EL AGORERO DE LA FORTUNA.

 

Bien dicen que la vida es como una ruleta, que da vueltas cada día y muchas veces, nosotros no queremos darnos cuenta.

 

 

Habíase una vez un hombre muy extraño, tenía barba azul y su cabello era ensortijado; sus ojos reflejaban una mirada pasiva, su pobreza se veía pero no de forma miserable.

Su rostro lucía pálido y descuidado.  Sus vestiduras eran largas y semi-rotas enjuto pero lleno de vigor.

Se decía de él, que vivía en una casa de piedra pero tenía la apariencia de soportar una vida sedentaria.

La curiosidad de los vecinos y de mucha gente que pasaba era increíble, pues no entendían de qué se alimentaba, nunca lo veían ir a su trabajo; rara vez salía y la mayoría del tiempo pasaba en su vieja caverna.  Pensaban que las paredes estarían cubiertas de telarañas y del techo se colgaría a lo mejor unas lámparas de kerossene como en los tiempos de la Prehistoria.

Sin embargo, todas aquellas cosas llegaron a oídos de Lupercio un hombre huraño lleno de mala suerte porque trabajo que encontraba, trabajo que perdía; y así, de ése modo, era difícil ganarse la vida y dar de comer a sus dos hijos.

Charito y Manuel eran niños muy dulces, estaban sedientos de amor y de hambre también.  Trataban de encontrar gente buena que los ayude pero como dice el viejo adagio:

“Busca en otros, lo que en tu hogar no puedes encontrar”.

Así, los niños imaginaban que alguien caritativo les cambiaría su vida ya que su padre se la pasaba de bar en bar, sin darse cuenta de que ellos lo necesitaban, tratando de no hacer travesuras ni de ser imprudentes para que su padre no los castigue, en definitiva; querían ser buenos y que su silencio sea premiado por su padre aunque no los abrazaba.

Los vecinos sentían mucha compasión por los pequeños, los veían indefensos y demacrados por la falta de alimento; no podían entender como el padre los dejaba sin piedad, que estén solos y descuidados, ellos los alimentaban lo que más podían.

Por eso Don Lupercio vivía descuidado, sin importarle nada, sin encontrarle ninguna razón a su vida puesto que ni sus hijos podían llenar el vacío que su mujer dejó hace muchos años atrás.

Los niños existían de milagro, y solamente Dios sabría ¿El por qué y el hasta cuando? los dejará vivir.

 

Cierto día, Charito no pudo levantarse de la cama estaba muy débil, Manuelito trataba de animarla pero nada pudo hacer.  Ella poco, a poco se iba apagando, sus labios ya no se abrían ni siquiera para quejarse, ni omitir ningún susurro, sólo se escuchaban suspiros.

Don Lupercio tomó en brazos a su hija y pidió ayuda para llevarla al doctor.  En el pueblo no había ningún médico desocupado ya que el sitio más concurrido era el de los curanderos, chamanes y espiritistas.

Una vecina le aconsejó que la pusiese en manos de Fifico que era el curandero más famoso y efectivamente, así fue.

Fifico vio a la niña y le dijo Compadre esto es brujería parece que la mala suerte le está rondando

-Don Lupercio burlonamente asintió con la cabeza y le dijo:

Eso ya no es raro en mí, se bien que la mala suerte ha sido como una lechuza que no me deja en paz, desde que se me murió mi Manuela.

-Así es compadre, replicó el viejo chamán                 , bueno, te daré unos remedios para que se sane tu hija y me lo comentas.

En efecto, la niña al parecer se mejoró pero no del todo, el chamán no podía dar con el problema que le aquejaba hasta que una vecina muy humanitaria se la pudo llevar donde un médico quien le dijo que la niña a parte de la gran tristeza que tenía estaba anémica y eso no es saludable.

Al saber Don Lupercio se sintió mal, porque sus hijos lo necesitaban y sobre todo, querían alimento y él se los estaba negando por completo.

Recordando que antes había escuchado hablar de aquel señor de la caverna, sintió inmensas ganas de conocer un poco más sobre él y quería conversar personalmente y al mismo tiempo, pensaba y repensaba si valdría la pena o no, de que él vaya a su casa.

 

¿Será conveniente que yo hable con un hombre tan solitario y hosco?, ¿Qué beneficios esto podría traerme?

