Clase magistral de amor.

 

Todos esperaban expectantes al nuevo profesor de matemáticas, era una de las clases más aburridas que tenían y era una misión de grupo causar la renuncia de los incautos que aceptaban dictar las clases, con el fin de librarse de unas cuantas horas de esa tediosa materia. Para tal cometido no escatimaban ningún tipo de esfuerzo, todo empezaba con un plan de inteligencia donde averiguaban las debilidades del maestro o maestra, para enseguida planificar la estrategia a seguir. Era un ritual de curso sentarse a discutir cuanta trastada se les venía a la mente, para motivar la renuncia irrevocable del docente.

Aflojar la pata de la silla, colocarle chinches, hacer que un chicle se pegara en el cabello o la ropa, asustarlos con algún asqueroso animal, ignorar al profesor en grupo, sus estratagemas eran variopintas y sigilosas para evitar castigos pero lograr el objetivo de salirse con la suya. No habían acabado el primer semestre y seis profesores habían perdido ya la guerra a muerte entre los estudiantes y los representantes de su enemigo.

Tal como un buen soldado, estaban al acecho en una compacta unidad los 21 estudiantes del noveno grado de infantería como se llamaban a sí mismos, diez niños y once niñas que juntos era un pelotón disciplinado frente a la misión de impedir los intentos por parte de la dirección del colegio de tener un permanente profesor en la asignatura.

Estaban preparados para todo, mas nunca esperaron que una personita de 90 centímetros, con cartera, pelo largo hasta la cintura, grandes ojos azules, una voz pausada, suave, agradable en unos llamativos tacones rojos que la elevaban unos cinco centímetros más de su estatura, se infiltrara en su frente de guerra.

El mayor peligro de los grandes, tomó una pausa para señalar con su diminuto dedo al niño más alto de la clase, es que cuando se ven las cosas desde una distancia tan enorme, se olvida el agradable calor que produce la cercanía. Y mientras como si fuera una acróbata se paraba encima del pupitre del estudiante, a grito entero dijo: el mayor peligro de la proximidad es que nos alejamos por aquellos detalles que descubrimos por el contacto estrecho, para en seguida tocar un enorme grano que sobresalía en la frente de la niña que estaba al lado del asombrado estudiante.

Bajando el tono, tal como bajó su cuerpo del pupitre para ir a treparse al escritorio, continuó: entonces parece que el problema es de alturas, de diferencias, de aquellas cosas que nos hacen tan especiales. Nuevamente guardó silencio mientras miraba a los estudiantes a los ojos por unos instantes; el mayor error de los mayores es no leer la verdad en la pupila del otro, dejando entrar el engaño, la traición, las mentiras, el frío de la indiferencia ante las dificultades de la vida.

Tomando otra pausa con una cara enojada, levantó su mano señalando a una chica maquillada, el mayor error del ser humano es ocultar lo que es tras las máscaras que disfrazan su esencia, de este modo se visten, compran, aparentan cosas escapando de la enorme responsabilidad de descubrirse a sí mismos. Pereza, cobardía, ignorancia, no lo sé, pero sí sé que es una falla muy usual.

Dejando luego su bolso mientras les daba la espalda, sacó un raro aparato de un bolsillo, para en seguida extenderlo en dirección al tablero: el problema de quienes toman decisiones, es que muchas de ellas le dan la espalda a lo que antes les daba su felicidad, entonces dibujó un corazón roto. Cambiando la punta por un color verde prosiguió escribiendo: el mayor error de los que se comportan como grandes, entonces señaló a otro chico con un gesto de su pequeña barbilla, es que se la pasan viviendo en una realidad que le impide soñar con cosas hechas a su medida, de tal modo que cargan un peso muy grande o muy pequeño volviéndolos amargados, tristes, un pálido reflejo de su propia personalidad.

Colocando punto final con una carita pensativa, se colocó de frente a los estudiantes bajándose del escritorio, el mayor problema es que tal como yo estaba ahorita, muchos prefieren darle la espalda a los problemas. No se toman la molestia en resolverlos porque sienten que son un castigo, evadiendo de mil formas lo que es tan solo una de las tantas formas de aprender.

Mi nombre es margarita, soy su nueva profesora de matemáticas, y esta es mi primera lección que deben apuntar en su corazón, para luego en el papel resolver las operaciones:

No resten sonrisas a su vida, multiplíquenlas; no sumen dolor al dolor del otro, multiplíquenlo por cero; dividan los sentimientos en fragmentos manejables; sumen éxitos a sus propósitos; resten odios; sumen una cantidad igual de autoestima contra las críticas de los demás y finalmente recuerden que si no te alcanza las fuerzas a ti, puedes pedir prestado a quienes siempre estarán a tu lado. Eso claro, si sabes conservarlos.

Que tengan un buen día, los espero en la próxima clase…

GAP el caminante de la noche.

 

Autor: Wilmer Guillermo Acosta Pinzón. Paipa, Colombia. Comunicación Social, Universidad Nacional Abierta y a Distancia

wilfi2008@hotmail.com

 

 

 

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