Semivíctimas, semicómplices,

como todo el mundo

J.P. Sartre

Amores con perspectiva

¿de género?

Por: Silvia Llaguno

Cuando pienso en amores, pierdo la perspectiva. O me gana la de-formación profesional y me declaro incompetente para encontrarlos, o mi infinita capacidad para soñar y soñar e imaginarme parte de una relación de pareja establecida sin violencia, en la equidad, en la igualdad de derechos y responsabilidades, en el respeto, el placer, en la cual no importe el sexo de los que la formamos, sino el ejercicio pleno de nuestra sexualidad...

En fin, parece que mi problema con la perspectiva se resolvería si encontrara el justo medio entre mis lecturas formales y mis oníricas interpretaciones de estas lecturas. Busco, busco entre mis acervos, busco, busco y .... ¡claro! si la tengo frente a mí: la perspectiva de género.

¿Qué? Y esta perspectiva de dónde salió o más bien se preguntarán hacia cuáles caminos dirige nuestra mirada... Bueno, las(os) invito a andar un camino de reflexiones, y sobre todo de propuestas que estoy segura, los moverá a tener un enfoque diferente...

Sexo y género. Pero si yo no he tenido sexo ¿o si?

Sí. Todos y todas lo hemos tenido, desde que nacimos. Cuando salimos del vientre materno, somos niñas o niños. Eso responde quien asistió el parto y recibe al bebé. ¿Cómo lo sabe? Fácilmente: observa los genitales del bebé: si lo que ve son un par de testículos y un pene, es un niño, un individuo del sexo masculino; si lo que ve es una vulva entonces es una niña, una persona del sexo femenino. Qué tenemos entonces: seres diferenciados, de distinto sexo.

El sexo entonces, determinado por el cuerpo físico, se refiere a las diferencias biológicas entre los individuos. A partir de nuestro sexo, nuestro cuerpo presenta una serie de características, de especificidades, que nos hacen comunes a los miembros del mismo grupo femenino o masculino, pero que también establecen diferencias entre esos dos grupos.

Por otra parte, tener sexo, en lenguaje cotidiano significa también "tener un encuentro sexual o una relación sexual". Decimos tener "sexo oral" o "sexo protegido". Es correcto. Un lenguaje correcto es aquel que es aceptado porque se habla, porque está vivo. Seguramente continuaremos expresándonos así, pero será importante también que tengamos claros los distintos significados e interpretaciones de los términos.

Mi sexo es femenino, entonces soy mujer.

Sí y no. Verán, aquí es donde tenemos que ir con más cuidado y lentamente. Tendremos que hacer un poco de historia y definir unos cuantos conceptos para responder.

Género

Ya en 1935, Margaret Mead planteó la idea de que los conceptos de género eran culturales y no biológicos y que podían variar ampliamente según el entorno. Más tarde, en 1949, Simone de Beauvoir publica El segundo sexo, obra fundamental que plantea abolir el mito de "lo femenino", exponiendo y criticando la visión masculina del mundo que afirmaba la inferioridad, por naturaleza, de las mujeres. Simone escribió "No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto [...]" Es a partir de estas reflexiones que se desarrolla una expresión sobre el género en la cual se plantea que las características "femeninas" no se derivan de su sexo, sino que se adquieren mediante un proceso individual y social muy complejo.

Así, se abrió un campo nuevo para analizar la desigualdad entre los sexos y dio las pautas para la investigación feminista que vendría después.

En los setentas (si, el tiempo vuela....) las académicas feministas anglosajonas promovieron el uso de la categoría género, con la intención de establecer la diferencia entre lo que se construye social y culturalmente y lo biológico.

A lo largo de la historia, se ha debatido (y se sigue haciendo) sobre la interpretación y simbolización de las diferencias sexuales en las relaciones sociales. Se sigue reflexionando sobre los conceptos y los problemas de comprensión que las personas no involucradas en la academia pueden tener, sobre todo en nuestro país (y no sólo en nuestro país, sino en todos aquellos donde hablamos castellano) por la acepción de la palabra género: clase o tipo. Así, al escucharla podemos preguntarnos: género musical o literario o ¿una tela?

Otro problema del término género (y éste derivado de la práctica entre quienes trabajan con las mujeres directamente) es la creencia de que género es un concepto relativo a las mujeres. Esto no es así. Aunque la reflexión y la posterior discusión al respecto, partió del análisis sobre la situación de las mujeres, lo cierto es que al referirnos a construcciones socio-culturales, no podemos aislar de éstas a los hombres. Una visión de género (Mmm... ¿me estoy adelantando?) es mucho más amplia.

Mi definición de género es más simple (y tal vez menos rigurosa científicamente hablando), pero me ayuda a explicar su importancia en nuestra vida diaria.

El género es un conjunto de ideas, actitudes, creencias, valores, comportamientos y actividades que se atribuyen a las mujeres y a los hombres a partir de su diferencia sexual. Significa que hemos sido educadas(os) con ciertas ideas, creencias y valores sobre lo que es propio para las mujeres y los hombres. Así aprendimos a relacionarnos con las demás personas.

 

 

 

 

 

Perspectiva de género

Como ya decía al principio, buscando la perspectiva me encontré con la de género. Y buscando más precisión, me puse a pensar qué significa la sola palabra perspectiva: una forma de ver, pero con la distancia adecuada para evitar apreciaciones inexactas. Bueno tengo que confesar que tuve que usar un diccionario, pero esta precisión nos servirá...

La perspectiva de género es una forma alternativa de ver (una visión) que explica lo que acontece en el orden de los géneros. Nos permite

enfocar, analizar y comprender las características que definen a mujeres y hombres de manera específica, así como sus semejanzas y sus diferencias.

