BOTELLAS VIAJERAS
El mar es un azar
¡Qué tentación echar una botella al mar!
Mario Benedetti
Perdida en la inmensidad del océano Atlántico, muy cerca de la
línea del ecuador, una frágil botella era arrastrada por la corriente marina que
parte de la costa oriental de Brasil; y si bien su rumbo estaba definido por
las corrientes marinas, el tiempo que habría de permanecer a la deriva era
incierto, y más aún el punto en el cual debería alcanzar alguna playa.
Solo un hombre sabía de su existencia y del contenido secreto que
ahí había depositado una semana antes, el jueves 28 de mayo de 1925, cuando
decidió arrojarla al mar desde el barco brasileño de nombre “Macury”, que
navegaba entre los puertos de Natal y Recife, en el estado de Pernambuco.
Al ser lanzada al mar, la botella bien pudo tomar rumbo hacia los
mares del Sur, siguiendo la corriente de Brasil que llega hasta el paralelo 45,
ya muy cerca del círculo polar Antártico, pero de alguna manera fortuita se
dirigió al Gulf Stream, o corriente del golfo, con lo cual se abrieron diversas
posibilidades, pudiendo finalmente recalar en algún país de de América, Europa,
África, o aún en la región del Ártico.
Terminó la primavera y llegó el verano, y ambos transcurrieron en
forma apacible para la botella flotante, de suerte que pudo llegar hasta el mar
Caribe en un período y en un año sin huracanes, en ruta diagonal que le llevó
del paralelo 30 al paralelo 60, ya frente a la república de Venezuela.
De ahí la corriente del golfo continúa, claramente definida rumbo
al golfo de México y va dejando atrás, adentrándose al mismo tiempo en alta
mar, las costas de Colombia, Panamá y Honduras, para enfilarse al canal entre
Cuba y Yucatán, como eludiendo un choque con la Península. Nada, hasta entonces,
había perturbado el interior del recipiente de cristal, sellado herméticamente,
y su contenido se mantenía inalterado, dispuesto para llevar su secreto hasta
las manos, seguro y sin prisa alguna a su ignoto destinatario.
Llegó el invierno… la Navidad y el año nuevo. Terminó 1925 y con
él la estación y el primer cuarto del siglo. Y la botella viajera seguía a la
deriva, cumplidos ya siete meses desde que fue depositada en las aguas del
inmenso océano y con más de cuatro mil kilómetros recorridos. Su destino seguía
siendo incierto.
Los vientos del norte ahora eran más frecuentes y el avance de la
botella viajera se hacía lento, casi imperceptible por momentos. Quizá
retrocedió y aún se apartó alguna vez de la corriente y se acercó a las costas
quintanarroenses, puesto que se hallaba en sus inmediaciones. Muchos objetos
flotantes arribaron así a través del tiempo, sin duda. Y no solo objetos:
también llegaron hombres y otros seres vivientes, ya fuera de manera fortuita o
de algún modo procurada. Y todos ellos han tenido algo que ver en el pasado, o
influyeron en la configuración del presente de Quintana Roo.
Celestino Cabo, un empleado de la casa Suárez y Compañía, con
representación en Puerto Morelos, Quintana Roo, era un colonizador del antiguo
territorio federal. Para la presente historia no hace falta saber de donde
vino, ni otros pormenores de su pasado, que además, sería casi imposible
conocer; interesa tan solo, que ahí se encontraba, únicamente. Caminaba
solitario por la playa, y si en algo pensaba, era tal vez en un futuro lleno de
esperanzas, como era común para la gente de aquélla época, venida desde
cualquier parte hasta una especie de tierra prometida, que si bien estaba
aislada y casi despoblada, a muchos hacía soñar en un mejor día de mañana.
Caminaba Celestino sobre las blancas arenas al sur de Isla Cancún,
cuando algo de pronto, flotando en el oleaje, llamó su atención. Era el 23 de
febrero de 1926 y los nortes aún se dejaban sentir en la costa, de modo que la
corriente del golfo procedente del Caribe encontraba cierta resistencia para
avanzar, sobre todo en la superficie. Fue de este modo que la botella arrojada
por el marino brasileño hubo de concluir su viaje de nueve meses, cuando aún
tenía numerosas posibilidades de seguir flotando en el mar, solitaria e
ignorada por el hombre, portando en su interior mensajes impregnados de
misterio.
De no recalar en Puerto Morelos, habría seguido con rumbo a la
Florida, o bien continuaría hacia el noroeste con dos posibilidades inmediatas:
girar en un inmenso círculo en torno al mar de los Sargazos o internarse en las
heladas aguas del océano Glacial Ártico. Es claro que nada de esto consideraba
Celestino, quien únicamente recogió la botella, eso sí, muy emocionado.
