Caramelo.
Estoy emocionada porque ya aprendí a
leer. Me gusta leer cuentos y todo lo que llegue a mis manos siempre y cuando
sea bonito e interesante.
Había una vez un oso que vivía en una
montaña altísima cubierta de nieve. Era un oso polar al que le puse de nombre
Caramelo después de leer su aventura.
Un
día este intrépido animalito se subió a la cima de la montaña para poder
divisar todo el panorama. No se dio cuenta de que se avecinaba una gran
tormenta. Como Caramelo era lento para andar y para pensar, jamás se le ocurrió
que muy pronto estaría en peligro. Al estar arriba se estremeció, sintió un
poquito de temor cuando miró para abajo pero se puso a jugar pateando la nieve.
Cuando se cansó hizo un mohín y con la misma se recostó quedándose dormido
inmediatamente.
Horas
más tarde empezó a soplar un vientecito que le hacía cosquillas. Caramelo se
movía de un lado para otro. Disfrutaba la suave brisa que le acariciaba la
trompita. Como estaba tan dormido no sintió que el viento había aumentando y al
rato ya tenía encima un viento huracanado que traía consigo abundantes plumitas
de nieve.
Cuando el osito reaccionó y quiso
ponerse de pie, la tormenta lo tumbó e hizo que cayera rodando cuesta abajo
tropezando con algunas ramas escondidas. En una de esas, ¡zas!, se engancha en
una rama larga y fibrosa que le hace una herida profunda. Caramelo no imaginó
que fuera tan grave, trataba de soltarse empujando por aquí y por allá. No
obstante, lo único que lograba era que la herida se hiciera más profunda y el
dolor insoportable.
Para entonces la nieve caía con mucha fuerza y
aunque Caramelo estaba acostumbrado al frío intenso de las montañas, el estar
herido complicaba las cosas.
Después
de mucho rato de intentar liberarse, se dio por vencido. El cansancio y el
dolor iban minando su resistencia; casi aceptó el hecho de no regresar a casa
con su manada. De sus grandes ojos asomaron unas lágrimas que si las hubieras
visto también a ti te hubieran sensibilizado.
Pero
tú sabes que siempre ocurren cosas inesperadas… Un cazador que también se
hallaba perdido alcanzó a escuchar un lamento que le llegó como un suspiro
fugaz. Al oír esto se apresuró a caminar en dirección a ese sonido que le hizo
albergar una esperanza:"Creo que no estoy solo en la montaña, de ser así
será más fácil encontrar una salida y ayudarnos mutuamente mientras cesa la
tormenta" —pensó.
Muy
decidido entonces caminó tropezando, cayendo y lastimándose también, para
reunirse con aquella otra persona, según creía.
Conforme
se acercaba, el lamento se escuchaba más fuerte. Entonces el cazador gritó:
"No desesperes, ya estoy cerca y te ayudaré". Al llegar al sitio un
enorme oso polar estaba tirado entre la nieve. Se paralizó. Los pelos se le
pusieron de punta. Un gran miedo se apoderó de él. Jamás imaginó que a quien
ayudaría sería a un oso polar.
Quiso
correr pero la expresión triste de Caramelo y sus ojitos llenos de lágrimas
hicieron que se detuviera. Con sumo cuidado se acercó al osito. Entonces
observó que de uno de sus costados salía un chorro de sangre y que estaba
enganchado a una rama. Caramelo dio un suspiro y se desmayó. El buen hombre
intentó zafar la piel de la rama pero fue imposible. Entonces pensó: "Sólo
puedo ayudarle haciendo una palanca con una rama, grande y fuerte, pero dónde
la encontraré”. ¡Todo está cubierto de nieve! En ese momento solamente pensaba
en salvar la vida de Caramelo, olvidando que él también corría peligro perdido
en el bosque.
Después
de un rato tratando de encontrar una gran rama, el cazador se sintió impotente
y triste. Se sentó a un lado de Caramelo, encendiendo una hoguera para
calentarse. Había hecho un gran esfuerzo pero todo había sido inútil. Ya
empezaba a quedarse dormido cuando a lo lejos escuchó unos ladridos. En seguida
sacó una antorcha para hacer señales; la encendió y la lanzó al cielo.
Afortunadamente las personas que patrullaban el bosque vieron la señal y con la
ayuda de los perros los localizaron rápidamente. Al ver la situación en la que
estaba Caramelo, sin perder más tiempo, hicieron lo necesario para
desengancharlo y curarle la herida.
Para
eso son los guardabosques. Son expertos en brindar ayuda.
Más
tarde, Caramelo despertó. Todos se apartaron corriendo; unos, por aquí; otros,
por allá, y otros acullá. ¡Un oso herido es sumamente peligroso! Pero Caramelo…
¿Te
imaginas cuál fue la sorpresa de estos hombres al ver que el osito sólo asentía
con la cabeza, con los otos llenos de lágrimas, como si estuviera hablando, expresando
así su agradecimiento?
La patrulla, el cazador y hasta los
perros no salían de su asombro. No podían creer que un animal de ese tamaño
fuera tan noble y tan tierno. Lo que no sabían es que Caramelo era un oso bebé.
Pero, me pregunto ¿Cómo iban a saberlo?
¡Por eso lo llamé Caramelo!
3 de mayo de2007
Autora: Dulce María
Medina Pérez. Chetumal, Quintana Roo, México.