Evening
(Lajos Koltai, 2007)
Hay películas cuyos primeros planos no tienen
desperdicio y muestran ya todo lo que está por venir, tanto temática como
formalmente. Es lo que sucede en este drama romántico, de tono nostálgico y
profundamente intimista, de elegante factura y espíritu contemplativo, que
introduce al espectador a una sentida ensoñación sobre la vida y la muerte,
sobre el amor y el compromiso, hasta arrebatarle con el preciosismo de una
hermosa puesta de sol para hablar metafóricamente del declinar de una
existencia sobre la que se hace balance y donde el cociente es... haber amado.
Un experimentado hombre de cine es este húngaro Lajos Koltai, con
una gran carrera como director de fotografía de importantes directores, entre
los que se cuentan el genial István Szabó, Giuseppe Tornatore, Bernardo
Bertolucci e inclusive el mexicano Luis Mandoki. Ha fotografiado más de sesenta
filmes, sin embargo esta es su segunda película como director.
“El atardecer” recuerda en gran medida a “Las horas” (Stephen
Daldry, 2002) obra intensa y profunda, y en ella destacaba la mano del escritor
Michael Cunningham (guionista de ambas y novelista de “Las horas”). Ese toque
es único, tan especial y llamativo que incluso queda por encima del trabajo del
director y de la novela original en la que se basa, (cuya autora es Susan
Minot). No sé cómo describirlo, tal vez un toque íntimo de humanidad, una
especie de lección vital, una historia que va muchísimo más allá de lo que se
cuenta, porque se pierde en las mentes, el pasado y los sentimientos de los
protagonistas. Hace algún tiempo Mi lente comentaba “Las horas” donde
enfatizaba el valor de un buen guión. Y me es muy grato corroborar la calidad
Cunningham con este guión que semeja a un cuadro de Van Gogh. “El atardecer” es
poesía pura, pero no una poesía visual, sino interior, pues lo que nos muestra
es el poema que es la vida de alguien si sabe reconocerlo como tal.
Una primera escena de una joven vestida de blanco, recostada
plácidamente en un velero impulsado por el viento, contemplada por otra mujer
anciana y de negro desde el embarcadero, que la mira con gesto señorial,
sonriente, melancólico... porque es ella misma cincuenta años atrás. Bellas y
poéticas imágenes, nada pretenciosas, para una emotiva historia en la que la
protagonista Ann Grant (Claire Danes), recuerda, en el lecho de muerte y ante
sus hijas Constance (Natasha Richardson) y Nina (Toni Collette), su primer amor
de juventud, Harris (Patrick Wilson), las trágicas circunstancias que lo
rodearon y la muerte del incomprendido Buddy (Hugh Dancy). Estas palabras
intrigan a Nina, que empieza a sentir una gran curiosidad por esa existencia
desconocida de su madre, de la que creían saberlo todo. Paralelamente y en un
tono dramático pero sereno y contenido, el espectador descubre las encrucijadas
vitales de Constance, felizmente casada y con dos hijos, y de Nina, insegura y
temerosa ante el futuro de un embarazo y un novio que la quiere.
Lajos Koltai asume la realización de un film de enorme belleza
visual, con localizaciones preciosas en los acantilados de Nueva Inglaterra, y
una estética que sabe recoger los ambientes de los años 50 y también la
modernidad. Con esta cinta responde a las expectativas más exigentes al
elaborar una narración que combina con precisión las distintas épocas e
historias personales, con suaves transiciones, algunos elementos
mágico-surrealistas y sugerentes momentos de emoción. Es la crónica de una vida
intensa, la de Ann. Es una llamada a vivir sin miedo al compromiso y a
equivocarse, porque “no importa cometer errores” sino entender que hay que
arriesgarse con decisiones que suponen elegir uno de los muchos caminos
posibles, y que ahí se encuentra la posibilidad de amar. Es la historia de un
sentimiento de culpa y de redención largamente ocultada, de la incertidumbre de
no ser capaz de estar a la altura de las circunstancias, y también de la
recuperación de una paz al conocer los secretos de una madre que vienen a dar
luz sobre la propia vida. Es el balance de una vida a las puertas de la muerte,
con las oportunidades desaprovechadas y los aciertos de unos días gastados por
los hijos. Es un elogio a la maternidad y al sentido abnegado de tantas mujeres
que han sabido amar y entregarse.
