BAJO LA SAYA BLANCA.

La escuela tenía ese aroma tan especial… era lo agradable de asistir. Los ambientes cercanos a la galería de Gobierno, que incluían la Dirección, los gabinetes y la salita de profesores, olía a café. Mientras que las galerías de las aulas, emanaban aromas a frutas en mezcla con libros, cuadernos y mapas. Pocos me creen cuando cuento esto, pero otros comparten la evocación de esos instantes únicos, como los de abrir una maleta de cuero de antaño. Las mismas arrojaban al olfato, el perfume propio de los útiles, fusionados a los aromas propiciados por las meriendas que siempre consistían en algún sandwichito de queso y salame o bananas.

Además, siempre alguna efeméride o acontecimiento, invitaba a lo festivo. Actos, representaciones, exigían dibujos para ilustrar los pizarrones de la escuela… tarea que me era conferida desde cuarto grado.

Setiembre tenía muchos colores. Setiembre indicaba muchos acontecimientos emotivos y memorables, que sellaba instancias de por vida.

Mi registro daba para ser de primera voz, pero nunca afinaría como para participar del grupo más anhelado por mi alma… el coral. Al menos integraba la banda musical. Yo tocaba las claves en donde golpeaba dos palitos de escoba bien lustrados mientras miraba solo silencios en el pentagrama, gozando del bailar constante de fusas, semifusas, negras y redondas al son de los clarinetes, bombos, guitarras y pianolas, ejecutadas por las compañeras más avezadas. Por supuesto, en los actos nunca era llamada a participar. Pese a ello, era la artista del dibujo y el color. Una trabajadora intensa en las ilustraciones de las pizarras que decoraban la escuela. Sin embargo, tenía sabor a anonimato. No existía ese protagonismo, ese destacarse que tanto me fascinaba. La pasión por sobresalir, era quizás, una suerte de complejo. El perfil bajo que la vida misma me obligaba a sostener, por mi escasísima visión, no me resignaba. No, todavía no lo aceptaba en esos escasos diez años.

Fue esa tarde. Fue justo en esa jornada tan importante. Fue delante de todo el alumnado. Fue frente a todos los maestros y directivos… Como no podía ser de otra manera.

Tanto lo pedí, que logré convencer a la señorita de música. Se avecinaba uno de los actos de mayor importancia para la Institución… “El día del maestro”.

 Finalmente me dejó participar en el recitado de un poema alusivo. Era un poema con seis estrofas y tres niñas nos distribuíamos dos estrofas de modo intercalado cada una. A mí me tocaba recitar…

“Sobre la saya blanca

Como la luz del alba

Late Señor,

Su puro y noble corazón…”

 

Continuaban las otras niñas y finalmente yo remataba el bello poema otra vez….

“Por ser mujer ya basta,

Por ser madre y maestra….

 Tus mieles bondadosas….

¡Por favor… concédele Señor!”

Días atrás estaba totalmente entusiasmada y repasaba una y otra vez las estrofas que me habían escogido y en mis ensayos caseros, hacía todos los ademanes posibles para enfatizar mis expresiones tan sentidas. Tenía el texto en dos papelitos desde hacía varios días en el bolsillo del guardapolvo. Caminaba por el patio de casa o por los patios de la escuela, durante los recreos, ensayando para no equivocarme. Debía darle todo el vigor necesario para generar emoción intensa en el alumnado.

Gestos, actitudes, hacían sentirme una artista en pleno teatro, manifestando la dulzura y maravilla luminosa de una maestra.

Finalmente el día llegó. La escuela estaba toda ornamentada. El piano dispuesto en la galería del patio y el coro bien distribuido en las gradas, con sus corbatines azules a modo de moñas contrastando con los almidonados blancos guardapolvos.

Bien peinada, medias nuevas y zapatos bien lustrados; Guardapolvo blanco y el orgullo de sentirme una recitadora artista en alineamiento con mis otras dos compañeras con las que teníamos que compartir un micrófono de pie. Paradas en el escenario justo antes del comienzo de las escalinatas que bajaban al patio mayor. Después de varios discursos, posteriormente al homenaje consabido al prócer Sarmiento, la lectura de su biografía, y varios discursos entrecruzados con las canciones al gran maestro de la pluma y la palabra… llegó por fin la hora.

El acto transcurrió emotivo, con el silencio y la solemnidad característicos, que la disciplina ejercida por las autoridades hacía cumplir a rajatabla.

Yo estaba muy acostumbrada, a que las imágenes siempre se me presentaran borrosas y la culpa era de mi intensa miopía. Los colores eran cuadros expresionistas, donde los tachones de variada gama, marcaban las imágenes presentadas ante mis gruesos cristales. La tarde era diáfana y el sol posaba sus intensos rayos sobre nosotras, lo que me provocaba mayor placer, el saber que se refractarían sobre mis anteojos, del modo tal que los reflejos espejados entregarían sus destellos luminosos al público escolar. Eso hacía girar de tanto en tanto mi cabeza, para ofrecerles a los expectantes varios haces y brillos de refracción solar.

 Comenzó la primera alumna con el recitado. Continuó la segunda a mi lado y luego yo. Después la primera otra vez y al fin yo remataba con la estrofa final…

Aproveché para destacarme al máximo. Logré henchir mi pecho, aspirar todo el aire del patio posible, y haciendo uso de toda la fuerza encontrada para mis pulmones, con la garganta, grité los últimos versos a toda la multitud del alumnado formado, mientras gesticulaba con mi cuerpo entero lo recitado, y a todos los profesores que sabía estarían en la galería lateral, al coro en sus gradas, a la profesora de música. A ésta, la más importante, a la que sabía que seguramente no se arrepentiría de haberme elegido y acertadamente recibiría sus felicitaciones, como acostumbraba hacerlo con las chicas de hermosa voz, de genial recitado o de danzas bellas…

Era lo máximo, era mi alma volando por los espacios de la gran escuela. Mi grito llegaría esta vez, hasta lo más alto de la flameante bandera en el extremo de su asta.

Mi baja visión, que a la distancia espaciosa ya era capaz de transmitirme, bultos de colores tachonando una sinfonía surrealista, destacaba un suelo rojo donde resaltaba la inmensidad blanca de las formaciones del alumnado, y en composición con otros manchones también blancos en las galerías correspondientes a las de Gobierno.

Nunca pude ver lo que ellos quisieron decirme. Nunca pude escucharlos, ni comprobar sus gestos. Nunca pude darme cuenta.

 Todo terminó al fin. Nos pidieron por micrófono desde la galería lateral, la maestra quien oficiaba de locutora, que emprendiéramos la retirada.

Cuando me acerqué al conjunto, en espera orgullosa de las pertinentes felicitaciones, recibí un fuerte tirón de cabellos.

Un reto enorme se cernió sobre mi rostro que comencé a sentir compungido con enorme calor en mis mejillas que a estas alturas, ardían muy intenso. Mi escasa visión, se tornó neblina total, con el manchado salobre de las lágrimas adheridas a los cristales de mis pesados anteojos, que esforzaban por resbalarse de mi nariz mojada.

– ¿No viste las señas que te hacíamos? ¿No te diste cuenta de que el micrófono estaba calibrado muy alto, que estabas pegada al mismo y que tus gritos nos obligó a todos a taparnos los oídos? ¿No viste cómo los chicos se tapaban las orejas? Con eso ya te hubieras dado cuenta que algo pasaba ¿No?? Pudiste bajar el tono o alejarte un poco más… ¿Qué te pasó? ¿Lo hiciste a propósito?- ©Renée Escape

 

Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.com

 

 

 

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