Entre el dolor y la paz.

En la comunicación anterior que mantuve con los lectores de la revista decía que me sería casi imposible hablar sobre una etapa tan dolorosa y difícil de mi existencia, y, mantengo esa impresión pero también he comprendido que si mi intención fue, desde mis ya no tan próximos en el tiempo, contactos con esta “ESPERANZA” digital, no claudicar en la sinceridad de ese contacto, debía afrontar las consecuencias de una decisión que me impusiera el esfuerzo de mostrar esas cosas que querríamos olvidar pero que, como son en la memoria, exigen ser expuestas para que, al menos puedan servirle a otros en tanto y en cuanto entrañen algún yerro. Por lo demás, no todo lo ocurrido en ese período es negativo: la vida es una maroma en la que subimos y bajamos y, algunas veces nos mantenemos en el punto medio, sosteniendo y a la vez siendo sostenidos por el otro. De toda mi peripecia temporal, creo que este es el tiempo en el que con más frecuencia y también con más celeridad estuve abajo, arriba y en el centro de acuerdo con los andares de una existencia en plena maduración. I ocurrió lo previsible. Los niños crecieron lo suficiente como para que yo pudiera volver a trabajar fuera de casa. Los padres se fueron, sí, se fueron en un período demasiado breve como para que el corazón del hogar no retemblara. La madrastra de Armando, única suegra a la que conocí y amé, una madraza para Armando que había perdido a su mamá siendo muy pequeño, falleció en marzo de 1983; el padre de Armando la siguió en junio, y papá, herido por tanta muerte, concluyó sus días en el mes de agosto. En verdad, no sabíamos ya por quien llorábamos pero lo hacíamos tomados de la mano, escondiendo la pena ante los niños que habían perdido en seis meses a tres abuelos. Mamá estaba protegida viviendo con mi hermano Antonio así es que llegaba el momento de reiniciar la etapa que por amor a la familia había interrumpido.