Lo interesante de esta mirada, tal y como nos lo dice la definición, es que toma distancia (sirviéndose del concepto de género), lo que le permite analizar asuntos tan importantes como las

posibilidades de vida de mujeres y hombres, el sentido de nuestras vidas, de nuestras expectativas y oportunidades. Es posible analizar también las complejas relaciones que establecemos y los conflictos, cotidianos e institucionales, que se derivan de

esas relaciones.

Es indiscutible que si lográramos conocer (y sobre todo reconocer) los recursos y la capacidad de acción de hombres y mujeres para enfrentar las dificultades de la vida y realizar sus propósitos, podríamos cambiar el orden de poderes entre los sexos, la vida cotidiana, las relaciones, los roles y las normas legitimadoras del ser mujer y del ser hombre. Esos son los objetivos de la perspectiva de género.

En contraposición de la perspectiva de género se encuentra la postura esencialista que resalta los rasgos puramente femeninos y masculinos, reforzando los estereotipos de género.

Estereotipos Generales

Femeninos

Masculinos

El valor más importante en la vida adulta es casarse, tener una familia y cuidar su casa.

 

El valor más importante en la vida adulta es tener éxito profesionalmente y tener una familia.

 

Se fomenta una sola pareja sexual en toda la vida.

 

 

Aceptación de múltiples parejas sexuales.

Para la mujer la sexualidad es solo para tener hijos.

 

Para el hombre la sexualidad es para sentir placer.

 

 

 

Mi sexo es... entonces...

Regresemos a la afirmación de Simone, pero extendámosla: las mujeres y los hombres no nacen, se hacen. Esto es, a partir de ese conjunto de creencias y valores, nuestro aprendizaje

se traduce en una identidad de género, misma que determina la forma de relacionarnos con los y las otras.

Cuando somos pequeñas(os) nos dicen que pertenece al grupo de lo femenino (o masculino). Así, todas nuestras experiencias quedan marcadas por esta identificación.

La identidad de género nos explica que, independientemente de nuestro sexo, podemos tener una identidad de género que nos haga inclinarnos por una actividad o una preferencia que corresponde, socioculturalmente al otro sexo. Todo esto es posible (y deseable diría yo), y dependerá, justamente de nuestro propio conjunto de creencias y valores.

Una mujer que fue educada en un ambiente propicio para desarrollar habilidades que son tradicionalmente fomentadas y cultivadas en un hombre (se me ocurre por ejemplo un deporte como el boxeo), seguramente no tendrá problemas para noquear a alguien...

 

 

 

 

 

El amor, la sexualidad... cambiemos la perspectiva

Este texto inició con una confesión (de mis extravíos) y una propuesta (un cambio de mirada). En este punto, confesión y propuesta se convierten en una reflexión personal sobre nuestra situación, sobre nuestra vida diaria, que utilizando herramientas teóricas como la perspectiva de género, nos ha permitido identificar hasta qué punto tienen influencia en nuestro ser (mujeres u hombres) los dictados sociales, las asignaciones, los valores, las costumbres y creencias.

La manera en que nos concebimos como individuos y la forma en que las y los demás nos conciben, genera expectativas, difíciles de cumplir en un entorno donde la información, el conocimiento, las experiencias y sobre todo las necesidades ya no concuerdan con los comportamientos que nos exigen los modelos establecidos que aprendimos de niñas(os).

Nuestra actuación en el mundo público y privado responde a la forma en que se organizan esos mundos: la división del trabajo y las diferencias en la participación de las mujeres y los hombres en los espacios y las actividades sociales, la segregación sexual, los deberes de intercambio y convivencia, las relaciones íntimas, las grupales... todas están marcadas por el género.

Por supuesto entonces que el amor y la sexualidad quedan incluidas. La manera en que nuestra cultura nos dice que amar es nuestro principal deber, provoca que vivamos el amor como un mandato, lo que significa, desde la teoría del género, que no lo hacemos por voluntad propia. Esto es un problema.

Una propuesta para que esto cambie, es buscar que en nuestra conformación amorosa se incluyera el conocimiento. Responder cada una(o) a preguntas simples como ¿quién soy? ¿qué quiero? ¿qué necesito? ¿qué puedo? ¿qué hago? Nos llevaría necesariamente a conocernos y responsabilizarnos de nosotras(os) mismas(os). Creo que si lo hiciéramos, seríamos capaces de jerarquizar necesidades, querencias, potencias... tendríamos capacidad para discernir y decidir...

Decidir, más allá de roles y estereotipos establecidos. Examinar los comportamientos prejuiciados que afectan a las personas y a nosotras(os) y que generan iniquidad.

Elegir modos, reconocer preferencias, ejercer derechos y reconocer responsabilidades.

Cuidar el cuerpo, disfrutarlo, conocerlo, amarlo... Todo eso requiere una nueva mirada, una nueva perspectiva... una perspectiva de género.

Bibliografía

Lagarde, Marcela, Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia, Cuadernos Inacabados No. 25, Ed. Horas y horas, España, 2001.

Sylviane Agacinski, Política de Sexos, Taurus, España, 1998.

Temas Básicos de Salud Sexual y Reproductiva. Curso-Taller. Llaguno, Silvia Elena, Genes, S.C./Instituto de la Mujer del D.F., México, D.F. 2001.

Lamas, Marta (compiladora), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual, PUEG-UNAM /Miguel Angel Porrúa, México, 1996.

Material de Genes, S.C.

 

Silvia Elena Llaguno

Directora

Genes, Instituto de Género y Salud Sexual, S.C.

Para contactar: Genes, S.C. Correo electrónico: genesigss@aol.com

Nota: la bibliografía podría fungir como recomendaciones de lectura para saber más.

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