TEMAS DE REFLEXIÓN

El SENTIDO DE LA VIDA.

 

Acostumbrados a mirar las cosas de manera lineal, percibimos la vida y la muerte de manera fragmentada. Para la mayoría de nosotros, cuando nacemos se traza una línea que inevitablemente va a ser truncada y a lo largo de ella, atravesamos por varias etapas a las que arbitrariamente dividimos y llamamos las edades: infancia, adolescencia, madurez, ancianidad, hasta que llegue el momento de morir. La percepción de eso que llamamos nuestra vida está condicionada por el “Yo”: yo soy, yo existo, yo vivo, yo pienso, yo quiero. De la misma manera, la percepción de la vida está condicionada por el Tener representado por la palabra “mí”: mis cosas, mi casa, mi pareja, mis hijos, mi dinero. Hacia todo ello desarrollamos apegos y, al sentir que nos pertenecen, nos atemoriza la idea que la muerte ponga punto final a todo ello. La investigación de nuestros miedos acerca de la muerte, puede llevarnos a descubrir una realidad que por todos los medios deseamos ignorar: lo que en realidad tememos es vivir con plenitud y así, emprendemos la búsqueda del sentido de nuestra vida.

El miedo no existe por sí mismo, siempre está en relación con nuestras necesidades, por lo que el miedo a la muerte, más que temor a lo desconocido, es angustia de perder lo conocido. Para mitigar ese miedo a la muerte creamos infinidad de rituales cotidianos individuales y colectivos, con la función social de aliviar nuestra angustia de morir. O mejor dicho, para apaciguar la amenaza de perder lo que tenemos en vida: poder, fama, familia, amigos, afectos. Todas estas maniobras para encubrir nuestro miedo a la muerte, en realidad son mecanismos de evasión de un temor mayor: el miedo a la vida.

Vivimos pero nos quejamos de que no sabemos para qué; la vida no parece tener sentido alguno y por ello nos enfrascamos en teorías y creencias de las que angustiosamente esperamos una respuesta. Estamos tan descontentos de nuestra vida pues la sentimos monótona , insípida , vacía y superficial , que deseamos algo más, algo que esté más allá de lo que hacemos y dé sentido a tanto dolor y confusión . Gran parte de nuestra dificultad radica en que siendo tan hueca nuestra vida queremos hallarle un sentido para lanzarnos tras él, pero al seguir un propósito nos hacemos esclavos de quien lo oferta, y así, impedimos nuestro vuelo a la libertad. Ese propósito o sentido de nuestra vida puede ser cualquier cosa: la felicidad, una creencia política, religiosa, la pareja, el cielo, Dios, la reencarnación, la “iluminación” o lo que sea. Pero en realidad lo que hacemos es evadirnos de nosotros mismos. Así, el sentido de “nuestra vida” es más bien el sentido que una autoridad (religiosa, moral, política) le da a nuestra existencia. Y eso parece tranquilizarnos.

¿Cuál es el sentido de la vida?

Construimos el sentido de nuestra vida a partir de ideas que se encuentran saturadas de todo nuestro pasado que es la memoria de lo conocido; estas ideas que regirán nuestra vida, son el resumen de nuestras necesidades y creencias que hemos ido acumulando y organizando a lo largo de nuestra existencia; pero esta construcción no se realiza de manera solitaria ni casual, sino que se da al través de la relación social. Pongamos como ejemplo la felicidad: ¿nos hemos detenido a revisar qué queremos decir cuando exclamamos que queremos ser felices? ¿Desde dónde y cómo se estructuró la idea de lo que creemos es la felicidad? y, sin embargo, ¡todos queremos ser felices! Pero si nos decidimos a indagar con seguridad encontraremos que esa idea que le da sentido y rige nuestra vida , es el producto de un conjunto de creencias que se nos presentan como modelo y a partir de las que se decide quien es feliz y quien no . Esa idea proviene de nuestro contexto social.

Así, para muchas personas la felicidad es el Tener en sus múltiples variantes: poder, riqueza, éxito social, pertenencia a clubes “exclusivos”, presumir la ropa de última moda en la misa del domingo, etcétera. Todas estas ideas del Tener como sinónimo de felicidad son de alto impacto en esta cultura que hemos creado y por ello, hay personas que se sienten prácticamente aniquiladas por el hecho de sentir que no son porque no tienen. Tal sentido de la vida fundamentado en el Tener es el que por ejemplo, margina y denigra a quien no posee el nivel económico que se ha impuesto como modelo y que a diario se promueve como la felicidad. Cuando nos empeñamos en buscar el sentido de la vida, lo que en realidad sucede es que escapamos y no comprendemos qué es eso que confusamente llamamos vivir. Y de la misma manera, cuando decimos que ya no tiene sentido nuestra vida, es que nuestras necesidades y expectativas no se cumplieron, o bien, porque algo o alguien nos ha arrancado violentamente de nuestros apegos. Aquí podríamos encontrar una de las puntas de la madeja para comprender el suicidio.

La vida es relación con los demás

Vivimos bajo la ilusión de la “espiritualidad”, “madurez” y “salvación” individualista, aislada y enajenada como parte del modelo que las religiones autoritarias como estrategia de control social proponen como el sentido de la vida y de la felicidad. Decimos que se trata de nuestra vida y que podemos hacer con ella lo que nos pegue la gana. Creemos que la vida individual nos pertenece y de esta manera pasa a formar parte del inventario de las cosas que sentimos como nuestras ; así , atentamos contra ella bajo la ficción de que se trata de una decisión y de un acto estrictamente personal y voluntario .De la misma manera , pensamos que quien termina con su vida ,lo hace bajo el derecho de lo individual, pero en realidad , la vida se construye en la relación con los demás y no es pertenencia exclusiva de nadie .Bajo esta perspectiva colectiva , es posible comprender nuestras acciones al observar atentamente cómo nos relacionamos con personas , cosas , propiedades, creencias. Así, podríamos descubrir nuestros mitos y quienes realmente somos.

