REFLEXIONES SOBRE EL ACTO DE LEER.

 

El texto que a continuación se cita, Introducción a la metafísica, pertenece al filósofo alemán Martin Heidegger (1889 –1976). Aunque publicado en español en 1953 por Editorial Nova, Buenos Aires, corresponde a un curso dictado por Martin Heidegger, en Alemania, en 1936.

“…Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan experimentar, simultáneamente, el atentado a un rey, en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos, cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en asambleas populares, entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué? ¿Hacia dónde? ¿Y después qué?”.

El abordaje de este texto es, desde luego, imposible. Su profundidad y su dimensión exceden las posibilidades de hacerlo, tanto que el hecho de mencionarlo a propósito del tema de que voy a ocuparme es casi irreverente. Sin embargo, desde hace algún tiempo, advierto que lo que Heidegger expresa como un riesgo inminente de que se pierda la dimensión espiritual que hace singular a cada ser humano, afecta al colectivo de las personas ciegas en varios sentidos. La rapidez, la simultaneidad y la instantaneidad son categorías que se contraponen a la situación que conlleva la ceguera en ese factum que es el estar situado en el mundo.

 Nada más lejos de estas reflexiones que negar la importancia de la técnica que ha convertido lo lento en rápido, lo lejano en instantáneo y lo fragmentado en simultáneo. Empero, me parece oportuno señalar algunos riesgos provocados por el uso excesivo y absolutizante de los procesos técnicos. Estos riesgos, en comparación con los que preocupan al filósofo, parecen pueriles y poco importantes, pero creo que no lo son. No lo son porque hasta la muerte de un pájaro es un acontecimiento que debe o debería incidir en el universo todo. Ocuparse, pues, de los riesgos que entraña la técnica para los niños ciegos sí es importante.

 

Conocer el entorno

 

Nacer es advenir a un mundo ya hecho que se configura de modo singular y único en cada nacimiento. Afirma Merleau-Ponty que somos no sólo en un mundo percibido, sino también, en un mundo sabido. Ese mundo percibido y ese mundo sabido nos constituyen, pero ese estar constituido no implica que no debamos conocerlos y conquistarlos para ir, en el desarrollo de nuestra existencia, estando más plenamente situados en ellos.

La percepción del niño que ve no es sólo visual, pues percibir es el movimiento del ser entero, en su entorno. La vista ayuda a poseer de manera más abarcativa ese entorno. ¿De qué modo conocerá una paloma un niño que puede mirarla? Es una tarde de primavera, el niño está en la plaza paseando con su madre o con su hermano, tal vez. Parece que la plaza ha florecido y hay palomas volando. Huelga el comentario. Las palomas son parte del paisaje urbano. El niño puede decir que ya sabe cómo es una paloma.

Un niño ciego está frente a una computadora. Una voz sintética le dice que la paloma es un ave, de regular tamaño, de color gris, de vuelo bajo, etc. ¿Puede ese niño afirmar que conoce la paloma?

También es primavera. La habitación en la que come la familia tiene una puerta que da al patio. Me siento en el vano de esa puerta, con las piernas al sol. Papá me pide que ponga la palma de la mano hacia arriba y deposita en ella unos granos de arroz. Me dice que debo quedarme quieta y ser paciente. ¡Cuánto me costó no moverme! Oí un rumor suave que venía bajando y un pinchazo caricia sobre mi mano ofrecida. El rumor suave comenzó a subir y los granitos de arroz desaparecieron. No sé cuántos días pasaron, pero sé que en cada uno de ellos el rumor se demoraba un poco más antes de irse. Cuando mi padre me dijo que ya podía extender la otra mano, acaricié una cabecita pequeña, un cuerpecito plumoso y tibio, un pico no demasiado duro, unas patitas con uñas tampoco demasiado duras que se enredaban en mi dedo y, debajo del pico, un globito que guardaba los granitos de arroz. No sé qué significa gris, pero creo que conozco la paloma.

Después de muchos años, en un largo viaje en ómnibus llevé a la escuela en una cajita de cartón agujereada, una torcacita mansa. Tan mansa que pude ponerla en las manos de Jorge que, después de tocarla, con sus quince años ingenuos y emocionados, dijo: “Seño, el corazón le late. ¡Tiene un corazón como el mío!”. Jorge también conoció la paloma. Ahora sí, busquemos en la computadora toda explicación que organice y enriquezca el conocimiento vivencial de la paloma.

Existen, naturalmente, muchas cosas sobre las cuales sólo podremos tener una aproximación a través de lo verbal y debemos aceptarla, profundizarla y valorarla.

No será posible amansar una estrella ni darle de comer a la luna. Es verdad. Pero dejemos que la paloma venga a comer a nuestra mano para que podamos escuchar el relojito de su pequeño corazón.

 

Leer

 

Isaac y Katy, un matrimonio que trabajó transcribiendo para la biblioteca por más de 20 años, me pidió que visitara a una prima suya que, como le habían hablado de mí, quería conocerme.

