El viejo reloj de pared (de otros tiempos).

 

Soy Gabriela, ya soy una joven independiente, que ha estudiado, que ama su carrera de patinaje artístico, que a pesar de algunas vicisitudes de la vida, me siento, plena y feliz...

Alquilo un departamento, pequeño y alegre en la Avenida Sarmiento de ciudad. Aquí todo es cálido, la riqueza más grande que poseo es el reloj de pared de mi abuela gallega. ¡Tan querida, tan querida!

Todos los días al llegar de mis actividades, solía sentarme en el sillón blanco, a mirar aquel bello reloj, que me traía tantos recuerdos, lo sentía parte de mi misma, de mi alma...

Esa noche de otoño, sucedió algo increíble...al ver aquello abrí y cerré los ojos varias veces, pensé que estaba perdiendo la razón, me quedé sin respiración, inmóvil, mucha saliva llegaba a mi boca...

De pronto, ¡fantásticamente!, vi como una oreja mediana , con un pincel enganchado en su borde superior, bajaba por un cordel de nácar, hacia una jarra antigua de boca ancha que tenía plantas en su interior...

La oreja estuvo un rato nadando, después se subió nuevamente al cordel y desapareció detrás del reloj...

¡Aquello era anormal, pero maravilloso!

Corrí desesperadamente, subí a una silla, miré ansiosa el reloj en la parte de atrás, sólo tornillos, solo engranajes…

Esa noche no pude dormir...no podía saber si era real o imaginario lo que había sucedido.

Al día siguiente, exactamente a las ocho de la tarde yo estaba sentada en el sillón, intuía que vendría nuevamente...

A las ocho y diez exactamente, apareció el cordel de marfil...la misma inquietud, la misma ansiedad me tomaron el cuerpo y el alma...

Un buen rato estuvo la oreja nadando, disfrutando del agua, tanto como yo de verla...

Esa noche, no se fue por el cordel, se quedó enrollada detrás de una planta... por varios días en el mismo lugar, en la misma posición, no me atrevía a tocarla... ¡me daba mucha impresión!

¡No cabía en mí de admiración! Aquella noche suave, longilínea , del color del crepúsculo...allí en el agua no sé por qué simbiosis tan extraña, habían nacido dos bebés iguales a la oreja madre...

Les puse vangocitos de nombre porque siempre, no sé por qué supe que eran hijitos de Van Gogh, lo sabía...

Mucho tiempo vivieron en el jarrón, chapoteando en el agua con su madre, jugando entre las plantas, Papá Van Gogh nunca se dejó ver...

Yo les daba alfalfa y semillas de sésamo todas las noches...

¡No puedo explicar la embriaguez que tenía en mi alma en esos tiempos!

Hasta que una noche de rocío blando, me escribieron en las paredes del jarrón: ¡Siempre vamos a quererte! Su mamá oreja los tomó de la mano, y ¡subió por el cordel...! ¡Dios mío!, subió por el cordel y desapareció detrás del reloj...

Quebranto, furia, impotencia, todos los sentimientos, amalgamados en un solo instante...

Sacudí el reloj, ¡lo abracé tanto!, lo mojé tanto, con mi llanto...

Siempre los espero, siempre, y sé que algún día volverán, lo intuyo... Porque mis vangocitos, tal vez tenían una muestra de pintura.

La emoción es el recuerdo que más recuerdo.

Siempre tengo semillas de sésamo en la alacena, yo sé por qué, y ustedes también.

 

Autora: Olga Triviño. Mendoza, Argentina.

 

 

 

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