El primer intento fue un fracaso. Me inscribí en un colegio de nivel terciario que estaba muy cerca de casa para dictar ética. Quedé primera en la lista de antecedentes pero no me llamaron, nada pude hacer porque se trataba de una institución privada que tenía el derecho de contratar los profesores que quisieran… ¿porqué me inscribieron? Siempre supuse que porque era la esposa de Armando a quien no se animaron a afrentar. Luego, esta vez con éxito me presenté a concurso de méritos en la Escuela de Formación Docente dependiente de la Universidad de Cuyo y entré a esa institución como interina en la cátedra de Antropología Filosófica. Eran cursos de más de ochenta alumnos que, casi de modo automático pensaban que el retorno del período democrático equivalía a la extirpación de toda jerarquía porque toda autoridad se consideraba autoritarismo y ala de todo límite porque los límites, inevitablemente se consideraban represión. Colegas tuve que, sin ser afectados por una discapacidad que entrañaba serias dificultades renunciaron al cargo por no lograr el necesario marco de orden para dictar sus clases. Yo entré, por decirlo de algún modo, con el pie derecho en los tres cursos: ciertamente que en uno de ellos “primero tercera) las cosas fueron algo complicadas. Yo tenía a mi favor el no haber pactado con la reciente dictadura…. Con no poco grado de incomprensión, los jóvenes interpretaban que todo aquel que en ese período había trabajado era “colaboracionista” no entendían que gentes como mi esposo y tantos otros no habían participado con el régimen militar por el simple e inevitable hecho de haber ejercido la docencia, más de una vez en riesgo para sobrevivir y alimentar a su familia. Pero, en fin, esa errónea interpretación del mundo de los adultos me favoreció: ellos no sabían que yo no había dado clase por razones estrictamente personales. Por si eso fuera poco, y, era cierto, yo, como tantos colegas fui cesanteada cuando el gobierno de facto clausuró en 1976 la Facultad de Antropología Escolar de la que era miembro desde 1971. Me sentía capaz para afrontar el desafío, me sentía fuerte para hacerme respetar y comprendía a los chicos ya que en sus planteos eran en gran medida los que yo había sustentado y sustento todavía. ¿Les gustan las anécdotas verdad? Imaginen la situación: más de setenta adolescentes revoltosos festejando un cumpleaños diciendo “hola profe, ¿verdad que no quiere probar la torta? ¿Porqué, no está rica?” me convidaron torta y como estaba circulando el mate les pedí uno ya que la torta me resultaría uun poco seca… La sorpresa llegó al límite cuando les propuse que pasara al frente la agasajada para que le cantáramos el “feliz cumpleaños”. Cuando hubimos terminado dije: bueno, ahora le vamos a regalar a la compañera lo más hermoso que ustedes se imaginan: la posibilidad de aprender en un marco de orden y de libertad. Aplausos…. Y el asombro del preceptor que ante tanta algarabía había supuesto que, como a otros profesores me sería imposible dar mi clase. ¿Les gustó? Yo llegué a casa transportada de alegría, mi triunfo era el de una generación que empezaba a reconstruirse. al concluir la jornada me acompañaban algunos chicos hasta la parada del ómnibus. Era noche cerrada y yo debía tomar dos colectivos para llegar a mi casa. Una de las paradas era muy conflictiva: plena noche y una esquina particularmente oscura en la que se daban cita el consumo de droga y el ejercicio de la prostitución. Supongo que yo no era tan vieja como ahora porque, sin advertir mi sobria vestimenta y el portafolios que llevaba tuve algún inconveniente: se lo comenté a una de las niñas y ella a un minúsculo grupo de varones: nada más se dijo. Tomaban el primer ómnibus conmigo y recién cuando yo tomaba el transporte que me dejaría a pocas cuadras de casa se despedían…. Sí, menguaban los diálogos que enriquecían y complementaban las clases. Mas… Todo tiene un final. La institución pasó a ser regida por una persona que, bajo aires de extrema liberalidad era absolutamente intransigente: violó la libertad de cátedra imponiéndonos unos contenidos mínimos en los que no cabía la presencia de valores y principios que eran la base sobre la que se apoyaba la asignatura que yo dictaba…. ¿lo adivinan? Renuncié. Por ese entonces ya me había reincorporado a la escuela primaria, creo que ese retorno consolidó algo importante. Pasé el psicodiagnóstico sin ningún problema. Debí someterme a varios exámenes físicos y psicológicos debido a que mi ausencia en el sistema educativo había sido prolongada: recuperé la titularidad del aula sin mayores sobresaltos. Con júbilo recibí un curso de séptimo grado, último del nivel primario, en verdad pienso que cualquier curso me hubiese hecho feliz. Todo andaba bastante bien a pesar de que en bice dirección se encontraba una colega a la que no le simpatizaba la presencia de ninguna persona sin vista en la escuela. La presencia de la directora que, aunque participaba de idénticas convicciones evitaba manifestarlas, ayudó en los comienzos. Al poco tiempo la directora se jubiló y la Bice pasó a la dirección. ¿Saben a quien le correspondía asumir la vice dirección? Naturalmente, a mí. Se trataba de ejercer como interina hasta que se llamara a concurso (un concurso de esos que nunca o casi nunca se realizan). No me animé. Sabía que secundaría a una persona de cuya mala fe tenía suficientes razones para no dudar. Mis compañeras me dijeron que no me convenía tomar el cargo y, aunque no puedo negar que eso me dolió, no era posible negar que se corrían demasiados riesgos. Propusieron, yo no estaba de acuerdo pero nada podía hacer en soledad a una colega que les ofrecía garantías de “ser manejable” frente a las previsibles extralimitaciones de la directora entrante. Les advertí que lo que había que garantizar era la capacidad y no la “manejabilidad”.desde un punto de vista pragmático mis colegas tenían razón ya que no se podría trabajar si en la bice dirección no se contaba con una especie de puente en el que se pudiera al menos intentar aplicar algo de las nuevas concepciones educativas que la directora no aceptaba: no a la integración, no al ábaco, no a clases que no fueran totalmente expositivas….

