La bella tristeza.

 

La niña se llamaba Brenda

El lugar era en un lugar, de paisaje de montaña, de postal turística.

El sol hacía fiaca en las colinas sin sábanas.

Arrullo de pájaros redonditos endulzaban sus oídos, cuando todas las mañanas Brenda iba con su bastón blanco subiendo la ladera.

Allí en un lugar igual a todo lugar, la piedra la esperaba todos los días…

La niña la acariciaba, conocía cada una de sus rugosidades, cada uno de sus vértices oblicuos, mejilla de piedra, mejilla de niña… Juntas queriéndose.

En un remanso que formaba el río un poco más abajo, a un costado dos duendes cremosos, completaban aquella postal mágica.

¡Ah! Las risas de los duendes, su piedra amada, los sonidos del aire, el eco profundo del río allá abajo, eran su alegría…

Un día delgado, sonrisa de ira, o de nada, la niña no bajó el camino de regreso…

¡Subió su madre a buscarla…! ¡Cosa extraña! Brenda y sus amigos estaban tatuados en la piedra…

Todas las mañanas de todos los años, de días vacíos sin tiempo ,Una viejecita llora ,llora acariciando a la piedra que con el tiempo ha perdido los tatuajes y ahora es de color azul cobalto, pero al tocarla parece de piel y calor humano…nadie se explica el por qué…

 

 

Autora: Olga Triviño. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com

 

 

 

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