Noche de olvido.

 

La estación de trenes estaba muerta, nadie lo esperaba, los perros dormían a un rincón, empujados por la helada noche que se aprontaba, y las palomas cantaban su arrullo característico.

Cuando avisté la luz de la locomotora a lo lejos, llamé a un taxista y tras guardar el teléfono en el profundo bolsillo de mi parca, barrí con mi vista las ventanillas del vagón, buscándola.

A lo que bajó, la aferré de su mano, la jalé con suavidad hacia mí, y apoyando mi mano en la parte posterior de su cabeza, la besé en sus labios.

Este beso no tuvo el mismo sabor que los anteriores, lo sentimos con un leve gusto amargo...

Revolví sus cabellos rubio ceniza, sintiendo aquella textura sedosa entre mis dedos, y lentamente separé mi boca de la suya, arrastrando con este movimiento, el sabor de su elíxir.

El taxi llegó, y al subir nos encontramos con la radio sonando en tono moderado, y pasando el tema Estar enamorado, de Rojo amor...

-Al fundo Los Graneros, por favor. Le señalé al taxista, el cual asintió en silencio.

A lo que el motor arrancó, la abracé, posando mi rostro en su frente, capturando ese aroma liberado por su piel, tan embriagador y seductor...

Ambos tarareamos la letra de la canción, y cuando el taxista se detuvo, me aparté de ella, para poder pagar el viaje.

-¿Lo mismo de siempre? Consulté cogiendo un billete.

-¿Cuando te he cobrado más?

Dejando escapar una leve sonrisa, le entregué el billete, y me dispuse a bajar. Una vez que tuve mis pies sobre el piso de tierra, alcé mi mirada hacia lo alto, contemplando la luna llena, que mantenía el cielo claro.

Lo que no lograba comprender, era como la noche había avanzado tan rápido, ya que en un primer instante, estaba en la estación, con las tinieblas abrazando el firmamento, y ahora... De frente con el portón, ya la noche se mostraba bien avanzada... Pero bueno... La situación no ameritaba pensar en ello.

Me volví a ver como el taxi se alejaba, pero para mi sorpresa, ella se bajaba igual, y tras cerrar la puerta de un empellón, y tomar otro rumbo, murmuró:

-Que sea lo que tenga que ser...

Los faroles del vehículo se alejaron y ella igual... Me había quedado solo... Solo allí, con la polvareda dejada por el taxi; solo, con el canto de los grillos; solo, con el acompañamiento del croar de las ranas; solo, con mis pensamientos... Solo, solo... La luna, era la única que me acompañaba, en aquella noche.

 

Autor: Luís Montenegro Rojas. Graneros, Chile.

montenegros.luis@gmail.com

 

 

 

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