A LA SOMBRA DE LA CEIBA

Mis queridos lectores, gracias a los mensajes que, con sumo afecto y valoración, ustedes han enviado a mi e-mail, me han permitido conocer, que casi son mayoría los lectores que integran, con orgullo la tercera edad, lo que evidencia que dentro de nosotros, sin que nos percatemos de ello, se esconde un sempiterno sentimiento infantil.

Mas en esta oportunidad, pondremos a su leal valoración, una humilde obra, la que califico como "NOVELA INFANTIL Y JUVENIL".

En la misma tratamos el tema de la muerte del modo más natural, para que se comprenda que la muerte, indefectiblemente, es una faceta inseparable de la vida.

De la misma manera que la luz es inseparable de su ausencia, génesis de la oscuridad, así la muerte ha de verse, como lo que es, ausencia de la vida.

Opino que resulta un deber llevar de la mano, de un modo no traumático a nuestros pequeños, al enfrentamiento de esa fatal realidad, que de forma reiterada, se esquiva en la literatura infantil y juvenil.

Les pido que me expresen su valoración y estaremos haciendo luz en las dudas.

 

 

Mi Primer Amor

- Mira mi cariñoso Dobi, en esa casita que vez allí, desde ayer se ha mudado una niña que parece tener mi misma edad y se matriculó en la misma escuela que yo, -le conté a mi perro, el que sabía que yo me enamoraba de la última niña que se trasladaba-, me miró y tuvo que virar el hocico para que no me diera cuenta de que se estaba sonriendo.

Pero aquella pequeña tenía algo diferente, yo no sabía ¿por qué se tapaba la cara cuando el sol le alumbraba sus ¡lindos ojos azules!? Los que cerraba, como para que yo no pudiera vérselos.

- No sé Dobi, pero creo que no quiere ser mi amiga, talvez es de esas orgullosas que no tratan a sus compañeritos de aula, esperemos a ver si otro día tengo la oportunidad ¡de que me mire aunque sea!

La escuelita ocupaba un inmueble todo rodeado de un muro pintado de color verde claro, no muy elevado y por encima del mismo se podía ver un cuidado jardín con muchas plantas ornamentales, entre las que destacaban los Mar Pacíficos, que se asomaban tímidos con variedades de diferentes colores, blancos, anaranjados y los más conocidos, los rojos que eran los favoritos de Ivancito, nombre del niño, amo del "fiel ejemplar de perro Dobermann", guardián del pequeño, el que cada mañana le acompañaba hasta la entrada misma del plantel de enseñanza, regresando luego a casa, sabiéndolo ya seguro en la escuela, donde por instinto, él sabía que estaría bien protegido por el personal docente.

A la mañana siguiente, al dejarse escuchar el timbre que indicaba el tiempo asignado al recreo, que concedía 15 minutos a los escolares para que consumieran algún refrigerio preparado en casa, pues en el plantel no disponían de los recursos necesarios para garantizar a cada escolar, algún alimento ligero en ese horario, resultando triste, que la mayoría de los pequeños debieran conformarse viendo a unos pocos disfrutar aunque fuera, de alguna fruta que la naturaleza les regalara.

Ivancito había llevado unas doradas naranjas, él le brindaba a sus amiguitos y no eran pocos los que agradecían su desprendimiento, lo que le distinguía, permitiéndole gozar del cariño de los más pobres.

Con dos hermosísimas naranjas en sus infantiles manos, se acercó a la de los hermosos ojos azules ofreciéndoselas, la tierna criatura las tomó, no sin esfuerzo, pues las frutas eran verdaderamente bastante grandes para sus delgados y frágiles deditos, que parecieran imitar los de una muñequita de porcelana y sonriente le dio las gracias, lo que llenó de placer el tierno corazoncito del galante escolar.

Transcurrían los días y cada vez se profundizaba el sincero afecto que se estableciera entre estos dos inocentes infantes.

