Un viaje relajante, y mucho más.

 

El objetivo de este artículo es contarles, de modo muy personal, las vivencias que compartí con un grupo constituido por algunos alumnos de yoga, comandados por la profesora Alicia, a la cual, sus alumnos queremos y seguimos en todas las aventuras que propone a lo largo del año.

 Esta vez, se le ocurrió llevarnos a hacer yoga, meditación, y otras tantas actividades a La Serranita. El paraje está ubicado a la vera de la Ruta Provincial 5, al pie de montañas con mucha vegetación y surcadas por una variedad de aves, que dan un sonido único a las sierras de Córdoba.

La distancia desde la capital de la provincia es de 52 km. aproximadamente, pasando por distintos lugares que conforman el Valle de Paravachasca. Sin embargo, la distancia desde Funes, de donde partimos, es mucho mayor, por lo cual, tuvimos que salir muy temprano, el día jueves, para llegar allí aproximadamente a la hora del almuerzo.

Ni bien llegamos, algunas de mis compañeras quedaron fascinadas por la visión del río Anizacate, transparente y caudaloso, que está a pocos metros del hotel donde nos alujamos, y, como más tarde descubriríamos, posee, en sus orillas un césped verde bien corto, con una arboleda que brinda una sombra muy reparadora.

Se pueden realizar muchas actividades, entre ellas trekking, senderismo, cabalgatas y avistaje de aves.

 Sin embargo, nosotros teníamos otros objetivos, así que luego del almuerzo, tratamos de descansar, algunos tomando posesión de las habitaciones asignadas, o en los lugares sombreados, para luego, llegando el atardecer, participar de la primera actividad pensada por Alicia.

 Consistió en una clase al aire libre, donde comenzamos a abrir nuestros chakras, que, según el yoga, son centros de energía, que comienzan en el chakra raíz, ubicado en la base de la columna.

 Así, trabajamos individualmente primero, masajeando los pies con una pequeña pelota, desde los dedos, hasta el talón, pisando y aflojando los pies.

 Luego hicimos masajes con nuestras manos, con crema, y empezamos a recorrer el espacio, con los pies descalzos, y estimulados por una música alegre.

 Alicia propuso, entre otras cosas, que al encontrarnos con un compañero, lo abrazáramos, por lo cual, se creó un clima muy especial, ya que, muchos de nosotros, no nos conocíamos, por concurrir a horarios diferentes a las clases de yoga. De este modo, terminamos la clase bailando, alegres, con energías renovadas...

 El día viernes, por la mañana, en un hermoso día, Alicia encontró un lugar donde podíamos realizar una clase de yoga al aire libre, y, así lo hicimos. Continuamos trabajando nuestros chakras o centros energéticos, en este caso, el plexo solar y el chakra cardíaco, que corresponden, a la boca del estómago y el pecho. Por tanto, realizamos trabajos de automasajes, con pelotita, en estas zonas del cuerpo, para luego trabajar de a dos, con pañuelos, gracias a los cuales, teníamos que poner nuestras energías al servicio de un compañero-a.

 Luego, terminamos la clase con una meditación, mientras el sol y el aire fresco de las sierras, acompañaban el clima especial, creado en torno al grupo.

 Por la tarde, y dado que Alicia había dicho que tendríamos tiempo libre, una de las compañeras propuso ir hasta Alta Gracia, la ciudad más cercana, a visitar un templo, consagrado a la Virgen de Lourdes. Esta fue una idea bien acogida por gran parte de nosotros, que aprovecharíamos, tanto para realizar una experiencia religiosa, como para simplemente pasear, y conocer algo de la ciudad.

 Dado que el clima estaba muy cambiante, tuvimos, durante la tarde, momentos de lluvia, aunque nunca demasiado intensa, sí con truenos, y algo fresca. Pero, luego, se despejaba el cielo, salía el sol nuevamente, y hasta teníamos que deshacernos de nuestros abrigos…

 El día sábado, también teníamos libre gran parte del tiempo, sin embargo, por la mañana, la mayoría se plegó a una caminata por los alrededores del hotel, que nos hizo disfrutar del aire serrano, mientras nos ejercitábamos, sorteando algunas piedras, habituales en esos lugares. Mis compañeras, Ana y Patri, quienes estaban más cerca en ese momento, se turnaban para describirme el paisaje, los árboles, las casitas de estilo antiguo, y, hasta alcanzarme alguna ramita de una planta aromática, o alguna piedra, que luego, traje a casa de recuerdo.

 Así, recorrimos los alrededores de la comuna, la escuela, y la plaza, donde aproveché para dar rienda suelta a la niña que llevo dentro, hamacándome durante unos minutos, ante cierto temor de mis compañeras, que ya me veían sufriendo una caída, que, por supuesto, no ocurrió.

 Por la tarde, gran parte del grupo, se dirigió al parque La serranita, una de las atracciones del lugar, donde, según cuentan, se divirtieron, también, como niños. Nosotras, sin embargo, nos quedamos a disfrutar de la cercanía del río Anizacate, del frescor del viento, y de las charlas que, iban sucediéndose, pasando, de la sugerencia de libros, al recuerdo de los hijos, nietos, parejas, de cada una.

 En aquel momento, fue donde conocí a Diana, quien gentilmente me nombró su editora, ya que, al contarme que escribía cuentos, la animé para que me los enviara, y poder compartirlos con los lectores de esta revista.

 Sin embargo, tengo que contarles que, entre charla y charla, también descubrimos que otra de las compañeras, Adriana, había realizado, durante el año, un taller de canto, y ahora, podía compartir esa pasión, que durante años había quedado en su corazón, sin manifestarse públicamente. Cuando la escuchamos por primera vez, quedamos todas fascinadas, por tanto, sus canciones se repitieron, luego, ante las restantes compañeras, y aún ante otros turistas, que compartieron con nosotras la gala final, por la noche.

 De todos modos, para continuar en orden el relato, les cuento que, cuando el grupo que había ido al parque regresó, y luego de un breve descanso, nos ubicamos en una sala dispuesta al efecto, y continuamos el trabajo con los chakras, esta vez, correspondientes al laríngeo, al tercer ojo, y al coronal. Por tanto, comenzamos con lo que en yoga damos en llamar respiración alternada nasal, para luego hacer automasajes en el rostro, y, seguidamente, ejercicios de emición de las bocales, acompañadas con movimientos de brazos. Terminamos, además de la emición de los bija mantras, con canciones de Adriana, quien se movía por el espacio, totalmente entregada a la experiencia de disfrutar, y hacernos disfrutar de esas sensaciones atravesadas por la música, que era, más que nada, su música interna, debido a que cantaba a capela.

 El día domingo, luego del desayuno, nos despedimos lentamente de ese espacio, que nos había permitido relajarnos, algunos con fotos, otros con caminatas, otros, la mayoría, siguiendo la meditación guiada por Alicia, pero todos, con la sensación de haber compartido unos días que seguramente resultarán inolvidables.

 

 Prof. Laura S. de Ferro.

 

Autora: Laura Soto de Ferro. Santa Fe, Argentina.

Profesora especializada en Ciegos y disminuidos Visuales.

laurayroberto2005@funescoop.com.ar

 

 

 

Regresar.