Se animaba y no se animaba pero decía; de pronto, en su casa él si puede conseguirme algún trabajo, quizá, no sea un mendigo como dice la gente lo que pasa es que el si disfruta de su soledad, en cambio Yo, que tengo a mis hijos no los he disfrutado; al contrario, los he alejado instigándolos a que me teman.

 

Camino a casa del extraño señor, Don Lupercio se sentía inseguro, realmente no sabía si hacía bien, o hacía mal, pero ya estaba muy cerca y no podía echarse atrás mas sintió algo en su interior que le decía que no debía irse y finalmente, se animó a tocar la puerta.

Apareció en su interior aquel extraño hombre y le preguntó;

¿A quién busca?, ¿Le puedo servir en algo?

-Sí, señor dijo vacilante Don Lupercio.  yo quiero que me ayude, realmente soy muy pobre y tengo 2 hijos una de ellos es mi hija, está muy enferma y necesito trabajo.

-¿Crees que yo puedo conseguirte algo?, no sabes que soy tan o peor que tú de pobre, no entiendo ¿Cómo te podría ayudar?

-No sé exclamó Lupercio pensé que de algún modo, podría ayudarme creí que sólo le gustaba estar sólo, porque a al final usted es feliz así, con su soledad.

-Y no se equivoca amigo, replicó el hombre extraño, tome asiento para poder dialogar.  Don Lupercio tomó asiento en un antiguo sofá, mientras observaba que aquel extraño fumaba a grandes sorbos una vieja pipa.

Don Lupercio quedó contemplándolo absorto en sus pensamientos hasta que el extraño rompió el silencio diciéndole; ¿Qué estás pensando?, se que tu mente está vagando en una tela de dudas y que tú navegas en un mar de confusiones.

¿Quieres que te siga diciendo más cosas verdad?, no me contestes, me caes bien por eso hablaré contigo.

Tú tienes que salir de ése mundo en el que te haz sumergido, te haz enfrascado en el alcohol, la farra y los amigos y eso no está bien.

Todo eso te a perjudicado enormemente sin dejarte disfrutar de todo lo bueno que te a dado la vida, de la gran responsabilidad que tienes que tener como padre;

aprende a afrontar la realidad.  Sin embargo, haz perdido mucho tiempo de poder estar con tus hijos y eso para ti, debió ser lo más importante ya que ellos son fruto de tu amor hacia tu esposa y de el amor de tu esposa hacia ti y por tanto, tú debiste protegerlos, ahora, tu hija está muy enferma y la ha visto un chamán y no ha podido curarla luego, la ha visto el médico y tu hija tiene una gran tristeza y esta con anemia, ¿Es que quieres matarla?

-No, dijo don Lupercio sorprendido, pero no entiendo ¿Por qué usted sabe tanto de mí?, realmente no comprendo.

El extraño sonrió y le dijo me doy cuenta que eres bueno, yo te voy a decir quien soy, si tú descubres mi secreto todo lo bueno que consigas te saldrá mal y no serás favorecido por mí.

Don Lupercio asustado y al mismo tiempo, ávido de obtener la ayuda del hombre dijo; está bien, se lo prometo.

Yo me llamo Daya, soy de la Cultura Occidental y no me gusta presumir de mi fortuna.  Yo tengo muchos bienes materiales pero sobre todo, lo que me hace más invulnerable es toda la riqueza espiritual ya que es un conglomerado de cosas hermosas que dan felicidad y uno más cerca se siente del Creador.

Por ello, quiero enseñarte que la fortuna, los sueños y la abundancia se logran con la paz interior, con ejercicios que ayuden a fortalecer tu alma y no te impidan crecer como ser humano.

Se trata de lo siguiente: Tienes que sentarte, estar en paz contigo mismo, sentirte relajado y tener en mente todo lo que quieres hacer; todo aquello que puedes lograr éstos ejercicios te ayudarán a descubrir el reino espiritual de las cosas que se mueven dentro de tu alma para que luego las puedas exteriorizar al mundo material.

Por lo pronto, te prestaré unas monedas de plata que he guardado para que atiendas las necesidades de tus hijos y también de las tuyas.

Luego, te explico unos ejercicios de oración puesto que tú sabes que cuando la oración es poderosa llega más cerca de Dios, ¿Tú crees en los milagros?

-sí exclamó Lupercio más no estoy convencido completamente; por lo que Daya dijo; cuando una persona no está segura de algo es mejor no decirlo.

Desde un inicio uno tiene que tener sus propias convicciones sólo así, sabremos lo que realmente queremos y lo que deseamos lograr.