Era una médica pediatra que, ya muy anciana, había perdido la vista. Creo que no había aún entrado a su casa cuando me regaló su historia. En verdad yo iba para preguntarle la razón por la que no quería escuchar los libros grabados que sus primos le ofrecían. Ella pareció no escucharme y siguió desenvolviendo su regalo. Casada, separada, tenía un hijito de 8 años y una noche coincidió con su ex esposo en una fiesta. “No sé si fue el vino” -me dijo-, “o si fue que aún nos gustábamos; nos fuimos a la cama y quedé embarazada”. “El niño concebido en ese encuentro murió de bebé”. “Después… El padre de mi hijo estaba señalado como subversivo y los milicos mataron a mi hijo mayor confundiéndolo con él”. “Ahora, no quiero oír ninguna voz que se canse, ninguna voz que no guste del libro que lee”. “Yo prefiero al viejo de la computadora, ese que se llama JAWS, porque nunca está de mal humor y no me hace pensar que ocupo el tiempo de nadie”. Tenía descargados casi todos los libros digitales disponibles: esa lectura solitaria y altamente tecnificada la salvó de caer en la honda depresión que amenazaba su soledad.

Antonio fue librero por largo tiempo. Ahora su visión menguada no le permitía leer. Se acercó a nuestra biblioteca y nos dijo que prescindiría de catálogos y de índices, tampoco le importaba si los libros estaban grabados o digitalizados; para evitar confusiones iría por orden alfabético. Cuando intempestivamente dejó la tierra de los libros, iba por la letra f.

Lucy vive en un pueblito alejado; fue mi alumna, aunque tenemos casi la misma edad; yo leo braille desde los tres años y ella casi había cumplido los 20 cuando tomó contacto con la posibilidad de leer. Recibe libros desde Buenos Aires y también le enviamos algunos nosotros. Le suelo decir: “¿no querés que te mandemos algún audio?”. “No”, -responde-. “¿Qué hago con las manos mientras escucho?”.

Yésica vive también alejada de la ciudad. En una ocasión viajó para participar en un concurso de lectura organizado por la biblioteca, la asociación Luis Braille y la escuela. ¡Qué decepción sufrieron las alumnas del colegio!... Yésica se llevó el premio. Hoy, madre de dos niños ciegos, dice que le alegra que los chicos hayan empezado a aprender braille desde más pequeños, ya que ella era más grandecita cuando empezó. Le ofrecimos audios y nos dijo: “no, yo prefiero leer; me resulta mejor formar imágenes a través de lo que leo. Es mi voz la que me las describe”.

 No hace falta ya abundar en ejemplos, pero me parece pertinente recordar las expresiones de Borges en su ensayo titulado “El libro”. “El arado y la rueda son herramientas de la mano; el telescopio y el microscopio son herramientas de la vista y el teléfono lo es de la voz. Las herramientas del libro son la memoria y la imaginación”. ¿Qué agregar a este párrafo? Pues nada, nada. La memoria es el pasado que emerge en nuestro hoy para ser humus nutricio y, sin imaginación, el hombre no tendría ni sueños, ni proyectos, ni futuro. El recuerdo y la fantasía configuran la riqueza humana.

A modo de conclusión de estas someras reflexiones, me gustaría decir que: lo importante es el libro y no el modo en que se accede a él. No obstante, me resulta imprescindible hacer una distinción: cuando la posibilidad de leer mediante la letra impresa se ha perdido, la escucha de un texto por cualquier medio es, como hemos podido observar, válida, pero cuando se trata de alfabetizar a un niño, nos parece que, aunque la escucha llegue por cuentos y relatos hechos por las maestras, por los padres o por las incansables abuelas, esta escucha no debería suplir el acto de leer.

Querría volver a las herramientas que Borges designa como inherentes al libro: la imaginación me permite recrear la niña que no fui. Me pienso sentada frente a la computadora, oyendo una voz humana o una voz sintética. El cuerpo inmóvil, las manos quietas, la atención un tanto dispersa. Las palabras ya están configuradas cuando llegan a mi cerebro. Las imágenes, como dice Yésica, son descriptas por una voz que no es la mía, por una voz que no reconoce el hondón de mi silencio.

La memoria me pone frente a la niña que sí fui. Estoy sentada en el suelo con el pie derecho sobre el muslo izquierdo y el pie izquierdo sobre el muslo derecho para poder abrir el libro sobre mis piernas; la espalda recta, las manos en un movimiento concertado. La atención en la percepción de las letras que mi cerebro debe constelar en palabras. Cuando se presenta el casi ineludible inconveniente, constato el número de página, cierro el libro, busco una silla y leo civilizadamente sobre una mesa. ¿Qué inconveniente? Pelusa, mi gatita, que quería jugar con mis dedos o se recostaba plácidamente sobre el libro.

¿Cuántos niños se sentaron en mi regazo para extender sus manos hacia el mundo como yo lo había hecho? ¿Cuántos cuerpecitos rodeé con los brazos mientras ponía suavemente mis manos sobre las manos-pájaro que, como las mías, constelaban palabras para agrandar el mundo?

Las uvas maduran en febrero y en setiembre florecen los jazmines. El libro siempre está en sazón, pero el modo de acceder a él no es siempre el mismo.

 

Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com

 

 

 

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