A modo de autorretrato.

 

Si advierto mi especial dificultad

En afrontar cuestiones de importancia,

Me estoy ya retratando, en concordancia

Con mi manera cierta de actuar.

Nunca soy el primero para entrar,

Ni para dar el paso decisivo.

No es que mi afán resulte torpe, esquivo;

La duda me atormenta, me domina.

Mi voluntad se abaja y se declina,

Alentando a un actor más expansivo.

Por eso yo prefiero balaustradas

Donde agarrarme firme y confiado.

Encarrilar mi trecho acostumbrado,

Pisar certificando mil pisadas.

Saber que en mi terreno no habrá nada

Que arroje disfunciones inconcretas.

Cargar con las mochilas y maletas

Que anuncien de su fondo los ropajes.

Seguir sujeto al hombro de mi paje

Y penetrar la consabida puerta.

Mi voz se expresa a gusto con sordina

En la polifonía confortada;

Oscurecida a veces su tonada,

Otras medrosa, parca y anodina.

Mi voz muda el color y desafina

Cuando la escucho diáfana y veraz.

Trato de analizarla en un matraz

Y surge así un producto deslucido.

El resto de las voces han hundido

La mía, en un pantano contumaz.

Yo valoro la voz, fiel instrumento

Que no precisa técnica ni ensayo,

Que no contrata artista ni lacayo

Para afinar ni interpretar sin tiento.

La voz humana, en su predicamento,

Requiriendo ejercicio en la expresión,

Se anima a dar la bella entonación

Del tema evocador o divertido.

Un instrumento quiere ser tenido

En brega cotidiana de audición.

La música, guión apetecido

En solemne trasunto hacia la gloria,

Incompleta sonata de mi historia

Que termina en el infantil quejido.

Ni cuerda, viento y percusión rendidos

En el tamiz de mi increencia exigua,

Abrieron surco ni pasión contigua

De mi ascendencia en múltiple agasajo,

Deshice reportando aquel atajo,

Nostalgia de esta comezón antigua.

Es mi ilusión alzar tan ágil vuelo,

Surcando las ignotas avenidas.

Mas en viniendo el tiempo de partida,

Me arrumbo aletargado en este suelo.

Me agacha la cabeza el desconsuelo,

Como ademán de tímida vergüenza.

Me abruman mis estados de carencia,

Pues siempre me tildaron de cohibido.

Aprecio al otro, cual desconocido

Y naufrago en el mar de mi dolencia.

Nadar quisiera en un océano inmenso,

Pero sin el bramido y oleaje.

Internarme en el audaz paisaje

Donde habitan los seres sin consenso.

Bajar, subir, pasar, quedarme tenso

La multitud de vida contemplando.

Pero volver a mi hábitat, gozando

De la experiencia de un periplo hermoso.

Sentir la voz del río caudaloso,

Que me acoge, su música escuchando.

Desde la cuna, se adueñó la prisa

Para encontrar espacio confortable,

Y el tiempo se lanzaba inexorable

Dispuesto a despojarme de sonrisas.

Tal inseguridad fue mi divisa,

Hasta que apareciera aquel maestro.

La pauta y el punzón manejo diestro,

Avivaron mi mente, asimilando

Las disciplinas. Y obediente al mando,

Me ejercité para pulsar el plectro.

La unión de disciplinas y materias,

Inculcada en el hábito de estudio,

A mis primeros pasos, mi preludio

Proporciona la andanza recta y seria.

Me acomodo al bullicio de la feria,

En no plasmar errores embebido.

Y aunque mi afán arroje algún quejido

En el tumulto de la cencerrada,

Mi escrúpulo ya arbitra la celada,

Tornando al canon de lo establecido.

En mi camino voy por la derecha.

En los muros encuentro gran apoyo.

Si tengo que sortear algún escollo,

Inculpo al infractor, con firma y fecha.

La línea curva no es de mi cosecha,

Y me extravío en la mortal quebrada.

El curso no retengo, ni la entrada,

Ni la imagen conservo, ni figura,

Se apresta el tiempo a disipar la hechura

Dejándome en la estepa desolada.

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

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