Una soleada mañana, de esas en las que todo resulta más hermoso, de esas en que los seres humanos se identifican íntimamente con su entorno, nuestro inquieto amiguito se aproximó a toda carrera a Mary invitándola a jugar a los "agarrados", pero entonces la niña con el rostro ensombrecido, se negó con un gesto de su rubia cabecita, y sin percatarse, sus azules ojos se posaron en el aparato ortopédico de su pierna derecha.

El niño al seguir con sus vivaces ojos la dirección de la mirada de su tierna amiguita, se apenó, ya que no deseaba hacerla sufrir recordándole sin proponérselo, la deformidad de aquel miembro afectado por la Poliomielitis, enfermedad que le había provocado el daño, que al igual que ella habían padecido la enfermedad no pocas personas, especialmente los más pequeños en aquel país, en el que por falta de recursos, por un lado y la corrupción política por el otro, impedían que se dispusiera de los medios preventivos para que los pequeños no se vieran forzados para toda una vida, a cargar con una deformidad, que con una simple vacuna hubiesen quedado inmunizados.

Ivancito se sintió culpable de hacer sufrir a su amiguita, pero la de los "lindos ojos azules", percatándose de los sentimientos de su inocente condiscípulo, le sonrió para que nada empañara aquella sincera y purísima relación infantil.

Pero el pequeño, deseoso de borrar del corazoncito de Mary cualquier huella por lo que él consideraba una falta imperdonable, le prometió a su compañerita que iría todas las tardes a estudiar con ella, al oír esas palabras, la pequeña le dijo que pronto se aburriría porque ella estaba muy atrasada, a causa de los cuatro meses que estuvo ingresada en el hospital sin que alguien pudiera ayudarle pues sus padres nunca tuvieron la oportunidad de asistir al colegio ya que en la zona en la que habían nacido y vivido era monte firme, no pudiendo instruirse teniendo que dedicarse a los ¡más duros y peor pagados trabajos!

El muchacho, cuyos padres eran médicos que tenían un consultorio privado, se sintió sacudido por la triste realidad familiar de la niña y comprobó que su mamá no le mentía, cuando le reprochaba no ingerir los alimentos diciéndole que en el mundo existían muchos niños que se iban a la cama, o mejor a un rincón a dormir sin ingerir alimento de clase alguna.

Al finalizar la jornada escolar, Mary e Ivancito iniciaron el camino de regreso a casa; charlaban animadamente de los temas impartidos por la maestra durante el horario de clases, en particular los relacionados con la historia de aquel País en el que les había tocado vivir, ¡al que los pequeños querían tanto! el que la maestra les había mostrado en aquel gran mapa, ¡se veía preciosa nuestra Patria!, coincidieron los amiguitos.

Casi sin percatarse llegaron a la pequeña casita en que habitaba Mary con sus padres, la niña antes de penetrar se despidió dándole una palmadita en el brazo de su amiguito, quien gentilmente le dio su mano para que Mary se apoyara al subir el elevado quicio de la entrada, acción que la pequeña agradeció con una dulce sonrisa, reanudando luego Ivancito el camino hacia su vivienda, distante unos cincuenta metros más adelante.

Al penetrar en su hogar cantando y saltando, fue recibido por Dovi el que también saltaba y manifestaba su alegría, con sus fuertes ladridos, índice del significado notorio de lo que representaba para el can el recién llegado.

El perro y su pequeño amo retozaron un largo rato, mientras tanto, de pie en el portal de la confortable vivienda, la madre de Ivancito lo contemplaba con ojos pletóricos de amor materno, fue entonces que el niño, al verla allí, corrió hacia ella fundiéndose ambos en íntimo y dulcísimo abrazo.

Ivancito, que estaba habituado a observar las reglas higiénicas, corrió al cuarto de baño para asearse antes de disfrutar de la merienda que su mamá le había preparado con variadas frutas de los árboles que su abuelo cultivaba en la parcela en la que estaba enclavada la casa vivienda.

