DEL “VISITEO” SOCIAL A LA TARIFA PLANA

(En el que se evocan hechos pueblerinos en la España de los cincuenta/sesenta del fenecido siglo XX)

 

Pues amigos, resulta que uno andaba dale que dale al magín, que esto de agitar la mente parece ser muy conveniente para mantener en forma las neuronas. En esas estaba cuando, como era de esperar, se encendieron las correspondientes lucecitas que nos iluminan interiormente y empezaron a aparecer imágenes entremezcladas del etéreo espacio temporal. El ayer y el hoy, ¡vaya conjunción de aconteceres!

                   La señora de la casa había concluido sus tareas domésticas matinales. Significaba eso que disponía de varias horas de tranquilidad a la entera disposición de sus aficiones: costura y audiciones radiofónicas. Serían sobre las tres de una tarde cualquiera en la tranquilidad de un hogar de familia media palmerina. El marido en el trabajo, los hijos en el colegio, mientras la emisora Radio Sevilla de la SER –en cadena nacional- anunciaba el folletín “Por el honor del hombre”, y las voces de Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Vilariño, Juana Jinzo, entre otros componentes de su gran cuadro artístico, inundaban de emotivo misterio la sala de estar donde, el calor del brasero de cisco con su correspondiente badila, elemento equivalente a los modernos reguladores de temperatura, llenaba de confort la familiar estancia. Rodeada de útiles de costura, la señora se acomodaba en la mesa camilla acompañada de su madre o suegra, absortas ambas, cada vez más interesadas en los distintos episodios de la novela. Silencio absoluto, lágrimas que surgían libremente atravesando las mejillas cual riachuelos salinosos. Largos e intensos capítulos salpicados por anuncios o consejos a los oyentes: “Yo soy aquel negrito….”, “Okal, okal…”. De repente sonaban dos o tres discretos aldabonazos. ¿Quién será…?, ¿vas tú o yo…?, ¡qué lástima!, ¡en lo más interesante!

Abierta la puerta se oían jubilosos saludos: “¡Qué sorpresa!, ¡con las ganas que teníamos de veros!, ¡entrad, entrad!, la novela está a punto de terminar…”

Las visitas consistían en sencillos actos sociales protocolarios causados por algún acontecimiento dichoso o luctuoso, o simplemente porque la amistad obligaba a verse con cierta frecuencia en uno u otro domicilio. ¡Ah!, eso sí, todas de obligada devolución so pena de disgustos, enfados, gestos serios y, hasta retirada de la palabra.

                   Los tiempos incitaban a dichas prácticas. La vida familiar era el centro de la actividad social porque las mujeres únicamente salían de casa para ir a Misa, a novenas, septenarios, quinarios y triduos, o a la obligada devolución de visita. En ellas se hablaba, se comentaba de todo y de todos: que si estos se casan, que si han roto el noviazgo, …; se intercambiaban secretos que no tardarían en ser divulgados, ahora bien, necesario completamente, digamos que por tranquilidad personal aquello de: “prométeme que no se lo dirás a nadie…”. En este sentido había señoras especialistas, las más enteradas, a las que todas acudían y que estaban en posesión del secreteo oficial y común en el pueblo. Doña A. F. sabía absolutamente de todo. Los recuerdos de la niñez son garantes de la anterior afirmación

                   Con frecuencia ocurría que la conversación se prolongaba durante horas: “¡Oh!, ¡qué tarde es!; anda, no te vayas. ¡Quédate un ratito más! Y, claro, llegaban los niños del cole y hasta el marido. Este, tras un caballeroso saludo, solía pedir educadas disculpas, se iba al comedor, o al dormitorio. Circunstancialmente terminaba en la cocina dispuesto a practicar un extraño rito: cogía un escobón –cepillo de barrer-, colocaba las puntas hacia arriba y vertía sobre ellas un poco de sal. Decían que gracias a ese mágico sortilegio, la visita se marchaba. El caso era que solía ser cierto.

Bueno, escribíamos sobre el ayer y el hoy.

                   En la actualidad, amigos, el comentario, el “visiteo”, las comidillas caseras, han pasado a mejor vida. Nada de eso es necesario. Milagros de la ciencia, de la técnica y de la competencia comercial. Ahora tenemos la fantástica tarifa plana, aplicada a la telefonía, fija o móvil. En estos tiempos se agarra el teléfono, se llama a quien se desee y ¡ya está! ¡Hola!, ¿cómo estás?, ¿te has enterado de lo de la Pantoja?, oye, me dijeron que has ido al médico, ¿qué te ha dicho?, ¿qué me comentas de Urdangarín….? Y así horas enteras.

Mamá, jolín, te he llamado cuatro o cinco veces y siempre comunicando…

¿Qué prefieren ustedes amigos?, ¿el visiteo tradicional, a la tarifa plana de los….

No hace falta contestar, sabemos la respuesta.

 

Autor: JOSÉ Mª DABRIO PÉREZ. Huelva, Andalucía, España.

jmdabrio@gmail.com

 

 

 

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