A QUIEN CORRESPONDA

 

Si el abuelo viviera se le pondrían los ojos del tamaño de un plato sopero al enterarse que aquellas perfumadas cartas escritas en terso papel, cuidadosamente planchado por las finas manos de su amada, y esmeradamente guardadas en un álbum sobre sellado con un tierno beso, hoy, en nuestro naciente siglo XXI, han quedado alojadas en el álbum de las más nostálgicas reminiscencias.

 

 La pluma de faisán y el tintero, lo mismo que el moderno bolígrafo con punta rodante, han sido sustituidos por el vertiginoso desarrollo de la tecnología.

Quién iba a imaginarse hace un par de siglos que una simple, aunque a la vez compleja máquina con un teclado y una pantalla cromática, conectada a la línea del teléfono, permitiría, en un abrir y cerrar de ojos, enviar y recibir mensajes escritos, emulando a las cartas tradicionales, por meros correos electrónicos e interminables conversaciones de Chat.

 

 Las actuales generaciones y las venideras han dejado muy pero muy atrás la romántica costumbre de escribir una cartita impregnada de suspiros y adornada con rojos corazones flechados por Cupido. Incluso, las cartas de negocios y la correspondencia diplomática, poco a poco van cediendo paso a las computadoras.

Aún más: la devoradora tecnología de la comunicación instantánea, hoy también nos da la posibilidad de cartearnos (o mejor dicho de telegrafiarnos) mediante un escueto, y muchas de las veces hasta lacónico, mensajito de texto enviado o recibido, según sea el caso, desde nuestro teléfono celular.

 

Hoy, cuando el planeta azul, nuestro amadísimo y por demás vapuleado globo terráqueo, está habitado por más de seiscientos mil millones de seres humanos, la comunicación, que en otros tiempos estuvo limitada por la distancia y la falta de medios, en nuestros días dispone de aparatos tan extraordinariamente sofisticados, que ni el mismo Julio Verne alcanzó a atisbarlos en su fecunda imaginación literaria. Después de las cartas transportadas siglos atrás por rústicas diligencias tiradas por briosos caballos, a lomo de mula, o en el peor de los casos, llevadas a pie de un lugar a otro por infatigables andarines de la legua, vino entonces la invención del telégrafo; le siguieron: el teléfono y la radio. Sin embargo, la correspondencia escrita no perdió su presencia en la vida de la gente, desde los más legos hasta los intelectuales, todos a cual más, por medio de dictado o de propio puño y letra pergreñaban sus ideas, sus sentimientos y sus más personales propósitos en una carta.

 

 Ciertamente, con el devenir de los años y el inminente avance de la tecnología y de los medios de locomoción, el envío y recepción de las misivas se acortó cada vez más en el tiempo. Así surgió el correo ferroviario y poco después el correo aéreo. Los carteros, esos tlacuilos de nuestros días, valija al hombro, una veces a pie y otras tantas en bicicleta, recorrían las calles a pleno rayo del sol, con frío o con lluvia, expuestos a la trapera mordida de algún famélico perro de barriada, para cumplir con su apostolar misión de entregar en el buzón o en propia mano las buenas o las malas noticias plasmadas en las cartas.

 

La tradición epistolar está pasando de moda. La sana costumbre de escribir una apasionada carta de amor, una cordial felicitación o de sincera gratitud, poco a poco va quedando en desuso. ¿A quién le interesa esmerarse en la caligrafía y cuidar al máximo la ortografía y la sintaxis al momento de escribir una misiva? Ya casi nadie se preocupa por redactar de puño y letra una carta… Por supuesto, también la en otro tiempo modernísima máquina de escribir, mecánica o eléctrica, que fue cómplice de mucha gente a la hora de redactar una carta personal o comercial, igualmente ya es solamente una vieja reliquia que hoy por hoy ha sido reemplazada por el teclado de la computadora. Incluso, y por si fuera poco, muchos ciegos que en su momento escribieron cartitas en Braille, ahora lo hacen mediante el correo electrónico, a riesgo (como también sucede con las personas que ven) de que los servidores se pongan sus moños y no entreguen los mensajes a tiempo porque los confunden, gracias a su aplastante inconciencia informática, en correos basura o en insultantes y destructores virus cibernéticos.

 

 En efecto, la buena ortografía y la correcta sintaxis también son meras joyas del pasado. Los mensajes de correo, lo mismo que los telegrafiados mensajitos del Chat, por ningún lado respetan lo aprendido en las clases de gramática. Las abreviaturas, los apócopes y las claves más indescifrables, de la mano con los íconos y los sonidos, son los grafismos que pernean las “cartas virtuales”. Hay prisa por escribir… tenemos prisa por recibir una respuesta inmediata…

No hay tiempo para hacerlo en papel, con una buena letra, por lo menos clara y legible, sin omitir puntos y comas, ni tampoco excluir las mayúsculas y los acentos… ¡Eso qué importa! Al fin y al cabo esos correos y el historial del Messenger, lo más seguro es que tarde o temprano se vayan a la nada, porque son escritos efímeros, pasajeros, y que pocas veces son trascendentales en la vida de las personas; sólo algunos usuarios del correo electrónico, que le dan valor a la redacción y al contenido de sus mensajes virtuales, tienen el cuidado de conservarlos en carpetas dentro del disco duro o en un soporte informático.

 

¿Adiós a las cartas…?

 

Es innegable que con el paso del tiempo este recurso pasará a la historia. Las cartas escritas en otro tiempo por personajes de renombre hoy por hoy son reveladoras piezas de antología. Quién sabe si el día de mañana se conserven a la posteridad los correos, el historial del Chat o los mensajes escritos en el celular redactados por las celebridades de nuestro tiempo… ¿Serán recordados tanto como las cartas de Napoleón a su esposa Josefina? Que a la letra dice:

 

“No le amo, en absoluto; por el contrario, le detesto, usted es una sin importancia, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido; usted sabe qué placeres las letras le dan, pero ¡aún así usted no le ha escrito seis líneas, informales, a las corridas!...”

 

Esas cartas que hoy forman parte de nuestra historia milenaria, que se guardan en las páginas de libros, periódicos o revistas, y que incluso, muchas de ellas son subastadas a un increíble costo por su extraordinaria rareza, por la fama del personaje que las escribió, o por lo atrevido o revelador de su contenido Tal es el caso de la misiva que le dirigió Óscar Wilde a Lord Alfred Douglas:

 

“Querido muchacho mío:

 

Tu soneto es completamente adorable y es una maravilla que esos labios de pétalo de rosa roja que tienes hayan sido creados no tanto para el canto musical como para la locura de besarse. Tu dorada y delgada alma deambula entre la pasión y la poesía. Yo sé que Hyacinthus, a quien Apolo amó tan locamente, has sido tú en aquellos griegos días. ¿Por qué estás solo en Londres, y cuándo vas a Salisbury? Ve allí y refresca tus manos en la grisácea luz de las cosas góticas, y ven aquí cuando así lo quieras. Este es un lugar adorable; sólo faltas tú, pero ve a Salisbury primero.

 

“Con imperecedero amor, siempre tuyo

 

“Oscar”.

 

 Jorge Pulido es Licenciado en Periodismo y presidente Fundador de Contacto Braille A. C., Discapacidad visual con dignidad.

www.contactobraille.com

 

Autor: Jorge Pulido. México, Distrito Federal.

contactobraille@yahoo.com.mx

 

 

 

Regresar.