Consumida la ensalada de frutas, el pequeño solicitó permiso a la madre para que le permitiera ir a casa de Mary, cumplimentando así, el compromiso con su compañerita de aula.

La dulce madre de aquel inquieto niño, asintió, pero recordándole que si no se comportaba correctamente, y regresaba a una hora adecuada, la próxima ocasión no podría visitar a su amiguita.

En sólo unos minutos se cambió el uniforme escolar, por ropas más frescas, y emprendió el camino de la cercana morada de la dulce compañerita.

Antes de penetrar en el portalito, llamó apropiadamente para que le autorizaran a penetrar en aquella casa a la que acudía por primera vez. Al oír la voz del muchacho, la frágil niña se sintió gratamente impresionada ya que, había pensado, que la promesa había surgido, no tanto por el deseo de ayudarla, sino por la pena que su amiguito había experimentado, al entender que había incurrido en una imprudencia, pero había cumplido su promesa, haciendo que Mary experimentara una honda emoción.

Ya en el interior Ivancito pudo ver que, allí todo estaba extremadamente pulcro, pero que en la pequeña salita, había por todo mobiliario, una larga y estrecha mesa, una despintada y desvencijada silla y un cajón de madera, que a modo de asiento, permitía leer en uno de sus costados "bacalao de Noruega".

- Discúlpame que no tengamos otros muebles, ya que mis padres tuvieron que venderlos para pagar los gastos del montón de medicamentos que se usaron durante el tiempo de mi enfermedad, muchos de los que debo continuar tomando, aunque mis padres, a veces no tienen el dinero para comprarlos.

- Pero verás que Dios les ayudará, -palabras que fueron dichas tímidamente por el infante y escuchadas por la pequeña, más por educación que por convicción.

Luego de aquel intercambio de infantiles sentimientos, comenzaron a copiar las clases que le faltaban a Mary para ponerse al día en las notas de clases de los días y semanas en los que la pequeña faltara por estar hospitalizada.

Ivancito, que era diestro en el arte de escribir, por cada una página que Mary copiaba, él copiaba tres, pero con el sentido de "pequeño caballerito" que rebozaba su corazón, no cometió la imprudencia de señalarlo.

El noble niño, que era un observador cuidadoso y que tomaba en cuenta cada detalle, se percató de que las dificultades de su compañerita, no se manifestaban solamente en sus limitaciones en el andar, sino que sus manos dejaban evidenciar fatiga a la menor carga física a las que se les sometieran, y que además, confrontaba dificultades visuales, pues tenía que acercarse el libro o la libreta hasta casi tocarlo con su pequeña y afilada nariz.

Cuando el sol se mostraba ya tímidamente en el poniente, regresó el sensible escolar a su vivienda que comparada, con la humildísima casita de su amiguita, pareciera el palacio de los monarcas de la vieja METRÓPOLI COLONIAL.

Al penetrar en su hogar, el niño encaminó sus pasos a la cocina, donde su dulce madre daba los últimos toques a la cena, la que según las sensaciones olfatorias, prometía ser un verdadero regalo al paladar.

Luego de estampar un tibio beso en la mejilla de su madre, sin decir una palabra, Ivancito prosiguió hacia el baño donde lavó sus manitas de retoño masculino, que presagiaba resultar un ejemplar de "hombre de bien", lo que era de resultar de ese modo, pues, (como dice el refrán), ¡Hijo de gato caza ratón!

Sentados a la mesa, el abuelito del pequeño y su padre, analizaban los últimos acontecimientos publicados en los diarios y a través de los informativos televisivos. También su progenitora, hizo gala de ser una mujer bien informada al comentar con acierto, diferentes aspectos de los hechos acaecidos, pero pudiera resultar lógico que Ivancito nada cuestionara sobre los análisis, extremadamente certeros, pero para sus padres, que no estaban ajenos a que éste pequeño les interrumpiera con sus "acostumbrados ¿por qué?, se apercibieron de que el muchacho estaba preocupado o impactado, por alguna cosa nada habitual y que le mantenía sumido, en un inusual mutismo, pero, ellos estaban conscientes de que, más tarde o más temprano, su hijito acudiría a sus sabios consejos y precisas orientaciones.