De verdad ignoro de qué modo se iniciaron los conflictos en la institución. Los recuerdo ya desarrollados, horribles, insoslayables. Nada andaba bien o si se prefiere, todo andaba mal. Imperaba el desgobierno: a los docentes no nos controlaban los planes de clase; los chicos estaban en el aula mientras las docentes conversaban en el pasillo. Las celadoras hacían lo que les venía en gana y hubo algún accidente considerado menor: a un pequeño con debilidad motriz se le desplazó una cadera mientras lo atendía una maestra; un niño se aplastó un dedo porque otro cerró con violencia indebida una puerta sin que ningún adulto hubiese estado presente para evitar el incidente. . Y, aún me espanta, en la clase de estimulación visual una niña de diez años sufrió una quemadura porque la lámpara que utilizaron en la ejercitación era demasiado fuerte para ella. Esa misma niña había sufrido un moretón por un exceso de presión en su brazo. La familia la sacó de la escuela sin decir nada: eran demasiado pobres y demasiado indefensos ¿Qué habrá sido de Noelia? Es uno de mis tantos dolores desde luego tampoco faltó la problemática de ciertos abusos sexuales. un profesor fue, por fortuna denunciado por una adolescente que no tuvo miedo. ¿Cuántos niños habrán sufrido sin que lo supiéramos? Un jovencito intentó violar a un pequeño y fue sorprendido antes de que se produjera lo irremediable. Se radicó la denuncia pero la escuela la retiró…. Poco tiempo después el joven fue denunciado por su propia madre que lo encontró violando a un niño de seis años, sobrino suyo. Le dieron ocho años de cárcel y aún me espanta pensar lo que debe haber sufrido en situación de ceguera…. Los hutos, disimulados en un comienzo se volvieron descarados. Baste como ejemplo que la compañera que tenía a su cargo el control del economato me llamó en el mes de diciembre para que contáramos los frascos de mermelada que habían quedado…. 64… llegaron las vacaciones y en el mes de marzo quedaban 14. Hicimos las denuncias pertinentes pero enredos con la política que nosotras ignorábamos le dieron a conocer la denuncia a las autoridades de la escuela en vez de investigar si correspondía o no darles curso. La situación se tornó insostenible así es que alegando “conflictos humanos” trasladaron por un mes a la vicedirectora, a la compañera que me había apoyado en las denuncias y a mí. La vicedirectora, como acabo de decir regresó a la escuela después de un mes pero nosotras nos quedamos en el nuevo sitio. El día que llegué a la oficina, la directora de educación especial, que no podía disimular su incomodidad por no saber que hacer conmigo y porque no ignoraba que el traslado se parecía a un incomprensible castigo me dijo que ella había asistido a unas conferencias (ni recordaba sobre que tema) y que me las llevaría para que yo las desgrabara y las pasara a máquina…. Llegué a casa con una indescriptible sensación de bochorno: no dormí. Al día siguiente presenté un proyecto de investigación sobre las condiciones de la integración escolar en el país. Naturalmente el proyecto fue aceptado porque en verdad las autoridades no sabían qué hacer. Terminada esa investigación y como desde hacía bastante tiempo venía a casa un grupo de madres de niños de la escuela, comencé a producir informes que presentaba periódicamente sin que nadie me los solicitara.

A veces éramos tres o cuatro, a veces cinco y en algunas ocasiones llegábamos a reunirnos siete. Mamás, una hermana y alguna cuidadora que llevaban su niño a la escuela y como por distancia no podían regresar a sus hogares se acercaban a mi casa, ya que, obviamente yo no podía ir al colegio: aprendieron Braille, inventábamos juegos para los chicos, preparábamos material didáctico pero por sobre todas las cosas, hablábamos. Sí, hablábamos del impacto que habían recibido al conocer la discapacidad de su pequeño, de cuales eran las dificultades con las que tropezaban a la hora de integrar al niño en lo cotidiano… emergieron las sensaciones de culpa, especialmente en las madres prematuras, emergió la soledad en que a veces las sumía hasta su propio compañero de vida, se manifestó su aislamiento, en fin, logramos que también emergiera, apareciera y se manifestara robusta y sincera su esperanza. Si yo tenía algo que hacer ellas me ayudaban: preparamos ñoquis de ricota, mientras yo les hacía alguna tareíta en Braille ellas se ponían a planchar…. Fueron y aún son, mis amigas, mis mentoras. Dos murieron…. Uno de esos hijos me llama siempre para que le hable de ella. Pues bien, de esos informales y productivos talleres corroborados con lecturas apropiadas surgieron los informes que fui presentando a Educación Especial y que en algún momento intentaré dar

