El encanto de una ninfa.

 

Dedicatoria

 

Quisiera dedicar esta historia a una mujer extraordinaria, esta mujer es un susurro en el viento, una gota de rocío en las mañanas, es la sombra que sigue mis pasos pues cada instante está en mi pensamiento. Sé que esto no es importante para nadie, pero es mi forma de dejar constancia que aún la espero, disculpe usted lector por mi fragilidad, sin embargo estoy seguro que todos en algún momento hemos tenido alguien así. Entonces corrijo: dedicado a esa persona que pocos encontramos, pero que siempre buscamos.

 

El comienzo de todo

 

Me encontraba inmerso en la monotonía del día a día, esas cosas que de grandes nos atan: Hablo de aquello que llaman responsabilidad, trabajar incansablemente, para pagar las deudas que adquirimos en ese tren imparable del tener. Vivir aparentando conductas que permitan encajar con los demás, tratar de adaptar un lado de nuestra personalidad a ellos. Era tal mi estrés de esta rutina que me estaba volviendo muy amargado, ya no sabía sonreír, había perdido la capacidad de disfrutar.

Me encontraba cavilando en esta situación, pues como todos me gustaba volver atrás, pensar qué hacía mal, pero no qué podría hacer ahora, cuando la locura entró a mi vida. Allí estaba yo, un importante ejecutivo, con doctorados, maestrías, un hombre tan ocupado que no me quedaba tiempo para nada, viendo duendes, hadas, ninfas, gigantes, dríadas, enanos, brujas hasta ¡unicornios azules! el colmo de mi alucinación.

-bienvenido al espejo del suicida- escuché que me decían.

-un lugar donde los seres de la tierra con el toque de la genialidad vienen a dar antes de que decidan suicidarse-

Quedé extrañado, pues ni tiempo para esas cosas me quedaba, pensar como suicidarme, era una tarea a tiempo completo, me creía por encima de esas debilidades. Fue allí cuando una de las ninfas que retozaban en el espejo salió y tocando con el índice el borde de aquel espejo transformó la escena en un episodio de mi vida. Sin palabras, impresionado vi como llegaba a la oficina, mi secretaria me decía que nuestra última inversión había fracasado, que no teníamos nada de liquidez, contemplé mi desesperación ante la indiferencia de los que llamaba socios, el trabajo de toda mi vida se derrumbaba, la soledad de mi existencia sin propósito, mi mano apretando el gatillo de aquella pequeña pistola, que exhibía en la vitrina de mi sala por su curiosidad de diseño.

-Eso es lo que te esperaba hoy al llegar al trabajo- me dijo aquella ninfa que lanzándome un beso se metió de nuevo al espejo.

Angustiado me di unas palmadas en la cara, esperando despertar de algún sueño raro. Pero nada pasaba, así que sentándome en el suelo, sin importarme si dañaba mi costoso traje, me puse a pensar en qué ocurría, no había consumido ningún alucinógeno, la noche pasada no había podido dormir por la preocupación de ese movimiento definitivo en la bolsa ¿sería un sueño profético? Esa fue la idea que pasó por mi mente, saqué mi muy costoso teléfono, sorpresa, no funcionaba, mi tarjeta de acceso al apartamento, la billetera con las tarjetas de crédito, mis documentos de identidad, al menos seguía existiendo en el mundo, pensé con ironía; en el fondo del bolsillo algo inesperado, una seca pepa de eucaliptos, era el recuerdo de mi abuela latina, quien antes de morir me había dado aquella cosa seca, diciéndome que así era la vida: “un proceso en el que vamos envejeciendo, pero que depende de nosotros tener una fragancia intensa como esa pepa o tan solo lo seco”.

¿Qué hace esta pepa acá? me pregunté y mientras el aroma impregnaba el ambiente me quedé dormido.

Al despertar estaba en un bosque, lleno de eucaliptos, ahora sí que estoy loco, seguro aquella pepita por magia se convirtió en todos estos árboles, pensé con sarcasmo. -Eso podría pasar- alcé mi mirada, en un frondoso árbol estaba aquella ninfa desnuda, sin importarle que con mis ojos la devorara, tranquila, sonriendo y mientras me guiñaba un ojo me dijo: "¿Me recuerdas guapo?" Porque con esa forma de mirarme creo que me habías olvidado-

Y allí estaba, el soltero más cotizado de la ciudad, un hombre asediado por las mujeres, seguro de si mismo, todo un galán y experto en los temas de la conquista, sin palabras. -¿Ahora no quieres revisar tus bolsillos?- Me preguntó con cierto tono de burla.

Actuando por inercia empecé a buscar en ellos sin encontrar nada, más concentrado en comérmela con los ojos. -¿En ese traje tan grande no hay más bolsillos?, -volvió a preguntar.

Bajando la mirada sonrojado empecé a mirar mis otros bolsillos, allí encontré una imagen olvidada que me enterneció puesto que era la única en la que aparecía con toda mi familia. Con una lágrima inesperada rodando por mi mejilla, empecé a recordar que mi abuelo mientras moría de una extraña enfermedad que ningún médico supo diagnosticar, se había empeñado en que toda la familia se tomara una foto con él. Nadie faltaba, todos habían accedido pues tenían la esperanza, algunos que los incluyera en su testamento, otros porque lo amaban, otros como yo seguía aquel capricho por curiosidad. Luego de aquel día, el abuelo empeoró, las fotos fueron entregadas a cada uno en un marco elegante y con un mensaje en cada una.

