Una tarde fallida

    

Es que nos teníamos tanta confianza… Quizás la misma estaba motivada por la intensa inocencia de los años cortos, o porque pese a que éramos niños mentirosos como todo pequeño en el ejercicio de su infancia igualmente nos éramos fieles a la hora de acordar pactos. Pero ese día hubo un error… que por supuesto de intención no tenía nada. La tarde caía y como era habitual en lo de Isabel… mi hermano y yo, pasábamos las horas en su casa donde posterior a tomar la leche, los juegos se imponían con una creatividad asombrosa, inagotable y demasiado proliferativa. Su madre generalmente no estaba en casa. La mayoría de las veces, asistía a reuniones en la escuela donde era maestra, quizás con sus amigas, o simplemente con mi madre, tomando tazas interminables de té. Ambas compartían asiduos encuentros amistosos en los que el cigarrillo envolvía con las volutas de su irrespirable humo, conversaciones insaciables en mi hogar.

Esta vez, mientras un sol débil de otoño se escondía, en un clima divertido urdimos marearnos mutuamente. Para ello estábamos ubicados en el hall del piso superior donde desembocaba la escalera, y ésta se continuaba lateralmente con otra similar con descansos entremedio ascendiendo al segundo piso. Aquí se centraba un espacio importante para nosotros, por focalizarse en él un amplio sitio de juegos. Se encontraban en esa estancia casi sin obstáculos, la lavandería y la gran terraza que cubría toda la superficie de la propiedad. Pero esta vez nos encontrábamos en el pequeño vestíbulo del primer piso. En él desembocaban cuatro puertas, la de tres dormitorios contiguos y la del baño completo del piso superior. Quedaba un espacio para un secretaire,  que oficiaba de escritorito de tareas en las ocasiones en las que Isabel estaba relegada debido a visitas adultas a sus padres, reuniones de “Gente grande” ejecutadas en el espacioso comedor de la planta baja, o en las penitencias de aislamiento que le impartían por su mal comportamiento. El temperamento de nuestra amiga común era bastante rebelde, inquieto y movedizo. Además le urgía una permanente curiosidad y necesidad de estar presente en cada conversación, temática o discurso tanto infantil como perteneciente al mundo de los adultos. Como hija única no podía evitar pinceladas caprichosas y tampoco, ser consentida por sus abuelos. Tenía los dos maternos y la abuela paterna vivos. Los mismos no escatimaban en prodigarle cuanto juguete nuevo apareciera o alguna indumentaria novedosa. En fechas “claves”, como los cumpleaños o Día del Niño o en las Navidades, se sentían profundamente movilizados por un intenso sentimiento competitivo a la hora de regalos a impartir. Nuestra amiga Isabel no sabía con qué ropa vestirse primero o con qué juguete iniciar sus juegos. Sin embargo, en su dormitorio donde existía una cama de petiribí americana en conjunto completo con mesita de luz y ropero hacían que el grupo de muebles atiborrados de juguetes, tuvieran además en su composición distributiva, estanterías y repisas con estos elementos de menor tamaño que nos parecían demasiado novedosos e inalcanzables. En una de ellas reposaba la maquinita de coser pequeña que cosía como una grande y verdadera, con sistema de manivela y… era mi tentación mayor. Había muñecas y muñecos vestidos con todas las variedades. En una esquina del cuarto, reposaba siempre dispuesta, una jirafa enorme y amarilla con manchas marrones, de paño lenci que alzaba sus cuernitos a una altura mayor que la nuestra. Su roja lengua, al igual que sus llamativos ojos nos parecía expresaba su bienvenida sonriente.