Si me permiten algo absolutamente inusual para estas páginas les cuento una anécdota la expresión de una mujer que luchó y que a sus 90 años largos se sentía con derecho a decir algunas cosas. Mi madre…. En una ocasión en que las mamás estaban en casa y ella también, una señora muy conflictuada porque le decían cosas demasiado contradictorias sobre el lugar, y la manera de educar a su niño. La angustiada señora, llorando a mares le dijo a mi madre: no sé qué hacer, las maestras me dicen una cosa, la ´sicóloga me aconseja otra, el médico me llama la atención porque…. Mi madre la escuchó y le dijo simplemente: es tu hijo, vos tenés que saber que es lo que más le conviene. La mujer alegaba que estaba demasiado confundida y mi madre replicó: tomá a tu niño de la mano y mandá al mundo a la puta que lo parió. De ahí en más vas a encontrar el camino…. Disculpas pero al resto de las madres les encantó…. Cuando se hallaban perplejas decían: hay que hacerle caso a doña Francisca, tan mal no le salió. En mi tercer período de destierro se hizo cargo de Dirección de Educación Especial una mujer de Ciencias de la Educación, preparada para la función tanto en el aspecto profesional como en el humano. Como era natural se interesó por mi situación. Puse a su disposición cuanto informe me pidió y ella averiguó qué ocurría…. Sorpresa. Me dijo textualmente: usted está desaparecida en acción. Figura su planilla de cobro pero no se sabe en que repartición presta servicio. En el expediente de traslado se nombra a tres personas pero luego se indica que la vicedirectora retornó a la escuela y la otra docente permanece en la escuela especial a la que fue enviada: nada, absolutamente nada se dice de usted y yo creo que su jubilación (que debía producirse el año próximo) corre riesgos. Le dije que hiciera cuanto le fuese posible para aclarar tan irregular circunstancia. Me preguntó si yo quería quedarme en la oficina o regresar al aula. Ya conocen mi respuesta. Me explicó que los informes que yo había presentado como trabajo estaban bien escondidos. Le entregué copia de todos mis trabajos y ese mismo día ella se encargó de avisar a la escuela de mi retorno. Eran las mismas autoridades…. Fue horrible pero yo ya estaba decidida a jubilarme frente a alumnos y sólo eso me importaba. Por lo demás, aunque me llamaron especialmente a dirección para advertirme de que me daban la “mal venida”, yo sabía que contaba con el apoyo de los chicos y desde luego de las familias que me conocían. Una niña me preguntó: seño, si los adultos lo obligan a uno a mentir y a hablar mal de alguien que uno quiere mucho ¿Qué le puede pasar? Nada, nada, le respondí, sólo debés tener cuidado de no dar ningún testimonio en falso cuando decir la verdad depende de vos…. Me ahorro las barbaridades que le habían hecho decir en mi contra frente a nunca supe qué funcionarios…. ¿para qué? Para justificar un traslado inexplicable. Cuando concluyó ese período escolar me llamó la directora de Educación Especial y me preguntó a boca de jarro si habían mejorado las cosas en la escuela. Le dije estrictamente lo siguiente, algo que jamás olvidaré: “las cosas están peor. Roguemos que alguna vez no se produzca una muerte”. Las clases finalizaron, como todos los años, en diciembre. En febrero, en la piscina de un gimnasio que estaba al cuidado del profesor de educación física de la escuela se ahogó un jovencito de 15años que en el último curso había sido mi alumno por tercera vez. Lo había tenido en el grado de Iniciación, en cuarto y en su último curso de primaria en el año de mi retorno…. A fuego está grabado en mis entrañas. Me llamó por teléfono mi hija y me preguntó ¿te voy a buscar o querés ir sola? Los hijos nos conocen…. Me fui sola: me recibió su padre diciéndome “ahí está mi negro, rételo y béselo, bendígalo por última vez…. Sólo a mi madre había besado en su deshabitada forma. Mi padre me había pedido que no besara su cuerpo yerto y a mi bebé tampoco lo besé cuando ya era un capullito de escarcha…. A Omar lo besé…. Sí, estoy llorando porque aún me hiela los labios el frío de su frente, aún tropiezo con su nariz hinchada…. Su padre no quiso entablar juicio. Yo ya me había jubilado pero él vino a casa a traerme una planta para el día del maestro…. Intentaba disculparse conmigo como si yo tuviese algún derecho…. Me decía: bueno, el profe lo hizo jugar a la pelota cuando era chiquitito…. Y como advirtió que no me convencía, (lo advirtió sin que yo dijera una sola palabra) me dijo la verdad…. Le entregaban un cero kilómetros y le dieron a su hijo mayor un empleo en planta permanente en el estado. La madre del joven que no estaba de acuerdo cayó en una crisis depresiva de la que no sé si alguna vez salió…. Perdón a los varones pero…. La voz de las madres no se acalla.

Retomé las clases en marzo sabiendo que no concluiría el curso porque me llegaría la jubilación. El primer día la vicedirectora nos dijo que…. Como el profesor de educación física estaba tan afectado por el accidente había hecho nombrar como profesora de manualidades (aunque no tenía el título pertinente) a su pareja para que le diera apoyo…. La mezcla de asco y rebeldía que experimenté se ha trocado en una pena que quema como una mala brasa en mi memoria. Mi terapeuta me impidió que siguiera trabajando porque ya era demasiado. Estuve de licencia el mes de abril y en mayo me llegó la jubilación. Vivo el hecho como una cobardía pero, de verdad, de verdad no pude dar clase ese mes. Ya está. No sé si fue adecuado enviar este artículo a mí me ha servido para curar por medio de la palabra heridas dolorosas pero no sé si a alguien más le servirá de algo y en un próximo número haré llegar una comunicación más benévola aunque no menos sincera. Si leen todo este relato dirán conmigo que no todo es cal ni todo es arena quiero concluir con un poema que acaso no esté textualmente transcripto porque después de tantos años ya no estoy segura de que mi memoria me lo dicte con total fidelidad:”iba por un sendero de altas hierbas cuando escuché una voz: -¿no me conoces? Yo soy aquel dolor tan grande que allá en la juventud llenó tu espíritu.

 -respondí- no recuerdo tu nombre, lo he olvidado todo.

Un día me dijiste que amarías tu pena para siempre….

-sí, dije- pero se agotó ya el tesoro de mis lágrimas…. Lo que un día fue dolor ahora es paz.

Es de nada más y nada menos que de Rabindranath Tagore

 

 

Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com

 

 

 

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