BÚSQUEDA.
Por Gaspar Baquedano López
Caminamos erráticamente en busca del alivio, tratando de escapar del cotidiano malestar. Decimos que buscamos paz, amor, felicidad, sabiduría, libertad.
Consumimos gran parte de nuestra vida si no completamente, en pos de nuestros "ideales", de las cosas que pensamos pueden proporcionarnos la tranquilidad
y el bienestar que tanto anhelamos. Se trata de caminatas que en el mejor de los casos, producen la efímera fantasía que hemos encontrado lo que buscábamos.
Pero las más de las veces, a esta euforia pasajera siguen el desencanto y la frustración y, de nueva cuenta, continuamos escudriñando hasta que la próxima
desilusión nos aniquile.
En medio de tanta confusión es fácil la aparición de espejismos como sucede con el sediento que, extraviado en la inmensidad del desierto, cree ver agua
en donde solamente existen arena y sol. De la misma manera, nuestra necesidad de creer hace que "veamos" cosas en donde únicamente existen carencias. Así,
es posible que creamos que tal persona es el "amor" de nuestra vida porque reúne todas aquellos "atributos" (que son reflejo fiel de nuestras carencias)
para llevar al cabo una "perfecta" relación de pareja.
Son también nuestras necesidades las que nos hacen creer que siguiendo determinada doctrina nos encontraremos con Dios. Estas necesidades nos hacen pensar
que dando limosnas los domingos en el templo nuestros pecados serán perdonados, aunque de lunes a sábado abusemos de los demás. Buscamos lo que nos conviene
encontrar porque en esa expectativa disimulamos lo que necesitamos. Dicho de otra manera, en lugar de encararnos con nosotros mismos y de confrontarnos
con nuestras necesidades, preferimos el refugio de creencias que oferten alguna forma de seguridad.
Por ejemplo, es cómodo decir que hemos encontrado lo que buscábamos y que por ello ahora tenemos "paz espiritual". Semejante "hallazgo" es en realidad un
refugio ante la angustia que nos hace sufrir durante el día y roba el sueño por la noche. Consagrarse ciegamente a nuestro "hallazgo", causa, o a idea
puede ejercer un efecto anestésico ante el dolor que ocasiona la soledad. Pero, ¿qué sucede cuando cesa el efecto analgésico?: requerimos de mayores dosis
de creencias o, bien, cambiamos a otra idea intentando encontrar alivio ante el desorden que desorganiza nuestro interior.
Nos aislamos en nuestras creencias y desde ahí juzgamos a los demás, calificamos la forma en que viven los que nos rodean. Desde nuestros puntos de vista
establecemos clasificaciones, categorías psicológicas y sociales de acuerdo a nuestros propios valores. Pero el mero aislamiento en una idea o creencia
no resuelve nuestro problema: el miedo a vivir con plenitud. En el fondo de nuestras búsquedas y en el efímero regocijo que produce la ficción de haber
"encontrado", hay temor.
Fantasías
La percepción de nuestra vida es confusa. Vivimos caminando de un lado a otro buscando "algo" que calme nuestras angustias y que, de ser posible, dé sentido
al dolor que vivimos a diario en odios, guerras, crímenes, engaños y frustraciones. Necesitamos que "algo" explique todo este desorden y que, al mismo
tiempo, discipline y organice nuestra vida. Es tanta la necesidad de encontrar que magnificamos e intensificamos aquellas cosas que ante los ojos de nuestras
carencias pueden resolver tanto desasosiego. Esta necesidad de creer, de encontrar, nos hace correr en pos de aquel predicador que oferta perdones y vida
eterna, del "instructor" que disciplinará nuestro desorden, del "filósofo" que explica el sentido de la vida, del político que promete un cambio". En fin,
estamos dispuestos a obedecer a quien sea, con tal de asegurar un poco de felicidad.
El dolor de nuestras carencias alimenta fantasías y nos hace creer que encontramos el ansiado tesoro: la "felicidad". Jamás nos percatamos que todas esas
cosas que anhelamos (libertad, paz, sabiduría, felicidad, bienestar) no pueden ser otorgadas pues no son propiedad de nadie en particular. Más que buscar
, encontrar o pedir, lo que dejamos de lado es que requerimos de un trabajo intenso, apasionado y constante , en donde la materia prima es nuestra propia
persona . Este trabajo requiere de la observación constante, descarnada, sin tapujos ni dobleces, atenta y aguda sobre nuestra persona. En este trabajo
la comprensión de las necesidades que alimentan nuestras búsquedas es de vital importancia.
La observación intensa y permanente de nuestras necesidades y apegos es la que puede ayudarnos a comprender la forma en la que actuamos simulando frente
a los demás. Al través de esta observación atenta podemos percatarnos que cuando decimos que buscamos y que finalmente hemos encontrado, en realidad estamos
evadiéndonos de nuestra realidad. Cuando declaramos que con determinada creencia o fe resolvimos nuestra vida, lo que hemos hecho es encerrarnos y aislarnos
con la fantasía de que, de esta manera, dejaremos de sufrir.