Esa tarde no habíamos quedado en tener juegos dentro de su habitación pues la última vez, habíamos hecho demasiados bodrios y la empleada” cama adentro” (Que por las tardes trabajaba en el negocio de la abuela de nuestra amiga.), tenía a esa pieza limpia y muy ordenada; Por lo que nos dispusimos a pensar en qué podríamos entretenernos esa jornada de aburrimiento y con pocas ganas de hacer tareas escolares. No recuerdo de quién surgió la idea, pero nos vimos repentinamente cada uno con los ojos vendados con un pañuelo grande, retirado como era de costumbre del placard de su madre. El dormitorio de la mamá de Isabel era amplio, con una cama de “dos plazas”, con dos mesitas y una cómoda. Lo que más nos atraía era la cajonera del placard de buena madera, con cajones gruesos, firmes y numerosos. Los disponíamos semiabiertos, a modo de escalera y trepábamos por ellos. Una vez ubicados en el más alto de todos, con los valijeros abiertos, a tres metros de altura, ya cerca del techo de la habitación, nos introducíamos con una dificultosa maniobra, hacia su interior casi desocupado. Desde allí,  desde esa altura, solíamos lanzarnos al vacío, cayendo sobre la amplia cama camera rebotando como si estuviéramos en una “cama elástica”… con suma alegría,  risas y franca euforia. Pero esta vez si bien la cama fue nuevamente escenario de diversión, teníamos otro juego en mente. Con los ojos vendados, entre dos mareábamos al ciego transitorio. Lo trasladábamos de una habitación a otra, dándole giros de varias vueltas, y hasta le hacíamos subir algunos escalones, al punto que al cabo de unos minutos, la víctima de ocasión,  ignoraba en qué sitio se encontraba en determinado momento. Ese personaje, debía confiar en los otros dos, de modo absoluto. Después había que empujarlo con fuerzas y el privado ocasionalmente de su visión, supondría que se encontraba frente a la gran cama matrimonial. Debido a ello, las reglas que habíamos acordado, consistían en que no se ejercería maniobras defensivas como: anteponer brazos hacia adelante, para proteger su rostro, sino que se abrirían en cruz, y se lanzaría seguro, con toda su corporalidad, hacia delante, a toda prisa,  como cayendo sobre un blandísimo colchón continente y amortiguador de cualquier golpe posible. El que se mostrare mayormente confiado y lograre caer con más tranquilidad entregadora,  sería el ganador. Pero si alguno llegaba a adelantar sus brazos, o intentare ver, deslizando de sus ojos el pañuelo, o maniobrare atajándose de algún modo demostrando el no fiarse, perdería absolutamente el juego. Comenzamos por mi hermano Hugo, el mayor de los tres. El mismo temía por sus anteojos, que habían quedado bajo el pañuelo, bien ceñidos, y que su rostro golpeara y rompiéramos así sus cristales. Eso significaba no solo penitencias y palizas, sino el no tenerlos durante un prolongado tiempo hasta nuestro padre consiguiera dinero para otro par…más un probable fracaso escolar inmediato. Tuvimos que considerarlo debido a sus actitudes desconfiadas, como perdedor del juego… tras discutir con su enojo. Sobrevino mi turno y traté igualmente de abrir los brazos pero mi mente se colmó igualmente de temores…No hacía tanto tiempo, que había quebrado los cristales de mis anteriores y gruesos anteojos, dejando a mis pobres ojos miopes por tres meses confinados a su apenas visión, donde la borrosidad confundía y amalgamaba los colores. Sin además, la posibilidad de concurrir a la escuela, haciendo las tareas en casa, al menos hasta que nuestro padre pudiera conseguir el dinero para la talla tan onerosa de mis cristales. En esta ocasión el par nuevo sostenido sobre mi nariz, también se encontraba fijo bajo el pañuelo de seda oscuro que habíamos elegido para este juego. Sin embargo, no pude evitar que… instantáneamente, antepusiera la flexión de mis rodillas y tuvieran que descontarme bastantes puntos. Cuando