La noche.

Aunque pueda parecer este cuento infantil, no. No lo es para nada. No sé si para nadie. En todo caso mi intención ha sido escribir un cuento para el niño del alma, para la niña de los ojos. A ver si al tuyo o a la tuya les gusta.

 

Tu tarea, tus tareas.

 

 Todos estaban felices. Bueno, todos, todos… No sé. Por fin, el Hacedor de mundos retiraba el caos y les iba a dar tarea. Por ejemplo, al viento que no paraba quieto de aquí para allá yuuuunyuuuun, le dijo: forma las montañas, hazlas verdes, amarillas, grandes, como quieras, pero hazlas ya. Tú, hierba, crece para alimentar a los animales. Tú, agua deja de jugar a flanes con la arena y corre veloz en los ríos, generosa; trepa hasta el cielo y calma la sed de las nubes, diviértete bailando con el aire, sabe susurrar lindezas, acariciar, es un galán de lo más aventurero. Canta con él en los árboles la canción de las ramas. Tú, sol, ya sabes, ilumina todo lo que te rodea para que nadie tropiece, tuesta el café para el desayuno, calienta los mares para que los peces puedan estar desnudos sin acatarrarse. Vosotras, abejas, preparad la miel para los pasteles de almendra. ¡Hormigas! ¡Todas aquí! a retirar de los caminos las hojas caídas. ¡Eh! Y todos vosotros, a montar cascadas, a hacer las playas, a construir acantilados; sois muy fuertes y tenéis poderosas garras para trabajos tremendos.

 Cuánta actividad, cuánto movimiento, ¡qué trajín, qué trajín! Había mucha faena, mucho que organizar; qué cansados acabarían la jornada. Pero el Hacedor tenía recursos para todo y en sus planes entraba, por supuesto, el descanso de las actividades y un sueño recuperador de energías. Entonces se acercó a la noche y le dijo:

 --Buenos días, noche. ¡Qué tranquila estás! Eres justo lo que yo necesito, lo que buscaba. Verás. Tienes que albergar bajo tu techo oscuro, a todos mis colaboradores, que tras una ardua jornada de trabajo merecen un descanso reparador. No has de hacer otra cosa que estar quieta, oscura y en silencio.

 --Y, ¿yo sola para todos y todos dormidos? Pues no sé si me gusta. De día estoy sola porque todos trabajan. De noche también porque todos duermen. Si no es por el viento que me visita ¿te imaginas qué aburrida estaría?

 --Sí; pero es tu tarea: cobijarles, que descansen, que nadie moleste su dormir.

 No. La noche no estaba contenta. Por eso, al anochecer, cuando el viento se acercó a darle las buenas noches, la encontró sin ganas de cenar y triste.

 --¿Qué te pasa? ¿A qué vienen esos pucheros?

 --Pues que……. Que-que-que…….

 Y no pudo seguir hablando porque se le hizo un nudo en la garganta. El viento entonces la tomó en sus brazos y quedo, muy quedito, la arrullaba diciendo:

 “Esta noche que está tan oscura tiene penas que hay que quitar; yo con tizas de caña de azúcar y secretos de néctar de piña, su sonrisa voy a dibujar”.

 --Es que, si no es porque tú vienes de vez en cuando, mira, todos dormidos, yo sola, ninguna luz para leer cuentos, y no podemos cantar ni bailar porque tiene que estar todo en silencio.

 Efectivamente. Tenía razón. El viento la comprendió muy bien y al día siguiente, muy temprano, fue de uno en uno convocándoles a una asamblea general, con tan sólo un punto en el orden del día:

 

 La Noche necesita ayuda”.

 

 Habló el viento y les dijo:

 --Anoche, cuando ya todos dormíais, en mi deambular de aquí para allá, visité a la noche y estaba tristísima. Sin cuentos ni puzzles, nada de nada, quieta y ya está. ¿Qué se os ocurre que podamos darle para que se sienta mejor?

 Muchas manos se levantaron y hubo que establecer un turno de palabra:

 --Tienes la palabra, sol.

 --Yo me desprendo de las luces rojizas del ocaso. Desde este momento, declaro, solemnemente, que pertenecen a la noche para que las coloque a la hora que quiera y donde quiera.

 --Agua, tu turno:

 --Yo le regalo el rocío para que se lave la cara, se haga un collar con sus gotas o se las tome con whisky.

 --Te toca a ti.

 --Represento al grupo de los murciélagos. Somos ciegos y estamos acostumbrados a trabajar sin luz, a movernos en lo oscuro. Nos trasladamos a vivir a la noche. Dormiremos de día.

 --Tú, ahora.

 --Soy el búho, hablo en nombre de mis compañeros: como nos lastima mucho el sol en nuestros grandes ojos hemos decidido, por unanimidad, cerrarlos durante el día y abrirlos en la noche. Así no padeceremos más de vista cansada.

 --Ya te tengo apuntada, no hace falta que vuelvas a levantar la pata. Es que no te tocaba hablar hasta ahora. Vamos, tu turno.

 --Yo hablo en nombre de todas mis hermanas vacas. Le regalamos a la noche el queso más grande y más rico que jamás se haya hecho para que pueda invitar a sus amigos a cenar. Además nos comprometemos a reponérselo antes de que se le acabe.

 --¿Alguna palabra más? Pues dicho lo dicho mi secretaria la brisa levantará acta de esta asamblea para que así conste a través de los tiempos. Se repartirá copia a todos los asistentes.

 

 Cuando llegó la hora, el viento halló a la noche esperándole ansiosa por conocer el resultado de la asamblea; él, con una sonrisa radiante, le extendió un abultado sobre que la noche abrió presurosa. Su rostro se iluminó de felicidad al leer el acta. Y al descubrir los hermosos dibujos que los asistentes a la asamblea le enviaban para que decorara las paredes de sus aposentos, le brotaron lágrimas de emoción que el viento, con exquisita suavidad, recogió esparciéndolas por doquier. Y se sabe, de muy buena tinta, que al caer sobre los árboles hicieron crecer deliciosas frutas.

 

 Si por la noche, cuando es muy de noche, miras a lo alto, verás cómo la noche tiene abiertas todas las puertas de sus habitaciones para mostrar esos dibujos tan bonitos que adornan las paredes. ¡Ah! Y ese cuarto de paredes sin dibujos es para que coloques los tuyos. Envíaselos, porfa, con el viento a la siguiente dirección:

 nocheamiga.es

 

 Picolisto

 

Autora: ángeles Sánchez Herrero. Madrid, España.

montondepaja@gmail.com

 

 

 

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