Pero, ante todo, estamos ante una película de personajes, y
especialmente de mujeres y actrices. Un espléndido reparto magníficamente
dirigido por Koltai, donde madres e hijas en la vida real interpretan con
sentimiento y contención papeles de profundo calado humano. Todas logran
primeros planos de matizada expresividad con sus dudas, inquietudes y temores,
con escenas conmovedoras que van de lo melodramático a lo trágico: Vanessa
Redgrave y su hija Natasha Richardson; Meryl Streep con su heredera Mamie
Gummer; de verdad grandes actuaciones de Claire Danes y Toni Collette... cuesta
mucho decir quién está mejor, porque todas rayan la perfección en un retrato
coral de mujeres que hurgan en un abanico de sentimientos y que consiguen
trasmitir al espectador esos mismos anhelos con pasión y hondura.
Una cinta que se acerca a la obra maestra, con un guión bien
construido, con tramas perfectamente entrelazadas que van y vienen en el
tiempo, que se sirve sin abusar de la fatalidad como recurso dramático, y que
dibuja personajes de sentimientos complejos y a veces contradictorios.
La poesía de la película empieza desde el título, que tiene una
gran importancia. Utilizo la palabra poesía porque la película utiliza recursos
asimilables. En poesía una palabra suele rimar con otras, y la mente del lector
anticipa la rima. Otras veces es el uso de una palabra concreta lo que resulta
evocador. El caso es que es el lector el que va hilando lo que ya está bien
trazado sobre el papel, generando una musicalidad expectante.
El título “Evening” está extraído de una canción que Ann canta
para una amiga en su boda. Se trata de una canción cuya letra puede resultar
cursi en una primera escucha, pero que si “leemos” la canción y profundizamos
en ella, de la mano sabia de Cunningham, entendemos sus distintos significados.
Adjunto la letra para ver si me explico mejor:
UNA Y OTRA VEZ:
Una y otra vez
me digo a mí mismo
lo afortunado que soy por amarte.
Tan afortunado de ser
la persona a la que corres para ver
al atardecer, cuando el día acaba.
Sólo sé lo que sé:
el paso de los años demostrará
que has mantenido mi amor tan joven, tan
nuevo.
Y una y otra vez
me oirás decir que soy
tan afortunado por amarte.
La primera vez que cantan esa canción algo se revela (con uve) en
cada personaje. Unos descubren el magnético encanto de Ann, Ann descubre una
atracción y para su amiga Lila es un momento de profunda amistad, uno de esos
momentos que se recuerdan toda la vida. La primera vez es una canción de amor
de pareja, de amor incipiente. Más adelante la escucharemos de nuevo, pero esta
vez se la canta Ann a su hija, y la letra adquiere un significado nuevo y
conmovedor ¿Quién no se dice a sí mismo lo afortunado que es de que sus hijos
corran para recibirle?
El último significado, el que a mí me ha parecido trascendente, es
magistral: al final de la vida, poco importan los errores que un día consideramos
terribles o las decisiones que podrían haber sido diferentes, lo que importa es
quién corre, en nuestro atardecer vital, para estar con nosotros.
Esta última interpretación y, sobre todo, cómo se muestra, es la
que hace exquisita a esta película. Se completa con una música sinfónica
envolvente que respira un delicado y sugerente lirismo con las notas de un
piano que llegan sin cansar. Una propuesta muy recomendable, entre el
sentimiento pasional y la obligación familiar, con hondura antropológica y
sensaciones reconfortantes, adecuada para quienes gusten de contemplar el cine.
Autor: Rafael Fernández Pineda. Cancún,
Quintana Roo. México.