 La mía decía: “Es importante el dinero claro que sí, pero más importante es cuantas sonrisas causas con él; es importante sí, sin embargo es más importante determinar cuántas vidas has salvado o condenado con él, incluso saber si tu vida fue salvada o condenada; es importante, o sí, claro que sí, mas no todo se compra con dinero, hay cosas que solo la riqueza de tu corazón compra; es importante, sí, sin embargo no dejes que se vuelva tu única razón para existir; el dinero es importante sí, este va y viene, fue una invención del hombre, el amor, la felicidad, la paz, los abrazos sinceros, los besos apasionados, esas cosas no son invenciones, son regalos de una fuerza superior, no las dañes por aumentar el capital; finalmente te diré que sí, el dinero es importante, se necesita, proporciona confort, comodidades, pese a ello, es posible que un día escasee, ese día recuerda que ese va y viene, pero la familia no, los buenos amigos no, los buenos actos no, las buenas decisiones no, tu identidad no, por ello recuerda que el dinero es importante, sí, pero más importante es cuánto vales tu sin él.”

Con este mensaje olvidado en algún viejo cajón me quedé dormido, diciéndome a mí mismo que tuve dos abuelos fantásticos.

Al abrir mis ojos nuevamente estaba aquella ninfa frente a mis ojos, seguía desnuda, nuevamente yo me quedé mirando cada parte de su cuerpo, con deseo, con lujuria, ella tan solo dando una vuelta para que la observara mejor, por encima de su hombro me miró intensamente, con picardía me señaló un rincón del cuarto y se fue.

Y allí estaba yo, el hombre más inteligente, manipulador, al que nadie podía vencer, el hombre más egocéntrico, narcisista, también desnudo, mirando mi ropa ya poco extrañado, con la evidencia de mi naturaleza emergiendo de mi cuerpo, sin aquel caro traje que disimulara mi condición de humano falible.

Lentamente me paré y vistiéndome de nuevo, me puse a buscar en los bolsillos, ya solo quedaba uno, ese donde escondía los cigarrillos, los condones, aquel dinero suelto para emergencias… nada de lo que usualmente encontraba allí estaba, en cambio encontré un mechón canoso de mi madre, un manojo de cabellos colocados en un medallón que ella siempre llevaba en su cuello y que al morir me lo entregó sin palabras, solo con una mirada intensa de sufrimiento. Un medallón que me había negado a abrirlo, tan solo a ignorar aquellos despojos de mi madre y que como no, había arrojado también en otro cajón.

Destapándolo luego de cinco años de olvido, empecé a sacar aquellos cabellos que ahora que los extraía podía ver con detenimiento, mostraban el paso del tiempo, no solo eran las canas de mi madre, había entre ellas hebras saludables, quizás de sus años mozos. En el fondo encontré algo inesperado, un pequeño diario, mi madre era especialista en escribir con una letra microscópica y esa segura era la máxima obra de su arte. Ella era tan previsora, detallista, por lo que mientras me preguntaba cómo leer algo tan diminuto noté que el medallón era una lupa en si mismo, que bastaba retirar una de las tapas. De tal modo que abriendo aquel diminuto diario empecé a leer la historia de mi madre. Allí estaba plasmada su infancia, sus miedos, sus sueños, sus alegrías, sus tristezas y en la última parte este mensaje:

“Al final del camino somos los cabellos que hemos recogido, las lágrimas que hemos secado, las risas que hemos compartido, somos las caricias que hemos disfrutado, los enojos que hemos expresado, los silencios empecinados, somos los fracasos que nos han forjado, somos el cúmulo de experiencias vividas. Entonces para qué te afanas por morir pronto o tarde, por qué no te arriesgas a sentir cosas nuevas, por qué no agradeces las imperfecciones; las dificultades, por qué no amas sin condiciones, sin afán de un mañana, por qué sufres con lo que no está en tus manos cambiar, por qué esperas a sentir que algo no estará para añorarlo, por qué dejas que los tuyos se alejen, por qué no trabajas en tu crecimiento todos los días, por qué te escondes detrás de las excusas, por qué dejas que en tu corazón haya tanta basura, por qué haces de una lágrima todo un caudal, por qué disimulas tus carcajadas, por qué te encasillas en modelos; en estereotipos. Dime el por qué te rompes cuando estás hecho para estirarte, adaptarte, limpia tu ventana de todo lo que no te deje ver el paisaje nítidamente, deja atrás las razones para no estar bien, para centrarte en los motivos para sí estarlo. Deja a fuera de ti todo eso por una sola razón, porque pese a mis errores como madre, como mujer, como persona, traerte a este mundo fue un gesto de amor, no dejes que ese amor se pierda”

Con estas últimas palabras mis ojos se cerraron y al despertar tropezaba con un escalón, recuperando el equilibrio me recargué contra la pared, pero mi fantasía se despedía con una voz susurrante que cantaba: el encanto de la ninfa es desvelar lo más bonito de las personas, es salvar vidas con sus mañas, regalar muchas rosas y tejer redes como arañas; con este estribillo volví a la realidad, impactado regresé a mi apartamento a buscar aquellos objetos, los cuales encontré luego de mucho buscar, la pepa aromática, aquella foto, aquel medallón y con ellos en las manos llamé a la oficina, donde mi secretaria me dio la noticia de aquel espejo profético. Colgando pensativo, una sonrisa se dibujó en mi rostro y mientras planeaba como salir de mis problemas económicos una tarjetita con la imagen de aquella ninfa rodeada por las letras Bedchis encantos de ninfa, se materializó en mi mano; ya sin sorprenderme la miré por todos lados encontrando un número de teléfono y al marcarlo una voz al otro lado me colocó una cita en un café, atrapándome en otra descabellada aventura, más esa es otra historia...

 

Autor: Wilmer Guillermo Acosta Pinzón. Paipa, Colombia.

Comunicación Social, Universidad Nacional Abierta y a Distancia

wilfi2008@hotmail.com

 

 

 

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