Pero esta vez el pequeño se tomaría un lapso más prolongado de lo habitual, ya que su silencioso diálogo con su yo interno, le tomaría más tiempo, teniendo en cuenta lo inusual del tema sobre el que habría de reflexionar.

Transcurridas unas dos horas, Ivancito se levantó de su cómodo sillón en el que trataba de disfrutar de aquel programa que a él le agradaba tanto, pero esa noche algo le impedía concentrarse, ¡y eso le contrarió de tal forma!, que prefirió irse temprano a la cama.

Los padres, que discretamente, le observaran concluyeron que era la primera oportunidad, en la que se hubiere manifestado una conducta así, coincidiendo en que se mantendrían alertas pero, en todo momento respetuosos de la privacidad de los motivos del niño que hicieran que asumiera tal postura individual, siempre expectantes, por si fuese menester, de forma cuidadosa, apoyarle emocionalmente.

A la mañana siguiente el escolar como era su costumbre, se alistó sin que fuese necesario recordarle que el tiempo se reducía si se entretenía y se ponía a jugar con Dobi, viéndose en la necesidad de, casi ir corriendo para la escuela.

El escolar al cruzar frente a la casa de Mary, se detuvo para comprobar si la niña ya se había marchado y al verla que precisamente salía de su casa, gentilmente aguardó brindándole su infantil brazo de caballerito para que su dulce amiga dispusiera de un punto en el que apoyarse para disponer de la seguridad necesaria al descender el alto quicio a la salida de su casa. Los compañeritos avanzaban a paso moderado, pues Mary no podía apresurarse usando aquel aparato, que por ser de varillas metálicas, resultaba bastante pesado y le exigía un esfuerzo físico mayor al andar.

Charlaban animadamente y reían de las ocurrencias de el inteligente can que les acompañaba, que desde ese día vería a la compañerita de su amo, como a su mejor amiga, y es que los perros, no importa su raza, sienten afecto por aquellas personas que les quieren bien a sus amos.

Llegados al plantel, el inteligente animal saludó a los amiguitos y alegremente retornó a su hogar, reflejándose en su andar, la satisfacción experimentada ante el deber cumplido.

En la actividad matutina previa a la entrada a las aulas, Ivancito recitó un poema en homenaje al fundador de la patria, acción en la que puso una gran carga emotiva, ya que sus padres habían plantado en él la simiente del "amor patrio". Al finalizar la actividad "CÍVICA" los diferentes grados encabezados por sus respectivos maestros, realizaron un solemne desfile ante un humilde busto del "ARQUITECTO DE LA INDEPENDENCIA" DE AQUELLA NACIÓN.

Ese día, Ivancito al iniciarse el tiempo asignado al recreo se acercó a su maestra respetuosamente, pidiéndole que deseaba le permitiera ser el monitor de Mary para que de esa manera pudiera ponerse a la par del resto del grupo.

Al observar la actitud del inteligente muchacho la profesora se sintió conmovida, acariciándole con suma ternura la cabeza, accediendo y se comprometió a orientarle para que lo realizara de la manera mejor posible. El pequeño le rogó a la educadora, que no le dijera nada a su amiguita pues no deseaba que ella viera que lo hacía por pena ni nada de eso.

Mary se preocupó de la demora del niño regresando al aula viendo a la maestra hablando con él, y no queriendo pasar por indiscreta salió tratando de pasar inadvertida, sin lograr que la maestra disimuladamente se percatara de la presencia y estaba observando, lo que le permitiera a ésta valorar los hermosos sentimientos que se estaban anidando en los inocentes corazones de aquellos infantes.

Faltando unos escasos minutos para que finalizara el recreo, ambos niños se reunieron en el patio de la escuela, compartiendo un trozo de pan con carne de poyo aporreada cocinada por la abuela del niño.