Primera regla. Pregúntate ¿Quién soy?, ¿Qué quiero hacer de mi vida?, ¿Cuál podría ser mi misión en éste mundo?, ¿Qué quiero para los míos?

Todas éstas preguntas tienes que contestarlas una, a una aquí seguiremos haciendo más ejercicios y pronto encontrarás un buen trabajo y muchas bendiciones.

Don Lupercio se fue muy cambiado, jamás pensó que ésta visita le iba hacer tanto bien pero en su cabeza almacenaba todos los consejos que el extraño le había dicho y en sus oídos las palabras del buen Daya resonaban como una cuchillada recordándole.

 

Al llegar a su casa se puso a jugar con los niños y ellos por primera vez estaban felices, compró alimentos, ropa y finalmente, nunca dejó de ir a sus ejercicios acostumbrados con Daya, se habían hecho muy amigos y Don Lupercio había encontrado un trabajo en una tienda y le estaba yendo muy bien.

No obstante, los amigos y vecinos estaban estupefactos por el cambio tan radical que había dado y de lo bien y lindos que estaban los niños los que ya comenzaron a estudiar.

Como siempre, la curiosidad mal sana hace trampas malvadas que muchas veces puede afectar una vida o dependiendo los fines que la misma persiga.

 

Cierto día varios amigos de Lupercio reunidos en el bar que el solía frecuentar comentaban; que ya no se lo veía por ahí, uno de ellos dijo.

¿Será que nuestro amigo está enfermo? No, repuso Gustavo al que lo apodaban el alacrán lo que pasa es que dice que está trabajando Pablo entonces replicó está de irlo a ver ¿Qué les parece?

A todos les encantó la idea.  Sorprendidos por lo arreglado que lucía y también por el cambio que había experimentado con sus hijos.

Ya no era el hombre hostil de carácter ni el hombre ensimismado, el que apenas hablaba, se veía muy despierto hacía semejanza a temas muy profundos contrastando siempre con el alma y la fe que todos deberíamos tener cada día.

El alacrán que era revoltoso y no le gustaba ver la superación y el progreso de los demás dijo a Pablo y a todos los que ahí estaban.

¿Viste cómo a cambiado nuestro amigo que era farrero al igual que nosotros?

Pablo repuso, sí ha cambiado mucho pero yo me alegro por él pues eso no le estaba haciendo bien y los niños sufrían, yo también voy a seguir su ejemplo creo yo, aunque en éste pueblo no hay mucho que hacer pero trataré de cambiar por mi mujer y por mi hija.

Alacrán como así lo llamaban se echó a reír sarcásticamente diciendo:

No seas pendejo, yo no creo que tú cambiarías, es más ni si quiera pienso que nuestro amigo a cambiado porque el cambio le va a durar muy poco yo me encargaré de que así sea.

Anselmo, el otro de la gallada que hasta ése instante había permanecido callado añadió.

No compañeros, dejémoslo que haga su vida, si él quiere regresar así lo hará y si no, que le vamos ha hacer.

-No eso no se puede quedar así, yo tengo un plan perfecto para que nos cuente y lo vamos a llevar a cabo como camaradas que somos.

-¿A qué te refieres Alacrán?, replicó Anselmo.

Saben, voy hacerle una gran invitación a nuestro querido Lupercio, si le doy su wiscacho el nos contará todo estoy seguro.

Los demás no se negaron y efectuaron el siniestro plan.

Luego de que Don Lupercio regresaba de su trabajo, antes de ir para su casa iba a ver a su amigo Daya cuando lo vio él le dijo ¡Amigo, ten mucho cuidado! él no sabía de que le advertía que tuviera cuidado pero de todas maneras, no hizo mucho caso al respecto.

Al cruzar ya para su vivienda le estaban esperando sus amigos los de siempre, los de su gallada.

El les sonrió y les dijo; ¿Qué se les ofrece?, me da gusto verlos.

Alacrán repuso, venimos a raptarte un momento porque es el cumpleaños de José y nos gustaría que estés con nosotros.

Lupercio respondió:

Les agradezco mucho pero no puedo, porque tengo que ver a mis hijos, como ustedes saben, yo he desaprovechado bastante tiempo para estar con ellos.  Además, mañana tengo que madrugar.

Los demás insistían no, sólo va hacer un momento anda, entra en tu casa y deja organizando a tus hijos nosotros te esperamos puedes tardarte no importa y no te aceptamos ninguna negativa.

