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Mañana aciaga de martes.
Ataviado de inocencia
Tu pastoril corazón,
Saliste tras tus ovejas.
Y fue tu última jornada
La de la mañana aquélla.
La mansedumbre del río,
Tornada espuma violenta,
En un malhadado instante,
Te hizo pastora de estrellas.
¡-Anita, vuelve! –Clamaban
Las jarillas y las pencas
Y los chañares gemían:
¿Dónde te has ido, Ana Vieyra?
Un manso réquiem de aullidos
Estremeció las riberas
Con tristes tintes de adioses;
Salves y credos de exequias,
Te rezaban los coyuyos,
Ángel custodio de ovejas.
¡Qué triste se sintió el pago!
¡Cómo lloraron las breas!
Los tordos y golondrinas
Vistieron luto de ausencia;
Y fue tu última jornada
La de la mañana aquélla.
Cuando en reclamo de libro
Volviste, duende, a la escuela,
En la justicia del fuego
Hallaste la paz eterna;
Y fue tu última visita
La de la jornada aquélla.
Duerme en paz tu último sueño
Núbil belleza morena:
Un noble hijo de Santiago
Te inmortalizó en las letras.
Autora: María Cejas. Buenos Aires, Argentina.