La idea de vivir aislado para encontrar el sentido de la existencia fragmenta la relación con los demás al través de la que podemos mirar y reconocer cómo se estructuran nuestros apegos, miedos y fantasías acerca de lo que somos. En la observación atenta de la manera de relacionarnos con el OTRO y los OTROS, es posible descubrirnos, mirar la dificultad para el compromiso al igual que las maniobras de evasión que ejecutamos cuando somos confrontados con nuestra realidad.

Miedo al compromiso

Vivir es comprometerse y es precisamente aquí, en donde residen la mayor parte de nuestros miedos. La palabra compromiso es manoseada a diario por políticos, líderes religiosos, moralistas y demagogos que pervierten el verdadero significado de la responsabilidad social. El compromiso no es precisamente ir a hacer cosas por alguien, adoptando posturas protagónicas y de lucimiento personal para recibir el aplauso social que nos valide como ciudadanos “ejemplares” y “comprometidos” con tal o cual causa o idea. El verdadero compromiso, el de fondo, no conoce causas, ideologías o creencias pues eso sería un acto de obediencia disfrazada de “disciplina” hacia algún partido, institución o creencia. Una persona comprometida es esencialmente un rebelde desobediente al dogma autoritario que se nos impone para ser venerado sin cuestionamiento alguno. El compromiso con la vida genera temor porque eso implica necesariamente el confrontarse y despojarse de los mitos, fantasías e ilusiones que nos hemos formado acerca de lo que somos.

Comprometerse significa despertar del sueño profundo en el que hemos caído al seguir la autoridad de algo o de alguien con el pretexto que de esa manera seremos más “espirituales” , “sabios” o “inteligentes” , cuando que en realidad todo eso es parte de un sofisticado proceso de sujeción . El compromiso atemoriza porque, entre otras cosas, significa relacionarse responsablemente con los demás como resultado de la comprensión de que el mundo y nosotros somos la misma cosa y, esta percepción, desencadena en nosotros una profunda rebeldía.

Miedo a transformarnos

Nos asusta la sola idea de transformarnos y de abandonar todo lo conocido que nos da seguridad: la rutina de una relación amorosa, nuestros hábitos, conocimientos y costumbres. Queremos que todo esté bajo control, en el lugar correcto, sin imprevistos ni sorpresas: necesitamos respuestas para todas nuestras dudas, seguridades para nuestras desconfianzas, certezas para nuestras incertidumbres e inmortalidad ante la muerte. Ante todo esta ilusión, la idea de la transformación resulta particularmente amenazante y, a lo más que nos arriesgamos, es a hacer pequeños cambios superficiales que aseguren que las cosas seguirán igual: cambios en la manera de relacionarnos con los demás, en la forma de ejercer el poder, de gobernar, de conformar las instituciones, de explicar la “verdad”, de imponer el dogma y de ejercer la autoridad. Se trata de continuidades disfrazadas de cambios y cuya finalidad es proporcionarnos el narcótico de la seguridad que viene dosificado en las creencias a las que nos aferramos en forma fanática y , por ello , hacemos todo lo posible por ignorar que la vida es esencialmente revolución .

La transformación es la revolución interior desencadenada por la comprensión de nuestra realidad generando un profundo descontento y el deseo de una mirada radical en la manera de percibirnos a nosotros mismos y a los demás. Al percibir la totalidad de las cosas sin las fragmentaciones causadas por las diferentes creencias e ideologías, quedamos con las manos libres porque soltamos las amarras de la imposición. Con las manos sin ataduras es posible realizar un trabajo de la más alta calidad construyendo la percepción de la realidad momento a momento, aquí y ahora, sin los fantasmas del ayer ni del mañana.

En ese acto de libertad un espíritu revolucionario no ve la muerte como final ni como principio, ni tampoco como interrupción o continuidad, sino como aspectos armónicos de un mismo proceso que percibido en su totalidad nos libera del temor a morir que, en el fondo, es en realidad un miedo profundo a vivir con intensidad. En las intentonas por calmar este miedo a vivir plenamente nos distraemos por buscar el sentido de la vida, ignorando que éste se otorga. Es otorgado por quien se erige en autoridad y decide qué tiene sentido y qué no. En donde hay transformación no puede haber sentido alguno; este desaparece en el momento en que no lo necesitamos. Si nos creamos instante a instante, eternamente en el momento, todo pierde sentido. El sentido pierde sentido. Ya no puede haber búsquedas de los porqués que se nos inoculan a diario en creencias y dogmas. Al dar inicio a un proceso de transformación radical, la fantasía del sentido de la vida se esfuma para dar paso a la creación, que es en esencia un proceso sin sentido alguno porque no admite imposiciones de por ejemplo, qué es lo correcto, lo bueno, lo verdadero etcétera. De esta manera no hay modelos a seguir. Si despertamos, nos percataremos que eso que llamamos el sentido de nuestra vida, es en realidad sentido de otros que hemos adoptado obedientemente. Es lo que nos han dicho mediante ideologías diversas y lo hemos creído y asimilado como una forma de vida. Un espíritu rebelde pulveriza imágenes, creencias y sentidos. Emprende un drástico proceso de transformación impulsado por su deseo de vivir libremente, sin sujeciones ni ataduras.

(Disponible en www.drbaquedano.com)

 

Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán. México.

baquedano@yahoo.com

 

 

 

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