LA SANTA.

 

Su pelo castaño en corta melena

enmarca su rostro de dulce belleza.

Sus ojos oscuros bajo negras cejas,

su boca bonita sonrosada y llena,

su cuerpo garboso, sus piernas bien hechas,

sus buenas palabras de calma te llenan;

su dulce sonrisa es fulgor de estrellas,

estando a su lado no existen problemas,

y olvidas dolores, tristezas y penas.

Es trabajadora, previsora y fuerte.

No hay tarea dificil que ella no acomete,

y constante y firme escollos somete.

Lo mismo hace tartas, que pavos trufados

bajo gelatina muy bien presentados.

Teje cualquier cosa,

desde una bufanda hasta lindas colchas,

jersey a la usanza o trajes de moda,

y corta patrones y acaba la obra de unos pantalones,

de un traje de noche, de uno de chaqueta,

o un clásico abrigo con su pañoleta.

No tiene ambiciones, no existen dilemas.

Desde muy temprano, casi niña era,

lo tuvo muy claro: amar a su esposo,

consolar sus penas, hacerle caricias,

serán las tareas que su vida llenan.

Ella a nada aspira, ya nada desea,

con verlo feliz tiene dicha plena.

Y pasan los años,

y cuando las hojas pierde el calendario,

se vuelve más buena, cerca de los santos.

No precisa altares,

porque en cada pecho de quien la conoce,

tiene un santuario.

Así está en la vida, como en un letargo,

al lado del hombre al que ha amado tanto.

 

Autora: Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España

davasor@gmail.com

 

 

 

Regresar.