CULTO A LAS ARMAS
Por Eduardo Ibarra Aguirre
No hay hechos o tomas de posición fortuitos o casuales, por lo menos en el ámbito de la política.
Y a lo anterior no escapa la serie de pronunciamientos asumidos en días recientes por el subcomandante insurgente Marcos. Precisamente llama sobremanera
la atención la oportunidad política que escogió el vocero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional para hacer un más que agresivo deslinde respecto
a Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, en particular, la dirigencia del Partido de la Revolución Democrática y frente a éste en
general. Y sin mediar matices que, en política, se sabe muy bien, son imprescindibles.
También llama mucho la atención la actitud más que comedida de los principales dirigentes perredistas, con sus excepciones notables como la de Pablo Gómez
Álvarez y Jesús Ortega Martínez, y el sepulcral silencio de la mayoría.
Aparte de la mejor oportunidad para responder a las gravísimas acusaciones de Marcos, y distraer esfuerzos en un debate que todo indica evita colocarse
en el terreno que pretende aquél: el de las descalificaciones y excomulgaciones, se encuentra una tradición política de franjas de las izquierdas parlamentarias
y extraparlamentarias, políticas y sociales, revolucionarias y reformistas, de ver y asumir a las guerrillas con excesivo respeto. Aparte está el hecho
de que al también literato sus partidarios y simpatizantes lo han convertido en una suerte de San Marcos.
Aquella tradición tiene por lo menos seis décadas, que es la misma vida continua que acumulan las guerrillas mexicanas, desde la de Rubén Jaramillo en Morelos.
Se comprende muy bien que el valor más alto e irrepetible que tiene el ser humano es la vida. Y que cuando algún activista político o social pone en juego
su vida en pos de sus ideales, por erráticos e inoportunos que sean los caminos, merece el respeto de sus compañeros de lucha que persiguen los mismos
propósitos pero con otros métodos.
Pero esto que se escribe fácil, en un párrafo, genera muchas tensiones en el pensamiento y en la práctica de muchos hombres y mujeres de nuestras izquierdas.
Frente a la imposibilidad o inconveniencia personal y colectiva de sumarse al movimiento guerrillero se genera una especie de culto secreto e involuntario
hacia sus integrantes, hacia la lucha armada.
Esto lo conoce y lo capitaliza muy bien Marcos y la dirigencia del EZLN. Pero acaban de dar unos pasos en la batalla de acusaciones contra el PRD que coloca
en situación nada fácil a los votantes pragmáticos de éste y simpatizantes de aquél.
Mostrando sus verdaderos orígenes, no la imagen divulgada en la última década, el presunto tampiqueño amenazó: el PRD "nos despreció y va a pagar; los vamos
a hacer pedacitos, aunque nos quedemos solos, porque alguien tiene que cobrar esa cuenta".
Lo dice un hombre alzado en armas, proveniente de un movimiento que en los años 80 dedicó buena parte de su energía a ajusticiar a hombres y mujeres que
los acompañaron un tramo y después decidieron reintegrarse a la vida política pacífica.
La amenaza fue dicha en público y consignada por casi todos los medios de comunicación. No es pertinente ignorarla y menos como hacen los partidarios del
EZLN: preocuparse sólo por si van a poder votar o no por López Obrador.