Una foto.

 

El niño, Juancito, aprovechó que los mayores estaban ocupados para entrar a la habitación de su abuela.
Todo lo que allí había era curioso.
En un rincón estaba el fonógrafo, ese que a veces la anciana mujer, le daba cuerda y ponía algún tango.
Ella disfrutaba tarareándolos.
Generalmente tenía prohibido entrar a ese cuarto.
Aprovechó y empezó a revisar todo.
Los muebles eran viejos.
Abrió la cómoda y en los cajones encontró enaguas, bombachas que eran inmensas, una caja con collares y aros, pero muy escondido había un montón de fotos y cartas. En ellas siempre aparecía un señor de sombrero y bigote muy bien recortado. Tenía traje y estaba con su abuelita de joven.
Antes las fotos eran de papel duro.
Lo intrigaba ese hombre. No era su abuelo, a él ya lo había visto en un álbum viejo.
Oyó ruidos y salió antes de que lo vieran.
Con el apuro no pudo guardar todo y una foto se le cayó.
Se escondió en el baño que estaba al lado de la pieza.
La anciana mujer, con su andador, entró a la habitación.
Ella era muy ordenada y en seguida notó algo raro.
Las cobijas de la cama estaban arrugadas. Alguien había estado sentado allí.
Vio algo en el suelo y cuando lo recogió notó que era la foto de su antiguo novio.
¡Cuántas veces había besado ese retrato! La llevó a sus labios una vez más y decidió que era hora de contarle la historia a su nieto.
Sabía que el niño había rebuscado en sus cosas y había encontrado esa foto. Nunca lo había contado a nadie, pero jamás dejó de amar a ese hombre.
-¡Juancito!, -llamó.
El chico apareció por la puerta con cara de inocente.
-¿Me llamaba, abuela?
-Sí, querido, pasá.
Juan esperaba que lo retara y ya había pensado como negar todo.
-Mirá lo que encontré en el piso.

-¿Qué es?
-Una foto que guardaba muy bien.
-¿Y por qué estaba tirada?
-Juancito, yo tuve tu edad... Vení, sentate que te cuento una historia.
Juan se sentó junto a ella.
-Resulta que hace tiempo, los padres decidían con quién te casarías. No importaba si lo querías o no, -ella suspiró recordando.

-Yo tenía 15 años y conocí a un muchacho muy apuesto, -señaló al joven de la foto.

-Nos veíamos los domingos en la iglesia. Él se sentaba a mi lado para darme la mano durante el padre nuestro. Un día me dio una nota. Allí decía que era muy bonita. Cada misa me dejaba una carta de amor. Nadie se daba cuenta…

Un día lo Crucé en el mercado y me habló por primera vez… Quedamos en vernos un día y lugar determinados. Yo me las arreglaría para poder salir…

Mi madre nos vigilaba mucho, pero pude acudir al encuentro. Fue hermoso. Nos vimos en el rosedal de Palermo. Me acuerdo que fuimos a andar en bote. Allí nos besamos y sacamos esa foto, -suspiró de nuevo. Lo quería mucho. Siempre que podíamos nos veíamos. Él no aguantaba tener que esconderse y decidió pedir mi mano para casarnos. Así que fue a ver a mi padre…

Papá se negó rotundamente y me casó con tu abuelo. No lo quería, pero nos acostumbramos mutuamente. Nunca volví a verlo. Sólo supe que se había vuelto un picaflor y por la noche se emborrachaba.

A tu abuelo lo quise, pero a este hombre lo amé. Sólo me quedan cartas de él y fotos. Nadie sabe esta historia y confío en que no lo contarás…
-¿Por qué no lo buscas ahora?, -propuso Juancito.
-Chiquito, él era mayor que yo. Tendría más de 100 y ya no soy bonita.
-Cuando crezca seré policía y lo buscaré.
-Seguro, pero no creo que viva para verte.

La abuela lo despeinó y se llevó su dedo índice a los labios.
-Será nuestro secreto. Vos me asegur´ás que te casarás enamorado.
-Yo no me casaré nunca. Las nenas son raras.
-Ya vas a cambiar de opinión cuando te salga barba.

Ella le hizo cosquillas y se fueron juntos al patio.
Creo que hay veces en que alguien nació para ser nuestro compañero. En realidad ni el tiempo cambia las cosas, pero sí el juzgarnos mayores.

 

Autora: Laura Trejo. Buenos Aires, Argentina.

agostinapaz2016@gmail.com

 

 

 

Regresar.