Al intentar el muchacho compartir su merienda con Mary, esta se negó lo que produjo un profundo enojo en Ivancito, por lo que se puso muy serio diciéndole a su tierna amiga que si no aceptaba su ofrecimiento no volvería a dirigirle la palabra en lo que restara de la jornada de ese día, lo que permitió que la niña, no sin pena aceptara la oferta de su compañerito. Resultaba evidente para el pequeño que la menuda condiscípula, aunque tratara de disimularlo, comía casi desesperadamente, como quien hacía muchas horas que no ingiriera alimento alguno, pero sin hacer comentario el niño simuló no tener mucho apetito para que Mary consumiera la mayor porción de aquella merienda.

Siendo las doce del día los pequeños marcharon en dirección a sus casas, pues en ese horario recesaban las actividades escolares, para que cada educando fuera a almorzar y se reintegraran a las dos de la tarde, pues, aunque la escuela no dispusiera de recursos con que facilitar alimentación, como señaláramos anteriormente, los niños estaban obligados a asistir a ambas sesiones docentes.

Viendo regresar a su amo, Dobi le brindó su recibimiento acostumbrado, pero aunque cariñoso como de costumbre, su camarada de infantiles horas de juegos, demostraba sentirse algo confundido emocionalmente.

La abuelita que era la que, a esa hora, enfrentaba los quehaceres de la casa, sabedora del escaso tiempo disponible, se afanaba para que todo estuviera a tiempo y a punto, para que su nieto del alma pudiera almorzar sin prisas innecesarias.

Cuando ya casi el niño había consumido la totalidad de lo servido, a la mente del noble escolar, acudió la visión de su frágil compañerita, mientras devoraba la merienda y preguntó a su abuela, si podía prepararle algo para la hora del recreo. La anciana extrañada de ese desacostumbrado apetito, tomó dos grandes plátanos fruta y los colocó en uno de los bolsillos de la maleta, pero el muchacho le señaló que le diera algo más si podía. De tal suerte la dulce anciana se sorprendió y al mismo tiempo se convenció de que algo raro estaba sucediendo, porque su nieto, era de buen comer, pero nunca un glotón.

Ivancito enrumbó en dirección de su escuela y al cruzar frente a la casa de Mary, miró insistentemente para ver si su compañerita estaba o no en ella. Viendo que nadie salía, y no teniendo la confianza necesaria, no se atrevió a llamarla por lo que prosiguió hacia la escuela esperando ver allí a su compañerita esperándole.

Pero el desaliento hizo presa en su infantil e inexperto corazoncito de tierno galán.

A la salida de la escuela, en el viaje de retorno a casa, el niño decidió penetrar en la de su amiguita antes de proseguir hacia su propio hogar, para saber ¿qué pudiera haberle acontecido a la pequeña?

No lo pensó dos veces entrando en el portalito de la casita, con cierta indecisión golpeó la puerta con sus nudillos, viéndose obligado a aguardar unos instantes, que a nuestro amiguito le parecieron siglos. Por fin la puerta se abrió y enmarcada por el deteriorado rectángulo de la entrada apareció una humildísima mujer a la que Ivancito ya conocía y que era la madre de su noble amiga.

Al indagar por las razones por las que Mary no había asistido a las clases, la madre le informó que sufría de fortísimos dolores de cabeza los que le afectaban frecuentemente y, que según los doctores que la atendían eran a consecuencia de la dolencia que le había aquejado. Apenado, y a la vez desconsolado, el escolar depositó en las manos de la señora el paquete de la merienda que su abuela había preparado y que él le rogaba aceptara para que su compañerita tuviera algo con lo que, al menos, calmar su apetito.

La progenitora de Mary acarició la cabeza del preocupado escolar, asegurándole que se la daría a la niña, así como le hablaría de su preocupación por conocer de su estado de salud. Cabizbajo y preocupado el pequeño prosiguió a paso lento hacia su casa.

