Inocencia.

 

Mario sentía un frío adentro de los huesos…

 Era verano, pero tenía puesta la calefacción de la oficina.

Recién lo habían ascendido, era un hombre muy puntilloso en su trabajo, igual eso no lo alegraba.

Regresó a la casa que tenía en el lugar más exclusivo de Buenos Aires, manejando su auto último modelo.

Sabía que no habría nadie esperándolo, desde que ella, la última pareja, decidió marcharse, vivía solo.

Sacó aquella soga que pensaba usar la mañana siguiente, sobre la mesa y...

Entró en la cama matrimonial, poniendo una frazada más antes de acostarse.

No podía dormir, era viernes, la mayoría de los jóvenes estaban en la calle.

Cuando el reloj marcó las tres de la mañana, apagó el cigarrillo que había encendido, se vistió y fue al boliche más cercano.

Antes de salir volvió a mirar la soga sobre la mesa con la intención de no darle uso. Pensó que tal vez podría tirarla.

No era un viejo, tampoco joven y seguir con una vida monótona lo mataba.

 Quería romper la rutina.

Entonces llegó al lugar, que tenía una fachada como un castillo, hasta los “patovicas” tenían un disfraz con armaduras y espadas.

Pagó una suma enorme por entrar.

Cientos de adolescentes, muchos ya alcoholizados, deambulaban alrededor de una pista llena de jóvenes que bailaban como si estuvieran haciendo el amor delante de todos.

Fue hasta la barra, atestada de chicos. Él pensaba ¡cuánto dinero ganaría el dueño cada noche!

Pidió un trago y se quedó allí mirando todo.

Un par de chicas intentaron seducirlo a cambio de una copa. -Disculpen pero, espero a alguien, lindas.

Ellas, con mal humor, se fueron murmurando algo como que era “puto”.

Se decía, para sus adentros, “en mi época, a las chicas las perseguía yo”.

Era el único hombre con traje, la mayoría tenía Jean y remeras estrafalarias. Casi todos poseían aritos en la nariz, oreja y lengua.

Ya estaba a punto de irse cuando vio sentada a una chica que no coincidía, tampoco, con el lugar.

Llevaba minifaldas y una simple blusa, pero no encajaba en eso que parecía una versión moderna de Sodoma y Gomorra.

-¿Me puedo sentar? –preguntó. se acercó hasta ella, que estaba en una mesa casi escondida.

Ella lo miró y se apresuró a sacar todo lo que había en la silla de al lado. -Sí señor.

-Me llamo Mario y cuando me decís señor se me notan más las canas.

-Disculpe se..., Mario.

-Tutéame. ¿Cómo te llamás?

-Ximena.

-Bueno, por lo visto no te gusta bailar.

-Me encanta, pero no ese ritmo. Vine porque mis amigas insistieron y acá estoy haciendo de guardarropa, mientras ellas van a buscar pareja.

-¿Querés tomar algo?

-Ay, no, Mario.

-Dale, yo invito -hizo una seña al mozo disfrazado de juglar. ¿Qué querés?

-Bueno, una gaseosa.

-Vos sos un espécimen único acá adentro, mirá, todos están borrachos.

-Me hace mal tomar, -dijo ella.

-Yo tomo, pero poco.

Ella miró a los demás, diciendo: -buscan que el alcohol llene sus vidas y no es así.

-Y, ¿a vos, qué te llena?

-No lo sé todavía. Voy a la iglesia, eso puede ser.

-O sea que serás monja...

-Nooo. Conozco algunas, pero no soy católica.

-Testigo de Jehová tampoco -dijo mirando sus piernas.

Ximena se sonrojó y tapó con su mano una de ellas.

-La minifalda es prestada, pero no soy de esos. Usted, digo vos, parecés uno de ellos, con ese traje.

-Bueno, cuando uno trabaja se usa esto. No puedo ir en zapatillas a una reunión.

-¿Qué edad tenés?

-¿Yo? ¿Cuánto parezco?

-Mmm, Parecés uno de los padres de estos... -señaló a la gente de alrededor.

-Huy, qué viejo. No, tengo 32. ¿Y vos?