Efectivamente, don Lupercio entró a casa y sus hijos se le colgaron del cuello él dio un beso a cada uno, les dio los alimentos que la noche anterior había dejado preparando puso todo en orden y los acostó.

El creyó que sus amigos se habían cansado de esperar, en el fondo sintió una gran alegría pero al abrir la puerta para cerciorarse de que en efecto se habían ido, se encontró con la sorpresa de que lo esperaban.

Sin poder echarse para atrás Se fue con ellos.  Entre tragos y bocaditos haciendo el brindis por el cumpleañero en cuestión dieron de tomar a Don Lupercio sin tener ningún reparo, le dieron tanto para que hable y lo peor sucedió.

Lupercio comenzó a contar sobre su cambio y sobre quien había influído para que el sea otra persona y que encuentre trabajo sin recordar las palabras de Daya.  Sí amigos, Daya es el agorero de la fortuna porque te ayuda mucho.

Los amigos no lo podían creer y el alacrán satisfecho dijo, bueno, amigos ya nos podemos ir nosotros también a ver al agorero de la fortuna.

Al día siguiente, Lupercio estaba muy mal, no fue al trabajo y se sentía un vil canalla, irresponsable y traidor porque se le había confiado un secreto y él lo reveló a gente que decían ser sus amigos.

De ésta manera, recibió la notificación de que estaba despedido y luego fueron a verlo sus amigos diciéndole.

Que calladito te lo tenías que el Agorero de la fortuna te estaba ayudando mas esto es una grande y baja mentira porque nosotros fuimos a casa del tal Daya y no lo encontramos.

Lupercio lleno de ira exclamó.

Por ustedes me he quedado sin trabajo, no tendré como alimentar a mis hijos váyanse, no los quiero ver por lo que Alacrán replicó te pesará el habernos mentido, ya lo vas a ver.

Lleno de tristeza, Lupercio fue en busca de Daya para pedirle perdón.  Tocó varias veces a su puerta pero nadie salió a abrir; sintiéndose solo y lleno de culpa se dejó caer en la hierba apoyando su rostro entre sus manos, mientras unas gruesas lágrimas caían por sus mejillas.

Perdón Daya, perdón por haberte fallado, me dejé llevar por la tentación, estoy desesperado, dame una señal para ver si puedo ser perdonado.

Lupercio se ahogaba en su congoja y sin escuchar nada, ni si quiera poder ver a Daya regresó a su casa y abrazó a sus hijos sollozando diciéndoles que es un mal padre y una mala persona pero que en todo caso, va a ver como puede solucionar éstos problemas.

En tanto, los amigos planeaban propinarle una gran paliza por haberles mentido.  Estaban urdiendo el plan más sanguinario y violento del que nunca se había escuchado jamás en el pueblo de la Fortuna.

Cierta noche, Lupercio tuvo un sueño, era un gran presagio que no lo dejaba en paz.  Veía a Daya quien le decía que era un traidor, que pese a ello le ayudaría.  Entonces, le dijo que abandone la casa y la ciudad; que tome a sus hijos y lo más pronto salga de allí.

Esta vez, Lupercio cumplió al pie de la letra las órdenes que le fueron dadas mientras dormía.  Los pequeños no preguntaron, rápido salieron y abandonaron el pueblo.

Iban cruzando muchas calles hasta que llegaron a la ciudad del Paraíso allí Lupercio se abrió camino y encontró realizarse en una gran mecánica que había sido siempre su ideal.

De pronto, alguien le palmeó por la espalda.  Era Daya su querido y gran amigo al que nunca debió defraudar, él se quedó atónito y le dijo.

Sí, soy yo, el que una vez te ayudó y a quien tu defraudaste debido a eso me fui del pueblo de la Fortuna porque ésos señores a quien llamas amigos nunca fueron buenos.

Sin embargo, a hora te doy otra nueva oportunidad y aquí te afincarás con tu familia hasta que el pueblo de la Fortuna sea reconstruido sin violencia.

Lupercio dijo; ¡amigo eres grandioso!, puedes explicarme, ¿Realmente quién eres tú? ,

-Soy un enviado de Dios, y más conocido como el agorero de la fortuna por eso, nunca olvides, reza una oración y me tendrás.

 

 

Autora: María Augusta Granda. Quito, Ecuador.

magusgranda@cablemodem.com.ec

 

 

 

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