Al penetrar en el jardín, se detuvo delante de un hermoso rosal cuajado de flores rojísimas como la sangre y al intentar tomar una, hubo de experimentar el punzante estímulo de una de sus espinas. Pero sin detenerse por ello, arrancó dos de las más hermosas y sin pronunciar palabra, emprendió veloz carrera hacia la casita de su dulce amiguita; y así jadeante, penetró en el portalito colocando las encarnadas flores en el poyo de la ventana, y si rápida fue la entrada, no menos fue la salida del furtivo mensajero de la ternura, límpida gotita de rocío de inmaculada espiritualidad.

La progenitora de Mary valoró aquel espontáneo gesto de sensibilidad infantil, ¡como sólo podría hacerlo una madre!

También hubo otros ojos de madre, que de igual manera, fueron testigos húmedos de los sentimientos que florecían en el alma de Ivancito, experimentando una indescriptible mezcla de infinitud, extemporaneidad y realismo sensitivo que hace crecer a "la especie humana", en instantes en los que pareciera amenazar con desaparecer, pero que renace en los no contaminados sentimientos infantiles.

La madre del niño, conocía que un sentimiento nuevo y poco frecuente, germinaba en el alma de su hijo, que le correspondía a ella, guiarlo con actitudes que estuvieran en consonancia con las particularidades de la fibra profundamente infantil y humana de Ivancito.

Ya de vuelta a casa, el muchacho, luego de cambiarse el uniforme por ropas apropiadas para estar en compañía de su perro en sus acostumbrados juegos por todo el patio como resultaba habitual.

Transcurridos unos 15 minutos de corretear de aquí para allá, los inseparables compañeros de juegos, fueron a sentarse bajo la sombra de un aguacatero profusamente florecido y allí, con su brazo alrededor del lomo de Dobi el amo y su can iniciaron un inusual diálogo.

Y digo diálogo, consciente de que entre un ser inteligente y un animal, un diálogo pareciera algo así como extraído de un cuento de ciencia ficción.

Pero quien conociera a Dobi, sabría que a su modo, era capaz de dialogar con el niño. El perro era para Ivancito, algo semejante a su albacea espiritual, pues él resultaba el más íntimo y confiable confidente.

Disimuladamente, la madre del pequeño le observaba desde la ventana de su dormitorio, tratando que su hijito del alma no reparara que estuviera siendo observado, para no lesionar su privacidad sentimental, aunque como mujer inteligente y preocupada, deseaba mantenerse atenta a la evolución del proceso por el que atravesaba el infante.

Tras unos prolongados suspiros el niño se separó del animal emprendiendo una rauda carrera hacia la terraza en la que hacía breves instantes, había tomado asiento Carla, que era como se nombraba la joven doctora feliz progenitora de nuestro confundido amiguito.

Subiendo los tres escalones de un salto el ágil retoño se refugió en el regazo de su dulce madre, la que se percató que el momento de la confidencia había llegado y que en tan sólo unos instantes se rompería la muralla que para la protección de su individualidad, erigiera Ivancito, la que gracias al tacto de sus mayores, al fin se desmoronaba para hacer expedito el acercamiento sentimental entre la madre y su inexperto crío.

El respeto a los más pequeños consolida el de los mayores, cuando éstos saben allanar los senderos que intercomunican las almas y los corazones de los integrantes de un hogar en el que se reconocen y respetan las conjugantes relaciones de sus miembros independientemente de sus edades.

Siguiendo su costumbre, Carla indagó por los asuntos relacionados con el quehacer del escolar y acerca de sus relaciones con sus amiguitos de aula. Con infinito tacto, fue llevando la amena charla en la dirección deseada, que no era otra que lograr que Ivancito, por propia iniciativa sacara a relucir sus relaciones afectivas con respecto a Mary, para que fuera el propio niño quien informara a su mamá de los leales y fraternos sentimientos que germinaran en su inexperto corazón.

De tal suerte el tierno sentimiento conduciría al niño a formular sus inquietudes. Pidió a la generosa mujer que le dijera ¿por qué Mary presentaba las dificultades físicas que disminuían sus capacidades? de igual forma quiso conocer si la niña lograría vencer las secuelas de su dolencia.