le tocó el turno a Isabel…la cosa fue sin igual. La mareamos entre los dos, con un cierto ensañamiento. Era la amistad, el cariño, el compañerismo en los juegos, el espacio de su casa cedido, y a eso que llamábamos “amiguismo”, lo que primaba en ese anochecer. Sin embargo, en ocasiones, actuábamos conforme a rencores,  desentendimientos, molestias acumuladas por entredichos, confusiones, quizás celotipias, y éramos cada uno, casi conscientes de cierta malicia infantil. La pobre niña, estando en su propia casa, desconocía después de tantas vueltas y giros impartidos, por completo el punto de su ubicación corporal. Quedamos finalmente descansando y pensando cómo llevarla de modo rápido, antes que contactara con algún referente que le hiciera darse cuenta dónde se encontraba. Sin embargo, la suerte nos jugó en contra… en pleno hall central, tropecé con la pata del secretaire, y eso hizo que empujara sin desearlo a Hugo. Éste quien tenía sostenida de los hombros a Isabel, cayó sobre ella, quien en medio de las risas, alboroto y gritos propios del divertimento, estaba de espaldas y solo percibió ser empujada violentamente, tal cual las reglas del juego, entregándose en plena confianza. En interés competitivo, trató de llevar la ventaja… pues tenía todas las de ganar. Segura en sus fieles amigos, se entregó como nunca. Abrió sus brazos más plenamente como jamás, y con sus ojos ciegos por la venda, se lanzó tiesa y con franco ímpetu… de pleno hacia adelante. Pero esta vez… lamentablemente, no existía ninguna cama para sujetarla. Cayó frontalmente, con toda su corporalidad, sobre el mueble del pasillo, y con la cabeza, partió una madera que sobresalía para escribir, y eso que era muy gruesa. Los golpes brutales que le asestaron el escritorito, sus cajoneras, patas y el mismo piso de mosaico granítico, le provocaron un rostro demasiado hinchado y que cada vez se deformaba más y más. Así sangrante, con su nariz, parecía un sifón sin fin de sangre que me parecía demasiado roja y espumosa., le quedaron en el cuerpo importantes hematomas, y el amoratado rostro desfigurado por el gran hinchazón. Su llanto inconsolable, no era tanto del intenso dolor, sino de lo que ella creía un engaño, una trampa para hacerle daño intencional. Nos miraba aterrada con sus ojos cada vez más hinchados y pitiñosos, con un brillo lacrimoso de rencor por nuestra supuesta maldad. Éramos dos hermanos quienes en complot, la habíamos estafado moralmente, abusando de su plena confianza, de anfitriona vespertina. Hugo y yo, estábamos perplejos, solo atinamos a buscar en el baño, agua fresca para lavarle, pero ella ya no confiaba más en nosotros, y era imposible evitar mi risa. Esa maldita risa que brotaba espontánea de mi garganta, cuando un accidente se suscitaba ocasionándome sorpresas. Mi hermano me dio un pellizcón en el brazo y preguntó si quería que fuéramos por hielo para ponerle… pues los tres teníamos bien sabido,  que la reprimenda que se nos vendría encima era peor que la paliza de Isabel recientemente ocasionada. Seguro la madre le pegaría a pesar de sus lesiones, para que aprendiera a no jugar juegos peligrosos. Nosotros tendríamos otro tanto,  ante la denuncia inevitable de Amelia a nuestros padres.

Pero Isabel, continuaba furiosa y no paraba de llorar a gritos inconsolables. Mi hermano me miró y dándonos cuenta que la cosa no tenía más solución que la de culminar esa tarde de juegos,  me tomó del brazo y me dijo serio:- Vamos Ruxlana…. Vamos a la casa.

Días después, en un reencuentro con nuestra amiga, en un marcado retaceo de diálogos donde lo interactivo parecía complicado… dificultoso, nos dijo tristemente :-Lo que mas me dolió fue el no saber… ¿Por qué me dejaron… tan… tan sola?-

 

De “EL MUNDO MIOPE DE RUXLANA”

 

Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.com

 

 

 

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