Amor en jazz.

 

Fue un día de agosto, colgado de la nada...

Sólo me mandaste un audio: “Voy a las nueve“.

Guardé en el placard mi cara de hombre.

¡Era tanta mi alegría! ¡Las hormonas serpenteaban en mi piel, incontrolables, ansiosas!

 Llamé a la primavera y cubrí las paredes blancas, todo tan real que hasta un ruiseñor cantaba en la rama más alta de un árbol dormido.

¡Era feliz y cantaba! ¡Imaginándote...!

Me puse una capelina de tul con pequeños destellos, un vestido entallado y volátil haciendo juego y descalza... Los tatuajes de mi pecho palpitaban con anhelo, estaba muy bella para vos...

Recuerdo aquel día... la última vez que estuvimos juntos... Me pellizcabas despacito la nuca, tu boca en mi cuello, tu boca mordiendo mis nalgas, ¡Cuánto deleite! ¡Mis quejas y tus gritos de placer!... Los frutos fueron deliciosos, las manos vibraciones indecibles, profundamente celestes, insoportable deseo de ambos cuerpos, ambos seres, SÓLO SERES...

El ruiseñor se ha dormido, tengo mis ojos fijos, no viniste, te atreviste a despreciar tanta belleza. ¡Cuánta decepción!

Dibujados en el espacio, dos signos de pregunta...

 

 De espalda...

 

Yo, arriba de tu espalda...

Los dedos de los pies, los dedos de los pies enredados como zarcillos de uvas tempranas.

Más arriba, tu cola danzando en mi pelvis ardiente, piel con piel, sutil y concreta...

Mis manos apretando naranjas perfumadas...

Y mis fauces mordiendo tu cuello de nácar mínimo...

Jadeo continuo, pasión desbordante,

Yo sobre tu espalda... no necesito ver para mirarte, ¡vamos hacia el mundo de los sueños líquidos...! ¡Ay amor, vamos!...

 

Dos de noviembre de 1952

 

Aquella tarde descubrí que la bondad es de color verde, y que vivía en tus ojos color verde como las hojas en verano.

Todo era tabú en aquellos días de aquel tiempo,

Teníamos dieciséis años llenos de sueños reales o imaginarios.

Nuestros padres tenían una amistad de años, y siempre pasábamos las vacaciones en aquella vieja casona de Pilar alejada del ruido, del humo y del asfalto. El pinar era extenso y rodeaba la casa de rejas onduladas.

Una tarde de azul cobalto jugábamos en los árboles; nos tirábamos al pasto, alfombra verde, olor a sésamo y a jengibre.

<aquel año algo distinto nos sucedía. Las hormonas despertaron de su letargo de niñez

Habían llegado en caravana y asomaban sus caritas en las células epiteliales, en las manos, en el murmullo del aire cúbico, teórico.

Caíste encima de mí ex profeso o accidentalmente.

Por instinto tomé tu cara con mis manos, los besos eran suaves, sabían a pulpa y a mariposa, dedos torpes abrieron los botones de mi blusa, de plumetí y, flores bordadas,

Naranjas perfumadas en tus manos.

Mi ropa interior, resbaló como gelatina despierta, roces de pieles ocultas, todo externo difuso, intenso y oblicuo.

Teníamos limitaciones y prejuicios, teníamos dieciséis años.

Seguiste tu carrera y formaste tu hogar en la ciudad.

Fue mi única experiencia sexual. Cada vez que se me pierde la bondad, salgo a buscarla en las hojas verdes del verano..., en el pinar...

Autora: Olga Triviño. Mendoza, Argentina.

               

 

               

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