AMOR ETÉREO

 

Por: Margot Gutiérrez Aguilar

 

El aire acariciaba las hojas de los árboles mientras les cantaba al oído. Yo caminaba casi rozando el suelo y pensaba en aquellos ojos oscuros y grandes que me atraparon en su inmensidad, el día había sido uno de los peores y mis ojos derramaban lágrimas que bautizaban la calle, el aire tenía un súbito olor a tristeza y los cantos ahora dirigidos a mí, llenaban el silencio de melancolía.

Un remolino de hojas me rodeó acariciándome el cuerpo cual abrazo, y mientras las hojas se alejaban, vislumbré aquellos ojos, esos abismos oscuros e imperdonablemente bellos, los ojos y la boca me sonrieron, sus brazos me rodearon y sentir el calor de su cuerpo junto al mío tranquilizó mi alma, su perfume llenó todos los rincones de mi cuerpo, el me miró y de nuevo sonrió, e inevitablemente yo también sonreí, y su boca besó mi frente, mis ojos, mi nariz mi boca y sentí como la tristeza desaparecía y un súbito cosquilleo me irradiaba, él besó mi cuello, posó su cabeza en mi hombro y respiró en mi oído, un remolino de hojas nos envolvió y mientras las hojas caían él desaparecía con el viento. Pero no se fue, pues el aire quedó impregnado de su perfume y el viento seguía cantando y el silencio se llenó de alegría y el aire se llevó su perfume, su escencia y sus besos al cielo, al infinito...

 

 

 

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