Cuando la abrió, su asombro no tenía límites: halló un billete de
mil reis, del Banco de Brasil; una carta escrita por Alberto Lena Freire
dirigida a “Pescador amigo e companheiro de luctus” y dos cartas más para Minha
adorada esposa Amofia.
¿Fue
el luto por la esposa adorada lo que impulsó a Alberto a confiar sus secretos y
sus sentimientos al mar? Nadie más que él lo sabía. Celestino lo intuía tan
sólo, pero le conmovía ser el destinatario casual del mensaje llevado por el
mar de Recife a Quintana Roo. El dolor de Alberto- si es que lo hubo-, fue
guardado en la botella a manera de relicario errante. Las aguas lo recibieron
en el “Mor Atlántico; Sul latitud 8 grados 31` Sul e Long. 34 grados 50 W, en
frente a barra do Recife”. El sobre con las cartas estaba rotulado a Madame
Marina Seixos Silva, Travesa do Lima 55 Est. Pernambuco, Brasil.
Otras botellas.- Tres décadas después, en el verano de 1958, un
estudiante parisino de nombre Michel Peissel, vivió una singular aventura a lo
largo de la inhóspita, bella y peligrosa; paradisíaca y legendaria costa
quintanarroense. El arrojado francés, que a la postre resultó un excelente
investigador y ameno narrador, recorrió a pie desde Puerto Morelos hasta la
frontera con Belice, al sur de Xcalak. Sus experiencias son fascinantes y
merecen un capítulo aparte, pero no obstante muestran perfiles que le vinculan
con Alberto Lena, el brasileño.
Peissel estaba a punto de concluir un recorrido que casi le cuesta
la vida, pero que finalmente le permitió escribir su apasionante libro El mundo
perdido de los mayas. Cuando dejaba atrás tierras mexicanas, encontró
depositada en la arena una botellita de farmacia con tapón metálico. Dentro
había un mensaje escrito a lápiz, que solamente decía:
Caribbean
26/1
1958
Knut
Fullinglo
S/L
Lundys Lane
Oslo, Norway
También encontró un chaleco salvavidas
con la inscripción “S.A. Angel Horat”.
Michel se preguntó: ¿Sería todo lo que quedaba de alguna tragedia
marítima, terrible y misteriosa? Jamás se sabrá, --pensó.
Años antes, el 16 de diciembre de 1941, un pescador de Xcalak
encontró flotando a 50 kilómetros de la costa, una botella que contenía dos
mensajes con el mismo texto; uno en francés y otro en español: “En el Cabo
Verde, como a las ocho de la mañana, está naufragando el buque Bragao. La
tripulación compuesta de once hombres y dos mujeres, pide auxilio. 17 de
septiembre de 1941. Juan Bautista Pérez, ex Presidente de la República de
Venezuela”.
En la actualidad es mucho más frecuente el lanzamiento al mar de
estos singulares objetos. Si se consulta a Google sobre el particular, al
momento despliega un total de 1, 540,000 referencias, y se comprueba que nunca
ha pasado de moda esta forma de comunicación. Se trata de una tradición nunca
interrumpida: ya Edgar Allan Poe narraba en una de sus novelas, la historia de
un joven marino sueco que se embarca en la isla de Java en un mercante. Una
tormenta enorme marca el principio de una emocionante aventura en los mares del
Sur, que culmina tiempo después con el hallazgo de un manuscrito en el interior
de una botella, que incluso fue publicado en 1833 en el “Baltimore Saturday
Visitor.
Ahora se da cuenta de botellas lanzadas frente a Galicia, que al
cabo de dos años aparecen el Las Bermudas y lo mismo, otras con fines científicos,
pero muchas más que no llegan a su destino y significan una catástrofe
ecológica que el hombre está creando dentro de los océanos. La más lamentable
de todas quizá sea la isla flotante formada por desechos de plástico,
localizada en el Pacífico Norte, entre Japón y los Estados Unidos. Hasta ahí
van a dar botellas plásticas, bolsas, jeringas y demás objetos de material no
biodegradable. Los científicos estiman que la inmensa mancha de desechos
alcanza una superficie de 1.4 millón de kilómetros cuadrados y sigue creciendo
de manera incontenible.
Afortunadamente ya está en marcha el proyecto KAISEI, que integran
científicos, ecologistas, amantes de los océanos, marinos y deportistas,
quienes se han unido para investigar los efectos perjudiciales para la vida
marina y la cadena alimenticia. Igualmente se estudiará la posibilidad de
transformar los desechos en algún tipo de combustible.
Queda tan solo, pues, poner en sus manos la esperanza de todos,
por una urgente mejoría de la salud de nuestro planeta.
Autor: Francisco Bautista Pérez.
Chetumal, Quintana Roo, México.
Historiador del Estado de Quintana Roo.