Acribillada por las acuciantes y humanas preocupaciones del inteligente escolar, Carla quiso hablarle con toda claridad, para que su hijo fuese capaz de asimilar la realidad que esperaba en un futuro inmediato a su inocente amiguita, para que él fuese consciente y así estar orientado adecuadamente para apoyar a Mary en su enfrentamiento a la adversidad que la vida le deparara.

Comunicó al pequeño que esa enfermedad podía prevenirse pero que las vacunas había que adquirirlas fuera del País y que las autoridades sanitarias, poco o nada eran capaces de hacer para obtenerlas, dada la falta de recursos económicos.

Los días se sucedían y sumados se fueron convirtiendo en semanas y meses, a lo largo de los cuales la salud de Mary se quebrantaba inexorablemente, las carencias económicas eran mayores lo que resultaba conocido por los vecinos que bondadosamente cooperaban, pero resultaba insuficiente, la miseria generalizada no favorecía los esfuerzos por facilitarle a la infeliz criatura una alimentación apropiada. Carla se convirtió en su médico de cabecera, el padre de Ivancito, como ya conocemos médico también, se encargaba en llevar en su auto hasta el hospital de la cercana ciudad, a la niña con su madre para someterla a todo tipo de tratamientos, pero resultaba triste ver que pareciera que el destino de la niña, lejos de vislumbrarse desde perspectivas más promisorias, pareciera haber iniciado una galopante carrera hacia un desenlace fatal.

Todos, que sabían lo mucho que representaba Mary para Ivancito, disimulaban en lo posible para que el pequeño no se afectara espiritualmente, pero el niño no necesitaba que le ocultaran la realidad, porque el deterioro físico de su compañera de aula resultaba muestra más que evidente.

Ivancito visitaba a Mary cada tarde a la salida de la escuela. Pero una tarde al intentar penetrar en la casita de su amiguita, fue informado por la doctora Carla que ese día no podría hacerlo ya que la pequeña estaba con fiebres muy altas y que se investigaba el ¿por qué? y que al siguiente día la conducirían al hospital y que probablemente permanecería ingresada algún tiempo para su recuperación.

Sus ojos se nublaron y las lágrimas afluyeron incontenibles pero reponiéndose, con silencioso ademán, se irguió como para demostrar que se crecía frente a la adversidad, como para demostrarse a sí mismo, que ni la impotencia ni el dolor por el sufrimiento de ese ser ¡tan querido! No le harían claudicar, y que su compromiso de luchar contra las injusticias sociales, desde entonces, le incentivarían cuando fuera un hombre, a luchar y vencer las miserias de todo género, y aunque necesitara tiempo para aprender dedicaría su vida para ello.

Al clarear el siguiente amanecer, los padres del niño se levantaron silenciosamente, tratando de que este no se despertara, pero se quedaron sorprendidos al encontrar al muchacho vestido de completo uniforme para salir a despedirse de Mary, como si presintiera que pudiera ser la última ocasión en que sus ojos se rebozaran con la quebrantada imagen de su adorada camarada de tiernos sueños infantiles, los que el orden social imperante se encargaría de tronchar.

Ambas madres intentaron, con sumo tacto, que los diminutos e inmaculados corazones, no resultaran afectados por el inevitable encuentro.

Pero todas las expectativas de sus mayores fueron superadas, ante la demostración de sabia lógica dada por los pequeños, los que no dejaron traslucir pesimismo ni temores ante un fatal designio de la vida, su ecuanimidad y derroche de pureza infinita, perduraría sucediera lo que sucediera, ¡para ellos bastaría con sus recuerdos!, los que sobrevivirían la acción corrosiva y exterminadora de la infinitud del tiempo y desde luego, la crueldad del olvido.

Autor: Dr. Alberto López Villarías.

La Habana, Cuba.

e-mail: villarias@infomed.sld.cu

 

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