-Si te digo la verdad, me mandás a la cama -se rió. ¿Tan chica?

-No tanto. Tengo 16.

-Soy un roba cunas -rieron. Te ves mayor.

-Todos lo dicen.

-Y acá no encajás. ¿Querés salir un rato?

-Gracias, pero no puedo dejar todo esto -señaló la ropa.

-¡Qué egoístas son tus amigas! Ellas se divierten y vos acá clavada.

-Yo lo elegí. No me gusta nada de esto, -señaló a la gente que la rodeaba. -Insistieron en que viniera y no pude negarme, cuando vi la mesa me apuré a ocuparla. Ellas dejaron las carteras y se fueron. Estaban borrachas, ya habían tomado en la casa de una amiga. No entiendo como alguien puede ingerir tanto líquido. No sabés todo lo que chuparon.

-Jajaja, debe ser que su vacío es muy grande.

Ella reflexionó -y todavía caminan.

-Sos muy especial –dijo y tomó sus manos.

-¡Disculpe Mario, pero solo le permití sentarse conmigo!

Inmediatamente la soltó, diciendo: -no quise ofenderte. Volvé a tutearme, Ximena. Sigamos conversando.

Ella estaba molesta, pero accedió.

-¿Vas al colegio?

-Sí, estoy en cuarto año de secundaria. ¡Tengo que estudiar historia!, me acordé ahora -se tapó la cara-, y estoy acá.

-¿Tus padres te dejan salir?

-No, no lo saben, me quedé a dormir en la casa de una de las chicas.

Entonces, él le sacó una foto con el celular. -Ya tengo con que extorsionarte.

-No, por favor.

Se guardó el teléfono. Es solo para mí. Quiero recordar tu belleza.

-No digas eso.

-¿Qué? ¿Qué sos linda y me gustas? No te lo digo, pero es cierto.

Se puso colorada como un tomate, diciendo: gracias.

-De nada. ¿Cómo te parezco yo? Aparte de viejo.

Se rieron.

-Sos apuesto. ¿Tenés pareja?

-No. Vivo solo.

-Generalmente la gente de tu edad tiene pareja o están casados.

-Soy alérgico al matrimonio. Mi pareja me dejó.

-¿Por qué hizo eso?

-El mundo de los adultos es muy complejo.

-Yo cuando me enamore me casaré para toda la vida. Nunca dejaré a mi marido.

-Qué inocente sos...

-¡No soy inocente, es en serio!

-A tu edad pensaba igual y ya tuve tres parejas.

-¿Tres? ¿Y qué te dicen?

-Dicen que soy aburrido.

No parecés aburrido.

-No todo es como se ve.

-Yo esperaré siempre a mi marido con una comida especial y velas...

-Suena bien. Bueno, yo me casaría con vos.

-Dijiste ser alérgico al matrimonio.

-Serías una excepción.

-Bueno, me falta terminar el secundario y la universidad. Después empezaré un noviazgo.

-¿Qué vas a estudiar?

-Medicina -dijo ella.

-Eso es largo.

-Sí, pero me gusta.

Él bostezó -me disculpas, tuve un día largo.

-Está bien, te aburro.

-Para nada, pero estoy cansado.

-Bien.

-Me gustaría volver a verte –dijo, y anotó en una servilleta su número. Llámame cuando hayas terminado tus estudios. Calculo que tendré cuarenta en ese tiempo. le dio un beso en la mejilla, se puso el saco y salió a la fría noche de verano.

Apurado regresó. Pensó un momento en la inocente joven que había conocido.

Alguna vez también había sido así, pero la vida lo llevó por sendas inesperadas...

Regresó a casa y colgó la soga que tenía preparada, miró la foto de Ximena y pensó: ¿Qué habría pasado si me daba bolilla? Meneó la cabeza, no me habría gustado.

Puso su cuello en la cuerda y pateó el banco.

Lo encontraron como un péndulo, oscilando entre los ideales y la realidad.

 

 

Autora: Laura Trejo. Buenos Aires, Argentina.

agostinapaz2016@gmail.com

 

 

 

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