos reconociera a
los amigos de la primaria; pero el tiempo del corazón está allí, tú y yo lo sabemos.
Ya la flor de las hojas de otoño ya no
está, pero nuestro beso sigue vivo y vigente entre nosotros, tan vigente como
el hoyuelo de tu mentón y como esa peca de mi mejilla.
Según la gente todo fue casualidad,
nosotros sabemos que es causalidad.
En esa ocasión se premiaban trabajos,
logros, y entre tanta gente nos vimos, y todas las mariposas de la floresta se
reunieron en mi estómago…te acercaste, vi tus ojos marrones con algo de verde,
tu hoyuelo con pizca de barba escondida, nada dijimos, me tomaste la mano y
supimos que el tiempo del corazón sigue vigente.
Autora: Marie Díaz. Montevideo, Uruguay.