Ignorancia
Desesperados ante tanta inseguridad, miedo y dolor, buscamos refugios: la fe ciega en determinada ideología, la promesa eterna de aquella religión, el "prestigio"
de las universidades, el brillo de los diplomas, ideas de autores, la veracidad de la teoría que gobierna nuestras ideas. En todo esto buscamos un efecto
mágico: seguridad. En lugar de detenernos y preguntarnos por qué nos sentimos inseguros, intentamos llenar el vacío de nuestras vidas con aquellas cosas
que los "sabios", los que sí saben, aconsejan que debamos hacer.
Pocas cosas nos preocupan tanto como que los demás piensen que somos "ignorantes", especialmente si entre nuestras búsquedas se encuentra la posibilidad
de ser considerado algún día un "intelectual" o mínimo, como gente "educada". Sentimos ansiedad cuando en la mesa de café no sabemos de qué están hablando
los "intelectuales", si en la reunión social a la que fuimos invitados se habla de cosas que no entendemos; sentimos vergüenza si cometemos alguna equivocación
en la manera en que nos expresamos. Tememos todo esto, tenemos miedo, tal vez pavor ¿Por qué? Porque tememos que alguien nos pegue la etiqueta de "ignorantes"
y, de esta manera, nos consideren inferiores, gente de segunda o de tercera categoría. Por eso rara vez recurrimos al don de la pregunta, pensamos que
quien pregunta será considerado ignorante.
Es tanta la presión que sentimos sobre nosotros que en lugar de observar, comprender y sacudirnos de tanta basura mental, optamos por el sometimiento, por
la entrega incondicional con tal de ser aceptados en una sociedad plagada de dobleces, de "morales" que se adaptan a la medida de los intereses, complicidades
y alianzas con el Poder. Por ejemplo, en vez de cuestionar que tipo de "educación" hemos creado, en lugar de reflexionar por qué la "calidad" de una escuela
se mide por la fastuosidad, el lujo de sus instalaciones, nos ufanamos de los sacrificios que tenemos que hacer para costear tanto derroche. En lugar de
poner punto final a tanta simulación, en vez de rebelarnos, nos hundimos cada vez más en la más grande de todas las ignorancias: el desconocimiento de
nosotros mismos.
Apegos
El conocimiento de nosotros mismos encuentra en el análisis de las necesidades y apegos un material de riqueza incalculable. Preguntémonos qué es lo que
necesitamos, a qué tenemos apego y, de esta manera, obtendremos una perspectiva directa para la comprensión de nuestras inseguridades y temores. Observemos
sin tapujos ni maquillajes a qué estamos apegados y comprenderemos mejor nuestras dependencias hacia cosas, ideas y personas. Esta observación puede conducirnos
al origen de nuestros temores. Estas reflexiones pueden iluminarnos y comprender que el miedo no existe por sí mismo: es creación de nuestra mente. Es
el resultado de pensar e imaginar que podemos perder algo a lo que tenemos apego: pertenencias materiales, posición social, una relación amorosa, un hijo,
poder, posición social, fama o la vida misma. No tememos lo desconocido, tememos perder lo conocido, por lo que más que miedo a la muerte, tememos perder
aquellas cosas que ficticiamente creemos son nuestras.
La más grande de todas las ignorancias, el desconocimiento de nosotros mismos, nos ha confinado a nuestras creencias dogmáticas, a nuestras "verdades",
a la ficción de que nuestras ideas son las correctas. Vivimos (si podemos llamar a eso "vida") atrapados en nuestros prejuicios, en lo que creemos es la
ciencia, lo verdadero y correcto. Desde ese lugar juzgamos y discriminamos ejerciendo un poder que es validado por la obediencia de los demás. Por eso
cuando alguien cuestiona, disiente o investiga lo que damos por concluido, nos enfurecemos y sale a relucir nuestro fanatismo.
No podemos tolerar que alguien cuestione nuestros apegos porque si lo permitimos nos exponemos a la posibilidad de transformarnos y, eso, inevitablemente
representaría un compromiso con nosotros mismos y con lo que nos rodea. En lugar de explorar y comprender nuestros apegos, en vez de iluminar nuestra ignorancia,
optamos por la vía fácil: la simulación y la obediencia. Simulamos que estamos de acuerdo con el político corrupto para no perder "oportunidades", simulamos
que nuestro jefe tiene la razón con tal de no perder el trabajo, simulamos que el predicador representa a Dios para no ser excluidos de la iglesia a donde
asisten los que admiramos y necesitamos.
Obedecemos a todas horas a un sistema centrado en el Tener más que en el Ser porque sentimos que si no tenemos no somos nadie. No importa consumir la vida
entera, la salud física, emocional y espiritual en busca de eso que se ha ofertado como la felicidad, la salvación, porque más que transformar, preferimos
obedecer. Corremos angustiosa y confusamente en busca de ese "algo" que calmará nuestro dolor, apegos y dependencias. Lamentablemente, tenemos miedo de
comenzar esa búsqueda en el lugar donde puede gestarse la revolución capaz de transformar radicalmente la perspectiva sobre nosotros mismos y lo que nos
rodea. No nos atrevemos a explorar nuestro interior.
DR. GASPAR BAQUEDANO LOPEZ
PSIQUIATRA
APARTADO POSTAL #67 (97110) CORDEMEX
MERIDA YUCATAN MEXICO
TELEFONO (999) 9 41 64 26
baquedano@yahoo.com